Opinión

Elogio de la desobediencia

Quienes desean que Ucrania sobreviva tienen que ayudarla a ganar la guerra

  • Vladimir Putin

La aparición del libro Elogio de la desobedencia que acaba de editar Ladera Norte ha propiciado una aproximación valiosa a su autor, Adam Michnik, un rusófilo antisoviético, un combatiente decidido contra el tópico que estigmatiza a los rusos como si fueran un pueblo de cobardes, esclavos, siervos, soplones, traidores, ladrones, borrachos y corruptos. Esa descalificación genérica, en su opinión, es falsa y, además, peligrosa. Sucede, además, que esta antología de algunas de sus mejores columnas periodísticas y de los ensayos más lúcidos y brillantes ha coincidido con la celebración del décimo quinto aniversario del Instituto Polaco de Cultura, de modo que por ahí ha surgido el regalo de tener unos días en Madrid a Michnik.

Adam sostiene que desde la perestroika de Gorbachov hasta la guerra de Georgia, Rusia vivió una especie de renacimiento espiritual intelectual y hasta democrático y político, aunque reconoce que faltó la reconstrucción económica, que fue quizás la causa de que la democracia perdiera. Pero, a su entender, esa derrota no fue inexorable ni tampoco inevitable y sostener lo contrario es una falacia porque su convicción es que no existen fatalidades históricas, tan sólo hay acontecimientos y procesos que ocurren y que dependen de las acciones de los hombres. Y sabemos que en la historia de los países nada ocurre por mera fatalidad, que tampoco la libertad es inevitable, que sólo es posible. Y que cuando se conquista, tampoco viene con garantía de perennidad porque está sometida a los agentes de la erosión.

En el estrado del aula, delante de la Reina Sofía que había querido escuchar a Jaruzelski, se produjo la reconciliación entre el carcelero y el recluso, de la que derivaron consecuencias de concordia benéficas para el clima político de su país

Nuestro autor fundador de Gazeta Wyborcza, el diario más influyente de toda Europa Central, sigue siendo su editor. Es escritor prolífico a la vez que militante antitotalitario y demócrata cabal. Padeció persecución por el régimen comunista frente al que defendió con gallardía, sin perder el sentido del humor, las libertades. Fue participante habitual de los Seminarios que, desde julio de 1989, impulsó la Asociación de Periodistas Europeos, primero en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y luego en los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco. Su convocatoria anual permitía examinar las realidades de los países de Visegrado y calibrar su evolución política en aras de merecer el ingreso que ansiaban en la Unión Europea.

En la tercera edición de esos seminarios, celebrada en el Palacio de la Magdalena en julio de 1991, Adam Michnik coincidió con el general Wojciech Jaruzelski, expresidente de Polonia, quien le había metido en tres ocasiones en la cárcel. Y en el estrado del aula, delante de la Reina Sofía que había querido escuchar a Jaruzelski, se produjo la reconciliación entre el carcelero y el recluso, de la que derivaron consecuencias de concordia benéficas para el clima político de su país. Eran años en los que la transición española lograda sin violencia de la dictadura a la democracia suscitaba la admiración más encendida.

Ahora, estamos de acuerdo en que Putin es la calamidad más siniestra que ha caído sobre Rusia desde el bolchevismo, pero Adam Michnik está convencido de que también el putinismo se puede detener y revertir. Nuestro autor afirma que en Rusia existe un potencial democrático, que son los rusos que piensan democráticamente y que no puede haber democracia sin demócratas. También que históricamente Rusia se ha beneficiado de sus guerras perdidas y que así ocurrió con la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, con la guerra de Japón en la Gran Guerra de 1914-1918 y finalmente con la guerra de Afganistán. El único miedo que tiene Adam es que Ucrania pueda correr la misma suerte que la II República española, a la que Europa no quiso ayudar mientras que Hitler y Musolini si ayudaron a Franco. Porque, como ha reiterado en Kiev Josep Borrell alineado con Michnik, quienes desean que Ucrania sobreviva tienen que ayudarla a ganar la guerra y quienes desean salvar a Rusia tienen que ayudarla a que la pierda

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