Quiero agradecer al expresidente Puigdemont el gran trabajo realizado. Nadie en menos tiempo ha hecho más por la unidad de España. Con precisión de relojero suizo ha ido desmontando pieza a pieza el andamiaje independentista. Qué tío, qué templanza, qué serenidad, cómo se ha camelado a las huestes nacionalistas. Cuando se han dado cuenta, estaban ya desarmados y en manos de la justicia. Llevaban décadas amenazando con soltar la bomba nuclear para recabar del Estado todo tipo de prebendas, unas transferencias por aquí, unos miles de millones por allá, en fin, calderilla para ir tirando, decían, hasta que llegue el día D y la hora H. Porque ese día se abrirían las puertas del cielo y aparecería el Mesías para liberar al pueblo catalán.
Era veintisiete de octubre y pasaban veintisiete minutos de las tres de la tarde. Lo anunciado por los profetas payeses in illo tempore se cumplió. Se abrieron las puertas del palacio de Sant Jaume y ante la muchedumbre apareció él, el salvador, Carles Puigdemont, rodeado de una comparsa de caganets con rostros demudados. Se abrazaban, se daban la mano, se felicitaban mutuamente: lo habían conseguido, por fin eran libres. El entusiasmo se trasladó a las calles y plazas, TV3 daba la buena nueva y Barcelona se llenaba de esteladas. La rebelión estaba en marcha, Puigdemont lo había conseguido.
Puigdemont ha hecho su trabajo
Él había hecho su trabajo; ahora le toca actuar a la Justicia. En la sede del CNI se frotaban las manos: ya los tenemos, comentaban, que bueno es Puchimón, hay que pedir para él una condecoración. El jefe del Centro, un viejo coronel, presumía: “siempre dije que era nuestro mejor hombre”. El espía Puigdemont ha prestado, en efecto, un gran servicio a España. De un plumazo, se ha cargado el independentismo y ha asestado un golpe brutal a la credibilidad de los antisistema que comanda Pablo Iglesias, una tropa que hoy se bate en retirada y con el rabo entre las piernas.
No contento con tales hazañas, Puchimón se ha instalado en Bruselas, dispuesto a continuar su obra creadora: su próximo objetivo es desestabilizar al gobierno del francófono Michel. Los ultras flamencos han picado el anzuelo y las escaramuzas no han hecho más que empezar. Y eso que sólo les ha pedido asilo político. Un auténtico crack. Desde estas líneas le invito a pasarse por “Le Roí dEspagne” a tomarse una copa de coñac. Soberano, claro está.
Por cierto, si al final se demuestra que no es un espía del CNI, porque sencillamente se trata de una bomba con patas, me comprometo a llevarle cada veintisiete de octubre una botella de cava a la prisión en la que se encuentre.