Hoy ustedes oirán a más de un estafermo repetir las consignas de cada año. Que si el doce de octubre no hay nada que celebrar, que si se conmemora el genocidio contra los amables indígenas, que si esta fecha la impuso Franco, en fin, bobochorradas que suelen vomitar por sus agujeros sitos debajo de sus napias los incapaces de leer siquiera un libro tipo “Teo se va al zoo”. La culpa es nuestra, que hemos dejado pasar en blando ese aquelarre de mentiras históricas. Como no era progre decir que amabas a tu patria, pues eso. Ahora, vaya usted a Francia y diga que el catorce de julio es poco más o menos tan importante como la letra de una canción de Georgie Dann y prepárese, porque le van a dar la del pulpo a dos manos; en los EEUU ni se le pase por la cabeza comentar que el cuatro de julio es una insensatez fascista y que recordar su independencia es ser racista por todo lo que les hicieron a los nativos. Ahí, antes de que se dé cuenta, tendrá un bonito astil de bandera introducido por donde amargan los pepinos.
Porque uno puede ser de izquierdas, de derechas o centro campista, pero lo normal es querer a tu país y respetar su bandera, su himno, la fiesta nacional y esos símbolos que son los que, en definitiva, nos apelan directamente al corazón. Se llama sentido de pertenencia, todo lo contrario de ese falso mundialismo, del desarraigo, de no saberse de quién eres ni el destino al que te encaminas. Por eso, los más radicalmente anti españoles, que suelen ser de aquí, curiosamente, son un fenómeno tan nuestro que no deja de ser una contradicción. Ya conocen el viejo dicho, si habla pestes de España, es español.
Puntualicemos. De entrada, rememorar la conquista de América por Colón no es una apología del genocidio. Es tan ridículo como pedir a Italia que pida perdón por colonizarnos cuando el Imperio Romano o a los árabes por invadirnos, por poner dos ejemplos. Además, para genocidas, los anglosajones que apenas han dejado a unos centenares de nativos vivos, metidos en unas reservas infames. Los españoles, de entrada, llegamos a un lugar donde sus habitantes servían a niños cocinaditos en los ágapes, arrancaban el corazón a seres humanos vivos en ofrenda a sus dioses con un cuchillo de obsidiana y se zampaban unos perros al asador de padre y muy señor mío. Desconocían la rueda, el caballo, la pólvora y la medicina moderna.
Es tan ridículo como pedir a Italia que pida perdón por colonizarnos cuando el Imperio Romano o a los árabes por invadirnos
Nosotros, unos cabrones, les llevamos todo lo que sabíamos de Galeno, Avicena y Averroes, lo que no era grano de anís, les enseñamos que lo de la rueda evitaba deslomarse arrastrando piedras y creamos universidades, escuelas, instituciones de gobierno, la imprenta, eliminamos a caciques y brujos, dos instituciones que gobernaban a su arbitrio, e introdujimos la justicia del rey que, si bien no era perfecta, resultaba infinitamente más moderna y justa que la del ojo por ojo de aquellas gentes. ¿Podríamos haber aprendido mucho más de ellos? Sin duda. ¿Los tratamos peor que los ingleses a los suyos? Para nada. ¿Nos mezclamos con las poblaciones indígenas sin segregación de clases? Por supuesto. ¿Ayudamos a crear una burguesía ilustrada local, próspera, formada en España que nos dio la patada en el culo en señal de agradecimiento? También. O sea, que de pedir perdón, su pastelera madre.
Por otro lado, sepan los que dicen que Franco se inventó esto de la Hispanidad y del doce de octubre que son más tontos que el que asó la manteca. El 12 de septiembre de 1892 la reina regente María Cristina proclamó la fiesta nacional este día a propuesta de Cánovas. Y ya en plena II República española, en 1935, don Ramiro de Maeztu pronunció un discurso en la Academia Española acerca de la Hispanidad, concepto que siempre defendió a capa y espada. A saber si fue uno de los motivos por los cuales cayó asesinado por las balas de los milicianos un año más tarde. Que Franco hiciera de esa fiesta nacional el día de la Raza es irrelevante. La cosa venía de lejos. Por eso, con la llegada de la democracia a España se aceptó continuar con la misma fecha como fiesta nacional, y así ha sido hasta hoy.
Lógicamente, a los chequistas de Tuiter todo esto les importa un adarve. Lo peor de todo es que ignoran por qué. Les pasa lo mismo que a los asesinos de Maeztu quien, gallardamente, antes de ser fusilado les dijo “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo si sé por qué muero”. Un bello, heroico y terrible epitafio.
Feliz Fiesta Nacional.