Opinión

Feijóo hace temblar a Almeida

La lista más votada, iniciativa de Feijóo, ha alterado el debate preelectoral. En el PP ha habido sorpresas. En el PSOE miran hacia otro lado

  • El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida y el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo / Europa Press

En año electoral, cualquier imprevisto se convierte en sobresalto. A veces, deriva en tragedia. Se impone por eso el juego a la defensiva, un cholismo mesurado que todo lo adormece. Así, por ejemplo, el alcalde de Madrid, quien compareció días atrás en lo de FJL rebosante de astucia y envuelto en un sayal de prudencia. Lo contrario que Monasterio, que optó por una tenue de soberbia, ni siquiera glamurosa. Almeida, nada más sentarse en el estudio, asumió su condición de Judas, pero Tadeo, no Iscariote. A su estilo, taimado y esquivo, reconoció su deslealtad hacia Ayuso cuando el terremoto de Génova y cerró así un episodio urticante. Todos tan amigos. Prueba superada. A por otra, también peliaguda.

El Madrid Central, una apuesta de la izquierda ecolocool muy difícil de digerir por la parroquia conservadora. Gobernar contra los tuyos tiene su precio y más cuando has pregonado lo contrario. Así y todo, si no mienten los sondeos, José Luis Martínez-Almeida se ha dejado en la gatera menos pelos de los previstos. El esfuerzo de Vox por torpedear los presupuestos de Ayuntamiento y Comunidad han sido grandes aliados. Madrid Central es una patada en el coxis de decenas de miles de ciudadanos, en especial de los que siguen con el mismo coche desde hace veinte años. Malo es eso, cierto, pero peor es Sánchez. "En esta vida, todo es en relación con qué", decía Lubitsch. Cuando desaparezca Fankenstein ya se hablará de islas peatonales y de los madriles sostenibles y renovables.

Levemente recuperado el resuello, Almeida acaba de toparse con otro sorpresón que lo dejó sin aliento. Aberto Núñez Feijóo, en su empeño de alejarse de Abascal, colocó en el vértice de sus 60 promesas de las Cortes de Cádiz el pacto de la lista más votada. Una idea antañona, casi mariana, lanzada como recurso dialéctico para cuando le insistan con la pregunta de si piensa pactar con Vox. "Ah, no, ya lo hemos dicho, yo la lista más votada", responderá entonces el austero gallego. Y a otra cosa.

La idea tampoco le entusiasma a Isabel Díaz Ayuso, ostensiblemente esquiva. "Bueno, mejor sería reformar la ley electoral, plantear la segunda vuelta..."

La propuesta gaditana se le atragantó a Almeida en plena celebración del año del conejo en su barrio, Usera, el Chinatown madrileño. No sería hoy primer edil de la Villa y Corte de imperar esta ley, puesto que Mucho Madrid consiguió cien mil votos y cuatro escaños más que el PP en aquellas municipales del 19. Cierto que ahora los sondeos le sitúan muy por encima de Rita Maestre, esa vana anécdota. La idea tampoco le entusiasma a Isabel Díaz Ayuso, ostensiblemente esquiva. "Bueno, mejor sería plantear la segunda vuelta... en fin, los presidentes autonómicos no pintamos nada en esto", apuntó, antes de ser homenajeada en la Complutense entre una recua de bestezuelas que berreaban 'asesina'. Era la Facultad de Periodismo.

Los sabiondos de la derecha sugieren, no sin razón, que el problema es la ley electoral que Mariano Rajoy desechó reformar durante su mayoría absoluta. Todo lo demás son remiendos. Albert Rivera, en uno de sus más señalados aciertos, insistió siempre en la desmesura que supone el que ERC logre tres escaños más con la mitad de votos que Ciudadanos. O sistema uninominal al estilo british o segunda vuelta a la francesa. Tout le reste... Almeida parece haber recuperado el pulso. Sólo fue un susto, nadie le había advertido y se encontró con la sorpresa. "La seca información" de que hablaba Dante. Sabido es que Sánchez, uncido a la arrogancia más que a la razón, ni va a aceptarlo ni va a pactar cosa alguna con Feijóo.

Si una huelga de camioneros puede congelar las arterias de un país, la de funcionarios puede bloquear el cerebro y extremidades

Los agobios del pobrecito alcalde se disiparon al tiempo que el cielo se tornaba oscuro y plomizo sobre los tejados del Palacio de La Moncloa. Tras el 'diciembre negro' de la sedición, malversación, el TC y los violadores excarcelados por el Sí es sí (ya van 260 favorecidos por la ley Pam), sobreviene ahora el 'enero trágico', con una eclosión de huelgas y protestas en amplios sectores de la Administración que amenazan con paralizar la maquinaria del Estado. Si una huelga de camioneros puede congelar las arterias de un país, la de funcionarios puede bloquear cerebro y extremidades. Un Gobierno ha de temer, fundamentalmente, la ira del empleado público, esa infantería gris e imprescindible.

Arrancan ahora paros generales en la Inspección de Trabajo, sanitarios (al menos en siete comunidades), SEPE, Agencia Tributaria, letrados de Justicia, Seguridad Social y unos cuantos más que ya concretan fechas para dejar oír su razonado bramido. Estas muestra de malestar tiene un punto en común. Los representantes sindicales argumentan al unísono que jamás ministro alguno ha querido recibirlos, escucharlos, reunirse con ellos. Lejos de amagar un diálogo, los desprecian. Así, un hotentote que ejerce de secretario de Estado de Justicia, la cartera de la licuada Pilar Llop, calificaba la protesta de 'huelga política dirigida contra el pueblo'. Poco le faltó para calificar de fascistas a los trabajadores, ese afectuoso apelativo que ya dedicó el Gobierno a los jueces independientes que no comulgan con sus despóticas instrucciones. No lo descarten.

Los 800 estrategas de la Moncloa pensaban haber redondeado su operación 'Ya estamos en el 23' con un venturoso menú, a base de fruslerías económicas en Davos, petanca con pensionistas apócrifos en Coslada y paseo en bici en una calle vaciada de Pucela. Todo muy artificioso y ortopédico, marketing político de recuelo que al PSOE le funciona. Tal es su mercado. Ahora empieza lo bueno. Si Bolaños no lo remedia, el sanchismo se adentra en otra etapa de tormentas, peor que la de diciembre, en la que se sudará mucho y alguno(s) puede perder la cabeza. Y no será Almeida.

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