Opinión

El peso de las palabras

Hace exactamente tres años que dejaron de existir, que desparecieron de la vida afgana cuando esos malnacidos llegaron al poder.

Mujeres en Afganistán Antonin Burat

Son muchas las formas en las que se puede volver tras una ausencia. En silencio. A gritos. Taconeando o de puntillas. Es posible hasta volver sin regresar, como si cuerpo y mente hubieran quedado atrapados para siempre en esa otra galaxia a la que escapamos por voluntad.

Hay muchas formas de volver, pero yo quería conquistar de nuevo este espacio extrañado del periódico, encarar mi ansiado retorno, con palabras. Como si fuera algo innovador, revolucionario, un hito, cuando en realidad no existe otra manera si se trata de escribir. Me refiero, sin embargo, a poner en valor el poder, el peso de las palabras, de un texto, de una conversación. Porque cuando dos cuerpos se desnudan y se despojan de todo, sólo permanecen las palabras en tantos modos y expresiones. Es lo único que nos queda cuando ya no nos queda nada. Y lo es todo, hasta el punto de que ni siquiera la ahora famosa inteligencia artificial llegará jamás -por más inteligente que se considere- a comprender los matices del lenguaje.

Las palabras pueden ser letales como balas, aunque construidas a base de letras y no de plomo. Pueden ser, también, como esas caricias sanadoras que te rozan la piel con las yemas de los dedos cuando sientes que la corteza se agrieta. Lo son todo las palabras, hasta que se acaban y no se vuelven a encontrar. Rescato aquí una frase de Isabel Allende en su obra Paula: “No era el hombre que yo había inventado en las noches sofocantes de Caracas. En los meses y años siguientes, se nos terminaron las palabras”. No hace falta mucho más para describir una ruptura. Cuando se terminan las palabras, cuando no hay ya nada que decir entre dos personas que se amaron, cuando el silencio se cuela con rabia como un vendaval en la intimidad de una alcoba, es imposible que el diálogo vuelva a resonar como antaño entre esas paredes.

Párate por un segundo a pensar cómo sería tu día a día sin el privilegio de la comunicación, cómo sería tu vida en silencio y a ciegas. Sin que te dejen hacerte oír, sin boca, sin ojos, sin ver apenas nada porque estás encerrada bajo metros y metros de tela gruesa y oscura

Se esfuman, se borran, se gastan las palabras de tanto usarlas, se deshacen, surgen, se crean otras nuevas. Y hay que asumir que forma parte de esta vida que vivimos. Lo que nunca deberíamos aceptar es que nos las quiten, que nos callen, nos silencien. Es lo que ha hecho, la última salvajada del régimen talibán -y ya son demasiadas- contra las mujeres en Afganistán: prohibirles que emitan el sonido de su voz en público; imponerles la ley del silencio para que no hablen, ni digan, ni se pronuncien, para que no se comuniquen con el mundo cuando son las que más tienen que contar y que gritar. Hace exactamente tres años que dejaron de existir, que desparecieron de la vida afgana cuando esos malnacidos llegaron al poder. Y no sólo lo permitimos entonces condenándoles al abandono cuando pedían huir como fuera de aquel aeropuerto en agosto del 2021, tampoco hemos hecho mucho más después a pesar de leyes macabras como esta.

Leí la noticia hace ya unas semanas y desde entonces sigue ahí, conmigo, me persigue cada mañana, cada tarde cuando salgo a la calle y me relaciono con la gente, saludo, pregunto, comparto en la pescadería, al pedir un café, en una charla con alguien próximo o ajeno, cuando cojo aliento para entonar mi voz.

Un pájaro en el alambre de espino

Párate por un segundo a pensar cómo sería tu día a día sin el privilegio de la comunicación, cómo sería tu vida en silencio y a ciegas. Sin que te dejen hacerte oír, sin boca, sin ojos, sin ver apenas nada porque estás encerrada bajo metros y metros de tela gruesa y oscura que te cubren desde los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Pienso que incluso un pájaro que reposa sobre un alambre de púas es más libre. Esa libertad que les arrebataron es la que han tratado de reclamar las propias afganas desafiando la nueva norma y publicando en redes – conscientes del peligro y de que roneaban con la mismísima muerte- videos y videos cantando y recitando. Porque hasta naufragar puede ser más placentero cuando navegas en aguas turbias. Porque la palabra es lo único que queda cuando ya no queda nada.

Hoy apenas hay rastro en los informativos del calvario que viven estas mujeres por culpa de esos locos empeñados en hacerlas desaparecer. Me fui a dar a luz y su sufrimiento estaba ahí. Vuelvo y permanece. Te vas y por más que te hayas ido, todo sigue igual o hasta peor. Te vas y por más que intentes regresar de la única forma en que sabes, con palabras, siempre tendrás la sensación de que te faltó la más importante. Porque no encuentro un término certero que describa su cruda realidad, porque hace ya demasiado tiempo que salvajada dejó de ser suficiente.

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  • R
    Rekaldeberri

    Sí, pobres afganas. Sin embargo, no tiene usted que salir de España para ver mujeres cubiertas de un manto negro que las cubre por completo con las excepción de una pequeña apertura para los ojos. Esas mujeres están aquí, entre nosotros. Supongo que es más fácil hablar de las afganas, pobrecitas.

  • W
    Wesly

    Dice Dña. que hoy apenas se habla en los informativos del calvario que sufren las mujeres afganas. Y es cierto.

    Las feministas españolas pasan de los problemas de la mujeres en el islam y se dedican a exigir más privilegios, más desigualdad, más chiringuitos de los que chupar dinero público.

    Es el cinismo elevado a la enésima potencia.

    Por lo menos Ud. nos lo recuerda hoy en su columna. Con palabras, no con hechos.

  • C
    CAYMAN

    Las culturas milenarias son lo que son y Occidente debe estar en buscar el consenso y la paz, pero no inmiscuirse en problemas ajenos. Desde nuestros parámetros no podemos entender lo que pasa más allá. Tampoco otras culturas entienden como hubo miles de mártires por una ideología religiosa.
    La bondad no está en únicamente nuestro "micromundo.

    • S
      Susanam

      La cultura milenaria no es 3xcusa para ellos ni para nosotros

  • V
    vallecas

    Y cuanto daño se puede hacer con las palabras, cuanto se puede mentir, tergiversar, desinformar, manipular a gente vulnerable.
    Decir "Y no sólo lo permitimos entonces condenándoles al abandono....".
    ¿Permitimos quienes, usted?
    La primera obligación para hablar de algo es informarse Dª Ane. Durante 20 años y miles y miles de millones gastados por Occidente, principalmente USA, se ayudo a Afganistán a ser independiente, a ser autónomos pero fue imposible. Los culpables son "ellos" no "nosotros".
    La verdad es lo importante. Hablar y/o escribir sin atender este principio carece de valor y de interés.