Opinión

¿Están esperando a que me maten?

Me desvelé en mitad de la noche, últimamente me ocurre con frecuencia. Entonces fueron los golpes del viento, como manotazos contra una pared, los que me despertaron. Abrí los ojos y todo era negro a mi alrededor, así que intuí -sin at

  • Manifestación Comisión 8M -

Me desvelé en mitad de la noche, últimamente me ocurre con frecuencia. Entonces fueron los golpes del viento, como manotazos contra una pared, los que me despertaron. Abrí los ojos y todo era negro a mi alrededor, así que intuí -sin atreverme a sacar los brazos de las mantas para ojear el teléfono- que debían ser las horas más oscuras de la madrugada. Recuerdo que el insomnio duró varios minutos porque el vendaval no dejaba de zarandear la ciudad dormida. Y fue ahí cuando pensé en A. En sus miedos justificados. En su historia terrible. En su voz serena, a pesar de la dureza de sus palabras: “¿A qué estamos esperando? ¿A que nos maten? Para que luego nos maten y nos digan: “jo, es que mató a la joven de veintidós años”.

Lo transcribo porque se coló ese “jo” propio de su edad durante la entrevista que le hice esa misma tarde en directo en el programa que presento, tras mantener previamente con ella una larga charla telefónica. Era el “jo” de alguien que ese día cumplía sólo veintidós años pero que -lejos de lo que se espera de una celebración recién estrenada la veintena- no pudo disfrutar del cumple porque batalla contra monstruos que no le corresponden ni a ella en su tiempo, ni a ninguna otra mujer. “Nadie en esta vida nos merecemos pasar lo que yo, en este momento, de tener que estar escoltada 24 horas, de tener la angustia que tengo”.

Fue A. quien tuvo que llamar a la policía para pedir auxilio cuando se enteró de lo ocurrido. Desde entonces, una sombra la protege las veinticuatro horas: “A día de hoy sigo con escolta, sin poder hacer nada y con muchas preguntas en mi cabeza”

A. se levanta cada mañana con temor a que su expareja y maltratador pueda asesinarla en cualquier instante. “Esto es un sinvivir y, psicológicamente, esto te mata, te mata. Que no esperen al momento en que nos tengan que matar”. Allá por el mes de septiembre la justicia le impuso a su exnovio, de diecinueve años, una orden de alejamiento y la prohibición de acercarse a ella a menos de trescientos metros. Una medida que éste se saltó apenas una hora después de salir de los juzgados para amenazarla de muerte. Pasó una noche en el calabozo y poco más. Al día siguiente, él continuaba viviendo y ella sobreviviendo… hasta que, a principios de noviembre, el chico se convertía en noticia por el supuesto robo de una pistola en casa de un agente en Barakaldo, Vizcaya. Seguía siendo un maltratador, con gravísimos antecedentes penales y ahora, además, con un arma en su poder. Y es curioso porque se desplegó todo un dispositivo de búsqueda para dar con él, pero nadie se puso en contacto con su víctima. Fue A. quien tuvo que llamar a la policía para pedir auxilio cuando se enteró de lo ocurrido. Desde entonces, una sombra la protege las veinticuatro horas: “A día de hoy sigo con escolta, sin poder hacer nada y con muchas preguntas en mi cabeza”. Preguntas que nadie responde porque nada se sabe de la pistola y porque, tras presentarse en los juzgados, el chico está en libertad con una pulsera telemática y con la única obligación de dar señales ante la justicia cada quince días. Eso es todo. “Esto es una angustia, no me parece normal lo que se está haciendo judicialmente (…) ¿A qué estamos esperando? ¿A que nos maten?”.

Que no tengamos, un día de estos, que recordar estas palabras y echarnos las manos a la cabeza. Que no tengamos que hacerlo. Que no tengamos que hablar de su muerte como sí hemos hecho, esta misma semana, de la de Tatiana. Ella también tenía sólo veinticinco años. Su pareja la asesinó a puñaladas en su casa de Madrid y acabó, también, con la vida de la hija de ambos, de apenas cinco. Tatiana llegó a denunciarle por maltrato y su caso fue calificado de alto riesgo. Le pusieron protección policial y a él le prohibieron acercarse a menos de quinientos metros. Pero, todas estas medidas las canceló un juzgado de violencia de género cuando ella testificó en el juicio que no recordaba lo sucedido por miedo a perder a la pequeña.

Nada, salvo el recuerdo, queda ya de aquellas manifestaciones por el 25N

La mente de un asesino

Hace hoy exactamente siete días, el país se llenaba de gritos y pancartas por el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las mujeres. Nada, salvo el recuerdo, queda ya de aquellas manifestaciones por el 25N. Pienso en esto de camino a un recado matutino cuando una frase pintada en color sangre sobre una pared blanca, llama mi atención: “La tengo reclusa en mi mente y no sale”. La tengo. Es mía. Cautiva. En una prisión que, en demasiadas ocasiones ya, va más allá de la mente de un asesino… más allá de un muro en mitad de la calle de una ciudad cualquiera.

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