Opinión

Grand Prix arrasa (26,1%) en el día que descubrimos que hemos cambiado a peor (o no)

Decidió RTVE remontarnos a los veranos de la década de 1990 con la reposición del Grand Prix y acertó. La audiencia de su estr

  • Ramón García en la presentación del Grand Prix. -

Decidió RTVE remontarnos a los veranos de la década de 1990 con la reposición del Grand Prix y acertó. La audiencia de su estreno ha sido del 26,1%, con 2.572.000 espectadores. Es muy extraño que cualquier canal de televisión contemporáneo obtenga unos resultados tan elevados con un programa. En La 1, fútbol y eventos aparte, sólo lo recordaban los más viejos del lugar. La factura del concurso será de 4 millones de euros por 7 programas. En las primeras ediciones, existía la opción de compensar esas inversiones con bloques publicitarios. Desde 2010, no. Pregúntense qué ganó quien tomó la decisión de eliminarlos. Ése que ahora habla del infinito en los mítines del PSOE después de ser rescatado del centro de día donde se recluye a los expresidentes. Generalmente, insoportables.

¿Y qué tal fue el programa? Podría decirse que no es la nostalgia la mejor amiga de la verdad. La juventud concede la vitalidad y la ignorancia. La primera se extingue con el paso de los años y la segunda se la come la picardía. Como ese conocimiento tiene un regusto amargo, suelen añorarse los tiempos un poco más dulces, pese a que no eran mejores. Lo que ocurre es que el presente suele estar movido por otras leyes y otros códigos. Así que uno de los participantes del primer episodio del Grand Prix de 2023 era un cura del municipio madrileño de Colmenarejo que hacía crossfit o alguno de esos derivados de gimnasio. Era un sacerdote moderno, con la cara de un Jesucristo mofletudo tatuada en varios colores y una buena forma física. Un religioso proactivo, seguramente resiliente y realfooding. “Se puede ser tradicional y a la vez moderno”, venía a decir en el reportaje.

“Cómo hemos cambiado”, dirá algún espectador con estupor al comprobar que los curas han completado el trayecto que dista desde el púlpito hasta la bici estática y la estantería de las mancuernas. O al observar que en este nuevo Grand Prix los mozos no corren detrás de una vaquilla, dado que lo prohíbe el contenido de la Ley de Bienestar Animal. El bicho ha sido sustituido por una especie de actor, embutido en un disfraz de novillo musculoso que se asemeja a una mascota de baloncesto y que se dedica a lanzar troncos y otros artilugios a los concursantes mientras una comentarista (streamer) llamada Cristinini lo relata sin dejar ni un instante al silencio y mientras el técnico de montaje introduce los mismos efectos de sonido que en 1996. Invariables, como los programas de fiestas de los pueblos, pese a que las generaciones que los disfrutan son distintas.

“Esto ya no es lo mismo de antes”, comentaba un amigo mientras me enviaba un vídeo de la prueba de 'la patata caliente' en la que Chiquito de la Calzada no atinaba a adivinar la longitud del río Danubio mientras el globo se inflaba hasta cubrir cuatro veces su cabeza. Le explotó en las manos y fue difícil contener la carcajada. Este lunes, una alcaldesa (Alfacar, Granada) con aspecto de dueña de pensión madrileña no acertó a adivinar el número de bares que operan en España y podría decirse que se molestó. “No tiene la misma gracia”, apuntaban desde un grupo de WhatsApp. En realidad, el formato es muy parecido. Lo que lo distorsiona es la nostalgia. Sucede igual con todos los recuerdos engrandecidos. Ese barniz sirve para tratar de dar sentido al pasado y a la vida misma. Es falso. Grand Prix siempre fue plomizo, como tantas otras cosas.

Algo similar sucedió cuando, en 2004, TVE programó por tercera vez Un, dos, tres... responda otra vez. Hubo quienes lo esperaron con impaciencia porque les fascinaba ese concurso del pasado. Ese refugio de los viernes por la noche, que era la puerta al fin de semana. Pues bien, la apuesta duró unas pocas semanas y su audiencia fue floja. Hubo quien se dio cuenta de que en realidad era un tostón largo y sin mucho ritmo. Los tiempos habían cambiado. La velocidad de los formatos televisivos era mayor. Era lo que ocurrió ayer con el Grand Prix. Repito: la nostalgia es traicionera. Si el protagonista de Fresas salvajes se hubiera quedado una semana en la finca idílica donde pasó su juventud, al tercer día se habría aburrido como una ostra.

Ramón García, enorme

El programa lo presenta Ramón García, que es genio y figura. Ejerce de tío simpático y cuñado resultón con virtud. Ha perdido pelo, pero no energía. Las pruebas del programa son distintas, pero similares a las de antaño. Los mozos y mozas de los pueblos participantes brincan por los troncos locos, suben rampas, corren por cintas transportadoras que se mueven en sentido contrario a su marcha, tropiezan, se caen y chocan con colchonetas y cintas blandas. Ahora llevan adosadas cámaras GoPro para que el espectador se meta en su piel mientras se descuernan contra el suelo. Desde la tribuna, miraba con cara de divertirse poco Lolita, que ejercía de madrina y de elemento que ha sobrevivido al paso del tiempo en televisión.

Después de varios años de rumbo errático, RTVE ha reforzado la parrilla de La 1 con algunos programas que han enganchado a la audiencia y han mejorado su dato. Se nota que hay más dinero y han llegado nuevas ideas. Quizás porque las privadas están en crisis. Pronto empezarán a llorar en Moncloa de nuevo.

Grand Prix no era tan divertido como usted seguramente lo recordaba. Es lento y propio de un tiempo que quedó atrás... y que tampoco fue tan excelso, no se engañe. En cualquier caso, recuperar este concurso es un acierto. El prime time se merece algo de entretenimiento familiar entre dramas turcos, realities insoportables y la enésima serie que se hace para Netflix y fracasa en el intento de dar el salto a la TDT.

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