Les voy a contar una historia imaginaria. Y como se suele decir en estos casos, cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
Imagínense un día cualquiera, en un pueblo o ciudad cualquiera, y en una cafetería cualquiera. El alcalde de la ciudad, al que llamaremos Pepe, -aunque también podría llamarse Pepa- está tomando café, por la mañana, antes de incorporarse a su despacho en el ayuntamiento. Con una mano sostiene la taza, y con la otra pasa las paginas del periódico, leyendo sus titulares. Distraído como está, no se da cuenta de que, por detrás, se le acerca Juan -o Juana si lo prefieren- simple conocido, pero pariente lejano, que, tocándole el hombro, le dice: “Hola Pepe, ¿Cómo estás?”. Y Pepe, girándose, responde: “Buenos días, Juan, perdona, no me había dado cuenta de que estabas, ¿qué tal? ¿Tomas algo?” “No, gracias, ´voy camino de la oficina, te he visto y he entrado a saludarte”. Y Pepe, deseando no finalizar el casual encuentro, le dice: “Pues mira, tomando café y leyendo las sorpresas del periódico de hoy”. A lo que su interlocutor replica:” Muy bien, ...oye, ... a propósito, ¿te acuerdas de aquello que, hace tiempo ya, te hablé de mi hijo? Nuestro alcalde, baja la taza, la deja en la barra y apoyándose en ella le mira y contesta. “Si, claro que me acuerdo. Lo que ocurre es que en el ayuntamiento no sé si podrá ser, pues estas cosas ya sabes que están muy controladas, pero, ya que me lo recuerdas, hoy sin falta, hablaré con fulano, que tiene una empresa que nos factura muchos miles de euros al año, y que creo que necesita a alguien como tu hijo. Ya te diré”. Y Juan, contento con la respuesta, y dándole una palmadita en la espalda, dice, “Vale, pues no te molesto mas, no te olvides”.
“Si hombre, cómo no. Yo me encargo, y te aseguro que quedaras muy bien... Y por el precio no te preocupes, ya lo arreglaremos... favor por favor”
Han pasado unos días y Pepe, el alcalde, llama por telefono a Juan: “Oye Juan, que lo de tu hijo está resuelto, que hable con Fulano, y le diga que va de mi parte, y todo arreglado”. Juan, al tiempo de agradecerle sus buenos oficios le confiesa su preocupación: “Muchas gracias, Pepe, porque mi hijo empezaba a inquietarse sin trabajo. Bueno, y ya sabes que, si necesitas algo de mi, lo que quieras”. Y el alcalde, sin solución de continuidad le espeta, “Oye, pues mira, ya que lo dices, resulta que el sábado de la semana que viene tenemos un acto en la sede del Partido, unas cincuenta personas, más o menos... ¿No podrías ocuparte tú de organizarlo? Decorar el local, un aperitivo, ya sabes, unas bebidas y cuatro cosas, ... que no suba mucho, que en el Partido siempre andamos cortos”. A lo que Juan, satisfecho, responde “Si hombre, cómo no. Yo me encargo, y te aseguro que quedaras muy bien... Y por el precio no te preocupes, ya lo arreglaremos... favor por favor”.
Unos días después del evento, Pepe, el alcalde, vuelve a llamar a Juan: “Oye Juan, que muy bien, que muchas gracias, que quedó todo muy bien y la gente muy contenta, ...sobre todo si tenemos en cuenta lo poco, o nada, que nos ha costado. No tenias que haberlo hecho”. Y Juan dice: “Me alegro de que te gustara y de que quedaras bien, lo hice por ti..., y aquí me tienes para lo que quieras, y.… a propósito, ¿en el Ayuntamiento no necesitarías alguna de las cosas que nosotros vendemos?” A lo que el alcalde responde: “Si, por supuesto... pero para que contratemos con tu empresa tienes que pasar ofertas. En la próxima convocatoria de suministros, te aviso, te presentas, y yo hablaré con el concejal encargado a ver que se puede hacer”, Y se despide Juan: “Muchas gracias, Pepe, espero tu aviso”.
Han pasado varios meses, y el alcalde, Pepe, llama a Juan: “¿Qué tal Juan?, quería decirte que lo que estáis sirviendo al Ayuntamiento muy bien, todo en orden... y ya habéis empezado a cobrar ¿no?... por lo que veo, sube una “pasta”, que os vendrá muy bien”. Y Juan contesta: “Todo gracias a tí Pepe... si nos viene muy bien, y no podíamos dejarte mal. Ya lo arreglaremos entre nosotros...”. Y continua Pepe: “Gracias Juan, ya sabes que eres mi “amigo del alma”, y.… se me olvidaba, muchas gracias por la cesta de Navidad que me enviaste... el jamón de Jabugo y las anchoas del Cantábrico estaba exquisitas... a mi mujer y a mis hijos les encantaron”. Y concluye Juan: “Nada, solo fue un detalle, tú te mereces mucho mas. Cuando tengas otro acto en el Partido me lo dices. Tú y yo podemos colaborar en muchas cosas. Te quiero “un huevo”. Un abrazo. Nos vemos”.
Tan introducido está que los “compadreos”, los pequeños, o grandes, favores que todos conocemos en nuestros pueblos y ciudades, y que siempre tienen un precio, apenas tienen repercusión electoral sobre quienes los realizan
Y hasta aquí la historia que, variando motivos, detalles y circunstancias, puede producirse en muchos ayuntamientos, en muchas empresas, públicas y privadas, y en muchas instituciones de nuestro país, sean quienes sean los que las gobiernan. Es el clásico “compadreo”, incrustado en nuestra sociedad. Tan introducido está que los “compadreos”, los pequeños, o grandes, favores que todos conocemos en nuestros pueblos y ciudades, y que siempre tienen un precio, apenas tienen repercusión electoral sobre quienes los realizan. No deja de ser una realidad aceptada por todos. De inimaginable magnitud. Imposible cuantificar su alcance, los recursos que genera para unos y otros o, incluso, los empleos que genera, hasta tal punto que no pensamos en las ventajas y oportunidades que proporcionaría su desaparición. Pero la pregunta que debemos hacernos es cuándo acaba el “compadreo”, el pequeño favor, y empieza la corrupción. Y puede que la respuesta la encontremos al observar que personas a las que, tres o cuatro años atrás, apenas conocías, o siquiera, te saludaban, se convierten en “amigos del alma” cuando alcanzas alguna cuota de poder.
Nosotros, los ciudadanos de a pie, hablamos cotidianamente de los casos que conocemos, o de las sospechas que tenemos. Pero nadie denuncia porque, además del clásico “no meterse en líos”, el que más y el que menos espera que, en algún momento, algún “compadreo” le haga ese pequeño o gran favor que pueda necesitar, sin preguntarse si lo que quiere es lícito o no, si es ético o no, o si es moral o no. Sin interrogarnos a nosotros mismos si se trata de inocuo “compadreo” o corrupción sin más.
Dicen los estudiosos europeos que uno de los graves problemas de nuestro país, y una de las causas por las que tardaremos más en salir de la crisis, es la corrupción. Yo creo que estos estudiosos también confunden la corrupción con el “compadreo”, o que incluyen al “compadreo” en la corrupción. Pero lo que esta claro es que si queremos acabar con la corrupción hemos de condenar socialmente, sin ambages, el “compadreo”.