Pongámonos en situación. Hace décadas, cada verano Pere Portabella, del PSUC, él, convocaba un ágape en Llofriu, localidad tan planiana, para políticos, empresarios y el gratín gratiné de la cosa catalana. Un suquet. Si no te invitaban, señal de que no eras nadie. Me adelanto a decir que servidor jamás fue requerido. A Dios gracias. El empresario catalán Luis Conde recogió la antorcha hace años pero, en lugar de suquet, plato popular y memorable de pescado, introdujo el civet como elemento central. No es mal cambio, aunque prefiero el primero, y si es con pescado de roca, mejor que mejor. Admito las patatas como parte de este, aunque los cursis que se alimentan de cosas espantosas como la quinoa me pongan de chupa de dómine. Da igual, sigamos. En la edición de este otoño, celebrada el pasado sábado en la localidad de Fonteta, se encontraba el líder de la oposición Pablo Casado. Cabe decir que también acudieron los ministros Bolaños y Albares, Inés Arrimadas, el exministro del PP José Manuel Soria, Salvador Illa, Andoni Ortuzar, los presidentes de Almira, Jorge Gallardo, Celsa, Francisco Rubiralta o la consejera delegada de Bankinter, Mariló Dancausa.
Como sé que Casado es persona de bien, no dudo que no se fue de la cena por educación. Pero, lo mismo que digo esto, digo que debería ser más combativo y menos educado
Pero, ¡o, témpora, o mores!, entre los comensales también figuraban Artur Mas, Roger Torrent, Àngels Chacón del PDeCAT, Albert Batet, a la sazón portavoz de Junts, la presidenta del partido Nacionalista Catalán Marta Pascal y Jordi Sánchez, el indultado que insiste en que lo volverán a hacer, secretario general de Junts, mascarón de proa de un separatismo que considera a los populares y a Vox como fascistas, como cuerpos extraños en "su" Cataluña, como opresores, genocidas y malvados. A partir de aquí existen dos posibilidades: primera, que Casado no supiera de la encerrona, con lo cual debería cesar de inmediato a quienes tendrían que habérselo advertido o, segunda, que, sabiéndolo, haya decidido acudir conociendo que compartía manteles con los golpistas del 1-O, los que acuden a manifestaciones en favor de los asesinos etarras, los que conculcan la ley para que se pueda estudiar en español en Cataluña, los que crean cordones sanitarios, los que se unen para echar a Albiol, en fin, los que representan aquello que Pablo dice combatir. No sé que me da más miedo de ambas.
Si yo fuese Casado y me hubiera encontrado ante semejante pastel, aparte de afearle la conducta al convocante, porque no es de recibo juntar a delincuentes con personas decentes ni mucho menos mantener esa equidistancia de gauche divine, me hubiera largado dando un sonoro portazo. Casado se limitó a manifestar su desagrado al anfitrión. Me habría gustado ver por un agujerito al indultado Jordi Sánchez mirando a Casado intentar tragar el rollito crujiente de jabalí guisado con soja y sake con guarnición de puré de patata. O a Artur Mas, el padre de todo este quilombo del procés que ahora va pordioseando para pagar a la justicia quejándose de la "brutal represión del estado español", riéndose mientras degustaba café, licor y puro, que ahí se permitía fumar. También nos dicen que el señor Conde reivindicó en su parlamento la unidad de España. Qué más dará, si luego invita a su mesa a quienes pretenden destruirla. También nos dicen que, en el pasado, en tales francachelas llegaron a coincidir el por entonces presidente Puigdemont y su vicepresidente Junqueras con los ministros populares Ana Pastor, Jorge Fernández Díaz, Rafael Catalá o García Margallo. Peor me lo ponen. De aquellos polvos, estos lodos.
Como sé que Casado es persona de bien, no dudo que la cena se le debió atragantar y que no se fue por educación. Pero, lo mismo que digo esto, digo que quien aspira a primer ministro debería ser más combativo y menos educado. Porque a esta gente no hay que concederles la menor ventaja y demasiada le están dando los populares con tanto pacto con Sánchez, que es pactar tu propia muerte política. Y tampoco me parece decoroso andar mezclándose con quién tiene como meta política la destrucción del sistema constitucional. Lo deja lapidariamente claro el refrán: dime con quién andas y te diré quién eres. No sé qué habría hecho Santiago Abascal en semejante situación. Bueno, sí que lo sé, y usted que me lee, también.