Opinión

Espadas como síntoma

El presidente del 41 Congreso protagonizó dos anécdotas que certifican la conversión del PSOE en una máquina al exclusivo servicio de Pedro Sánchez

  • (I-D) Santos Cerdán, María Jesús Monter y Juan Espadas -

De todo vivido durante este 41 Congreso Federal del PSOE dos aspectos se han quedado en la retina de este periodista a modo de síntoma revelador de la difícil encrucijada existencial que está abocado a vivir ese partido aunque hoy disfrutando las mieles del poder parezca justo lo contrario; ambos aspectos estuvieron protagonizados por un Juan Espadas involuntario actor de tragicomedia en una Sevilla convertida en caja de resonancia de ese elefante en la habitación que son los procesos judiciales que acosan a los socialistas, "fango" en la nomenklatura oficial.

Pedro Sánchez le había encomendado la Presidencia del 41 Congreso como anfitrión que era el líder del PSOE-A y Espadas vio la ocasión pintiparada para reivindicarse, ahora que tiene a más de media federación en contra y ha conseguido que susanistas y sanchistas se reconcilien en torno a una idea: no puede volver a ser el candidato a la Junta de Andalucía si no quieren ver a Juan Manuel Moreno Bonilla jubilarse en el hispalense Palacio de San Telmo, a saber cuándo.

El problema fue que, nervioso, Espadas se emborrachó de balón, como le ocurre a todo futbolista -no solo Mbappe- cuando empieza a ser cuestionado por la grada. Se marcó un discurso autoreferrencial de 20 minutos ante más de mil delegados y otros tantos invitados con el único afán de chupar (más) cámara; y, lo peor, sucumbió al clima de cierre de filas impuesto por Ferraz sin caer en la cuenta de que allí estaba para garantizar que el PSOE es el partido "del debate interno y de la militancia" (sic) y no como agradaor de Sánchez y los suyos.

El lider del socialismo andaluz dejó en evidencia todo lo contrario: primero, reconoció que "antes se debatìa" en los congresos a cara de perro sobre el qué ideológico y programático para los siguientes cuatro añosse trasaccionaban enmiendas, y ya "luego" se elegía o se reelegía a quien se encomendaba llevarlo a cabo; ya no. Resulta que un partido, en teoría, no asambleario como es el PSOE, autocrítico por naturaleza, ahora condiciona todo a la elección plebiscitaria previa del líder entre los 140.000 militantes. Juan Espadas vino a reconocer ante el plenario esa contradicción, ese elefante en la habitación, lo poco que importa lo que digaís quienes habéis viajado hasta Sevilla porque todo ha sido precocinado de antemano. Claro, que ni ninguno de ese millar de delegados ni nadie puede llamarse a engaño porque Pedro Sánchez ya apuntó maneras reduciendo de un mes y medio a solo cuatro dìas, cuatro (¡¡¡) el plazo para que las agrupaciones y las federaciones enmendaran su ponencia-marco.

Si alguien pide la palabra para criticar el informe de gestión del secretario de Organización, el presidente del Congreso Federal se le da; porque a Sevilla, Madrid, La Coruña, o donde quiera que sea el cónclave, uno va una vez cada cuatro años a ponerle los puntos sobre las íes al líder aunque luego éste haga de su capa un sayo, uno no va a hacerse selfies como un grupie musical

Entiéndaseme, no es que antes del advenimiento de Sánchez gracias a aquellas primarias salvíficas de 2014 Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero llegarán a los congresos socialistas con su liderazgo en cuestión, no; todo el mundo daba por sentada su continuidad, pero ambos tuvieron suficiente tacto como para respetar el tiempo del partido que es un congreso o debería serlo. Y si, como ocurrió este sábado con Santos Cerdán, alguien pedía la palabra ante el plenario para discrepar o matizar el informe de gestión del secretario de Organización, el presidente del Congreso se la daba; porque a Sevilla, a Madrid o a La Coruña, o donde quiera que sea el Congreso Federal, se va una vez cada cuatro años a ponerle los puntos sobre las íes al secretario general aunque luego éste haga de su capa un sayo con el documento, uno no va a hacerse selfies con él como un/una grupie musical.

No se le niega la palabra una vez cada cuatro años, insisto, ante la mirada atenta de miles de delegados, invitados y periodistas a la portavoz de Izquierda Socialista, la madrileña Isabel Andaluz, como hizo Juan Espadas, para rebatir lo dicho por Cerdán en su informe. Porque eso supone un atentado contra la liturgia de la democracia que es el debate en sí, tan importante o más que el fondo de las enmiendas aprobadas sobre si cupo catalán o financiación autonómica para todos, o si al acrónimo LGTBI hay que añadirle Q+; por más que en medio de la burbuja sevillana "antifascista" y de culto al líder nadie siquiera en la Dirección Federal fuera capaz de ver el desaguisado de imagen que estaban perpetrando.

Adiós a la 'liturgia', hola al club de fans

Hace dos siglos, el británico Thomas de Quincey, autor del maravilloso Del asesinato considerado como una de las bellas artes, dejó escrito para la posteridad eso tan cínico y a la vez tan veraz de que "si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". algo de eso hay en este PSOE prietas las filas contra los jueces, los medios de comunicación y la "fachosfera" en general.

El diagnóstico de Thomas de Quincey es lo más aproximado al que se puede hacer de esta hora sanchista que vivimos: con la complicidad de Zapatero, Pedro Sánchez ha enterrado a Felipe González para devolverle los desprecios y la defenestración que el ex presidente socialista abanderó en la sombra contra él en aquel dramático Comité Federal de uno de octubre de 2016; y, "degenerando, degenerando", que dijo el torero Juan Belmonte para explicar cómo su banderillero Joaquín Miranda había llegado a gobernador civil de Huelva, Sánchez ha obligado al partido a dejar la liturgia y ha dejado la misa del 41 Congreso en las manos adecuadas para convertirlo en el club de fans que hoy es.

Esa desnaturalización de lo que un día fue el PSOE traerá consecuencias; probablemente no para el hoy presidente -"el que venga detrás que arrée"- pero sí para una sigla a punto de cumplir siglo y medio de vida, y sin cuyo protagonismo no se entiende España. González pasará, y con él Zapatero y Sánchez, pero el PSOE de mañana puede acabar braceando en toda España para no ahogarse como lo lleva haciendo el PSM en Madrid desde hace treinta años.

Esa desnaturalización de lo que un día fue el PSOE, no tengo duda, traerá consecuencias; probablemente no para el hoy presidente del Gobierno -"el que venga detrás que arrée", intuyo se dirá a sí mismo- pero sí para una sigla que está a punto de cumplir siglo y medio de vida, y sin cuyo protagonismo no se entiende España. Felipe González pasará, y con él Zapatero y Sánchez, pero el PSOE de mañana puede acabar braceando en toda España para no ahogarse como el PSM en la comunidad de Madrid lleva haciendo desde hace más de treinta años.

Sánchez quiere cambiar en las elecciones autonómicas de 2027 la historia de fracasos territoriales que le persiguen más allá del éxito indubitable del PSC de Salvador Illa por la política de apaciguamiento puesta en práctica en Cataluña; quizás, precisamente, por ell el PSOE es tercero en Madrid, Galicia, y está fuera de foco en Andalucía, Castilla y León, Murcia y Aragón, y por eso el inquilino de La Moncloa se ha embarcado en una compleja operación de desembarco de ministros: Óscar López a Madrid, Pilar Alegría a Aragón (sin permiso de Javier Lambán) y puede que también Ana Redondo a Castilla y León (sin permiso de Luis Tudanca, que quiere repetir).

El ruido orgánico está asegurado por más que en Sevilla todos hayan mantenido las formas. Veremos si los enviados del presidente triunfan, primero orgánicamente, y después frente a los gobernantes del PP en las elecciones autonñomicas y locales de centro de dos años y medio. De momento, lo que se ve es un PSOE con el síndrome del apache, a la defensiva, atrincherado en sí mismo y en bucle con su discurso autorreferencial contra la "fachosfera"; y, como vino a recordar en Sevilla el castellano-manchego Emiliano García-Page, el único político socialista que hoy supera al 40% de voto, en política el qué y el cómo, sobre todo si ese cómo despide un tufillo cesarista, son más importantes que el quién

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