La Barranca era una tierra de acogida, abierta y próspera. Hasta que anidaron en Echarri-Aranaz los liberticidas. Ocurrió el día 27 de enero de 1979. Aquel día unos desalmados, vecinos del pueblo, asesinaron a un hombre de bien, honrado y trabajador, que había sido un buen alcalde años atrás. Se llamaba Jesús Ulayar. Salía de su casa acompañado de Salvador, uno de sus cuatro hijos, que tenía 13 años. Los asesinos ocultaban el rostro con una media. Sin mediar palabra uno de ellos se acercó a su víctima y a quemarropa le disparó cinco tiros en la cabeza. El niño escapó aterrorizado pero se rehízo y trató de perseguir a los asesinos. Luego intentó reanimar a su padre, que ya era cadáver. Los asesinos fueron los hermanos Vicente y Juan Nazábal. Otro de los miembros del comando, Eugenio Ulayar, era primo del asesinado. El cuarto fue Jesús María Repáraz. Todos fueron detenidos, juzgados y condenados.
La viuda, una mujer valerosa y fuerte, a la que el feminismo sectario nunca rendirá homenaje, siguió en el pueblo al frente del pequeño negocio familiar y sacó adelante a sus cuatro hijos. Vivir en Echarri-Aranaz acabó por ser irrespirable. Tardaron mucho tiempo en irse del pueblo, pero no han abandonado su casa, mancillada día tras día con pintadas amenazadoras y miserables. Lo más duro fue soportar el atronador silencio de la mayoría de sus convecinos. Cuando los asesinos salieron de la cárcel fueron recibidos como héroes. Dispararon el cohete de las fiestas patronales y en el colmo de la impudicia el Ayuntamiento les nombró hijos predilectos. La sentencia de la Audiencia Nacional había condenado a los asesinos al pago de una indemnización, ridícula si se tiene en cuenta la magnitud del daño causado. Ni siquiera estaban dispuestos a indemnizar a sus víctimas. A punto de prescribir el derecho a reclamar el pago, los Ulayar decidieron recurrir a la Justicia y ganaron. Pero quedaba una última vileza de los héroes de la patria vasca con derecho a matar. Ante la perspectiva de una ejecución sobre sus bienes hicieron una derrama entre los vecinos disfrazada de colecta solidaria.
Lo más duro para las víctimas es soportar el atronador silencio de la mayoría de sus convecinos mientras los asesinos son recibidos como héroes
El asesinato de Jesús Ulayar tuvo consecuencias políticas muy graves. En abril de 1979 se celebraron las primeras elecciones municipales democráticas de la historia de España. En la Barranca no hubo candidaturas ni de UCD ni de UPN, partido recién fundado. El terror había tomado posesión de la comarca a la que rebautizaron con el nombre de Sakana. Sin embargo, en las elecciones generales del 15 de junio de 1977, la UCD había obtenido unos buenos resultados en la mayoría de los pueblos. Y en el referéndum de la Constitución del 6 de diciembre de 1978, celebrado cincuenta y dos días antes del asesinato, los votos afirmativos habían superado a los negativos en la casi totalidad de los municipios barranqueses, incluso en el propio Echarri-Aranaz (378 frente a 365). La otra consecuencia es que el terror permitió al movimiento nacional aberzale hacerse con el control de las instituciones locales. Y allí donde los liberticidas consiguen implantarse la libertad perece.
De ahí que debamos expresar nuestra solidaridad con aquellos que, como ocurre en Echarri-Aranaz, han dado un paso al frente para poner voz a cuantos desde hace 40 años padecen la dictadura del miedo. Por eso, a quien tiene la osadía de acudir al paraíso proetarra para expresar su apoyo a la lista electoral de una formación demócrata, constitucionalista y foral, se le recibe con graves insultos y se intenta silenciar su voz con músicas a todo volumen, después de haber ensuciado las calles con estiércol. Luego, siempre encapuchados para ocultar su cobardía, proceden a desinfectar la zona que es tanto como desinfectarse a sí mismos. Porque ellos son estiércol.