Aquellos que gustan y frecuentan las corridas de toros suelen afirman que ellos de esto no saben. Se declaran ignorantes, y eso que suelen ser aficionados que han calentado mucho cemento en tardes de hastío y gloria. Pero estos aficionados sí saben algo básico, que la lidia es un arte en el que abiertamente se confirma la teoría de que la mayor parte de las grandes faenas taurinas son una recreación del público. Me atrevería a afirmar que no sólo en la lidia. Allí donde haya un credo, una fe, una manera compartida de creer en algo, desde la solemnidad de un dios a la simpleza y el significado de una camiseta de fútbol, el público termina extasiado -entregado, más bien-, en los momentos en que el espíritu tira del cuerpo como último recurso para salvar los dictados de la razón.
No creo en casi nada, que es una manera como otra cualquiera de decir que creo en muy pocas cosas, y así me evito el disgusto que la frustración anuncia antes de que aparezca la necesidad de rectificar. Y conste que una cosa es no tener creencias y otras estás falto de convicciones. Pero, en fin, lo cierto es que no estoy allí donde se juntan unos cientos de seres humanos y pueda perder el control de mi voluntad en favor de la mayoría, siempre difusa, cambiante y alternativa.
El PSOE está muerto, pero no lo saben
No creo en catecismos, y menos que en ninguno en los políticos. Caprichosos por elementales, episódicos por voluntad del baranda que marca el rumbo a su grey, el cónclave socialista del pasado fin de semana tiene todos los argumentos para asegurar que el PSOE, al menos el que muchos millones de españoles conocieron y votaron, no existe. Un hombre se ha hecho con el partido y le ha robado sus siglas con la misma sencillez con que los talibanes han entrado en Afganistán. Sin resistencia. Cuando lo que se dirime es el poder y, junto al poder, el futuro de cientos de averiadas biografías que han encontrado acomodo a la sombra del partido que mueve a su voluntad el líder, todo es posible. Y por eso es posible que incluso dos días después de terminar el 40 Congreso nadie sepa con exactitud qué han debatido ahí. ¡Una idea, una por favor! ¡Una!
Son reuniones en las que de la Ejecutiva entran unos y salen otros y el líder siempre es el mismo. Están hechas para mayor gloria de la militancia, que a modo de ejercicios espirituales pasan el fin de semana entretenidos tomando unos vinos y dando palmas. Y espero que se me entienda bien, escribo hoy sobre el partido de Sánchez -no, no puedo escribir PSOE-, pero haría lo mismo con el PP. De Podemos mejor no hablar, porque Iglesias se inventó aquello de los “inscritos y las inscritas”, que le valió hasta para que le dieran el visto bueno del casoplón de Galapagar.
Y ahora, todos socialdemócratas
Si, me sigue sorprendiendo la manera con la que los hombres necesitan fe, una fe, la que sea para resolver sus inquietudes políticas, las más terrenales. Es como si nada fuera posible al margen del rebaño. Y por eso me fascina ver la manera con que personas formadas y bien articuladas se dan a la militancia y se ponen a las órdenes de aventureros de la política. A eso le llaman patriotismo de partido: siempre con el partido, siempre con el líder, aunque este vaya cambiando los fundamentos ideológicos a su voluntad.
Antes Sánchez estaba a la izquierda. Ganó el Gobierno y se inventó un espacio lleno de minas en el que el socialismo se entregaba a comunistas y chavistas reciclados. Esa izquierda pasó después a cohabitar con nacionalismos, independentismos y filoetarras reciclados y blanqueados por las urnas. Y ahora, todos socialdemócratas. Y la militancia, desmemoriada y pragmática, da palmas por bulerías. Lo que le echen.
¡Ojo con la foto del abrazo a Felipe!
Ahora ese señor que vemos abrazado a Felipe González habla de la necesidad de la centralidad política, y entonces la militancia se levanta y las palmas son por alegrías. Todos los palos suenan cuando habla Sánchez, aunque todos les suenen igual a la parroquia. Poder, poder, poder. Y más poder. Por eso, cuando ese señor que está en Moncloa asegura que si hay un partido que ama España ese es el suyo, yo, a continuación, meto la mano en el bolsillo de mi americana por si acaso ya no está la cartera. Yolanda Díaz en la Fiesta del PCE dijo que tiene un proyecto de amor para España. Sánchez ahora le proclama su amor. ¿Sienten ustedes lo que yo, una mezcla de vergüenza ajena y mosqueo? Demasiado amor para ser solo política.
Confieso que me ha sorprendido la presencia de Felipe González, aunque no comparto la opinión que trasladan ciertos análisis complacientes y cercanos al sanchismo. Sí, consiguieron lo que pretendían; este domingo, El País puso en su portada la fotografía del abrazo de Sánchez y González. El lunes, entrevista a Sánchez en la Ser. El guión que no cambia. Pero González no es un palmero, y en la calle Ferraz aún están buscando un frase de su discurso que Sánchez pueda poner en la faja del próximo libro que le escriban.
Felipe González era el sábado pasado el mismo que le tiene dicho a este señor socialdemócrata que “en política, cuando generas más rechazo que afecto, estás acabado”. ¿Y qué dicen las encuestas, todas menos las de Tezanos? Y es el mismo que en su podcast asegura: Cuando todo está mal, aparece ahí un tío y dice que todo está bien y que el futuro es cojonudo. Mejor no seguir porque las hemerotecas y fonotecas están preñadas de diferencias entre uno y otro.
Sánchez, dueño del partido de Sánchez
Cierto, tiene más poder. La primera vez que fue secretario general su dirección obtuvo el 86% de apoyo; la segunda el 70, y ayer el 95.
Lo demás, es para consumo interno. Si Bolaños es ahora superbolaños o la socialdemocracia goza de una buena salud de hierro, es lo que se debe decir en un congreso. Incluso, como queda dicho, cabe eso de que si hay un partido que ama España ese es el suyo. Ya digo, vale para lo de Valencia, pero me pregunto por la cara de Rufián, Aizpurua, Belarra o Aitor Esteban si declarase ese amor en el Congreso de los diputados.
Y en todo caso, hay que recordar una vez más que los congresos se ganan con la militancia, pero a Moncloa te lleva la votancia. Y los votantes, sobre todo los indecisos, no están para aplaudir. Y menos para la lírica que interroga acerca de qué partido quiere más a la nación.
Cuidado Abascal, que no te enteras, que te están robando el relato.