A partir de la aprobación de la Constitución de 1978 y durante siete lustros, en el Parlamento español había imperado un bipartidismo imperfecto con dos grandes fuerzas de ámbito nacional, una que cubría un amplio espacio desde el centro hasta la izquierda y otra que hacía lo mismo desde el centro a la derecha. Si les ponemos apellido a estas dos opciones, los votantes en nuestro país se han concentrado en las elecciones generales y en la mayoría de las autonómicas en un gran partido socialdemócrata y otro, igualmente hegemónico en su sector, de carácter liberal-conservador. En su periferia han orbitado los nacionalistas, fundamentalmente catalanes y vascos, y los comunistas clásicos, intentando aprovechar las diferentes coyunturas para sacar tajada cuando el PP o el PSOE quedaban en minoría mayoritaria y necesitaban su concurso para articular mayorías estables. Este esquema se rompió con la irrupción de Ciudadanos y de Podemos en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, así como en Autonomías y Ayuntamientos de capitales de provincia. La reciente emergencia de Vox en las elecciones andaluzas y los abultados porcentajes que le otorgan los sondeos de cara al inmediato futuro, han incrementado el número de jugadores en el tablero a cinco, generando una notable confusión en los hasta ahora dueños del duopolio, así como transferencias multidireccionales de papeletas todavía imprevisibles. El esfuerzo de adaptación tanto de los ciudadanos como de los políticos a este nuevo escenario está siendo considerable y en bastantes aspectos traumático.
Para los partidos dominantes la llegada de tres competidores es un grave inconveniente; para los votantes, una ventaja asociada a todo aumento de la oferta y que ensancha su capacidad de elección
Este cambio de paisaje puede ser visto como positivo o como negativo, dependiendo de quién lo sufra o de quién lo aproveche. Para los dos partidos hasta hace poco dominantes, la llegada de tres competidores potentes es un grave inconveniente, para los votantes entendidos como consumidores presenta la ventaja asociada a todo aumento de la oferta, que ensancha su capacidad de elección. Desde la perspectiva de la calidad democrática del sistema, en la medida que existen más posibilidades sin caer en el caos de la sopa de letras -cinco productos en el mercado es un número razonable- se proporciona a los ciudadanos una mejor oportunidad para definir sus preferencias y obliga a los antiguos amos del cotarro a limpiar sus establos, comportarse honradamente y precisar con claridad sus ideas y sus programas. El nivel de corrupción, de desideologización y de deterioro institucional alcanzado por nuestra ineficiente partitocracia era ya alarmante y la entrada de actores de refresco en el elenco ha de tener sin duda efectos vigorizantes y beneficiosos.
El nerviosismo en algunas cúpulas partidarias ha rozado la histeria y es de esperar que se vayan calmando. Hablar de cordones sanitarios, de extrema derecha y otras descalificaciones gruesas son más fruto de una reacción defensiva desesperada que de una realidad constatable. Como siempre, las etiquetas son reduccionistas y no ayudan a una correcta comprensión de las cosas. La constitucionalidad o inconstitucionalidad de una posición, el grado de radicalidad de un planteamiento o la naturaleza democrática o totalitaria de un proyecto se calibran en las propuestas concretas y en las bases morales y conceptuales de cada formación política y sólo un análisis objetivo, riguroso y contrastado de las agendas respectivas permite atribuir calificativos con propiedad y sin prejuicios.
La apertura de un debate en profundidad sobre los notorios defectos de nuestra estructura territorial no es situarse fuera del orden constitucional, sino una necesaria llamada de atención sobre un modelo de Estado cuyo sostenimiento financiero es ya insoportable y cuyo manejo político resulta casi imposible. El compromiso con los valores definitorios de la civilización occidental frente a concepciones foráneas incompatibles con la dignidad humana y, en particular, de las mujeres, no parece que sea inoportuno cuando en bastantes países europeos se están creando guetos impenetrables a las leyes que configuran las sociedades abiertas con el consiguiente menoscabo de derechos y libertades individuales. El tratamiento racional de la inmigración, aunando las medidas humanitarias con la exigencia del cumplimiento de la legalidad y la protección de nuestros sistemas de bienestar social tampoco entra en el terreno de la xenofobia si se lleva a cabo de manera equilibrada y sensata. La puesta en marcha de políticas que atajen nuestro preocupante declive demográfico es otro asunto que requiere una acción urgente y decidida antes de que sea demasiado tarde.
Cinco productos en el mercado es un número razonable que obliga a los antiguos amos del cotarro a limpiar sus establos, comportarse honradamente y precisar con claridad sus programas
En cuanto al espinoso tema de la defensa de la vida humana en todas sus etapas, nadie que no esté prisionero de un dogmatismo ciego se puede oponer a que los poderes públicos ofrezcan a las embarazadas en dificultad económica, familiar o laboral, el apoyo material y psicológico indispensable para culminar felizmente, si libremente lo desean, su maternidad, en lugar de empujarlas sistemáticamente al quirófano. Tan legítimo es adherirse a un concepto federal de Europa como inclinarse por una Unión de Estados y ciudadanos en la que una intensa integración económica, institucional y jurídica no vaya en detrimento del respeto a la soberanía de sus miembros. Isabel Díaz Ayuso, la vibrante y sincera candidata del PP a la presidencia de la Comunidad de Madrid, ha reconocido recientemente que prácticamente todo lo que afirma Vox lo ha oído anteriormente en el PP, palpable demostración de que este nuevo partido ha nacido más para llenar un vacío dejado por otros que por aportar verdaderas novedades.
Más allá de matices estéticos, estilos retóricos y personalidad de los líderes, un examen serio del sustrato doctrinal y de los programas específicos de los nuevos partidos pone de manifiesto que antes de dictar anatemas y declarar inaceptables a los demás, algunos de estos arcángeles flamígeros harían bien en mirar con quién se juntan y descubrirían que las genuinas malas compañías no están precisamente del otro lado, sino que retozan en su propio y desaseado lecho.