La gente se pregunta qué va a hacer este mes a punto de estrenar. No porque tenga que decidir si se va de vacaciones, que tampoco es época, o si acudirá a tal o cual evento familiar. La gente, el personal, los que no vivimos de la paguita o el cargo tenemos una pregunta atragantada: ¿qué vamos a hacer este octubre? Algunos te dicen con la mirada de quien ha recibido un directo en la mandíbula y, aunque todavía se mantienen en pie, están a punto de caer en la lona que piensan aguantar su empresa hasta final de año y entonces, si las cosas no han mejorado, echar el cierre. Hablo de pequeños y medianos empresarios, de esos de los que vive la satrapía política chupándoles la sangre a impuestos y leyes absurdas, los que aportan la mayor parte de lo que recauda Hacienda para dilapidarlo luego en separatistas, delincuentes, pro vaginas gallináceas o en quienes abrevan puntualmente cada mes esos sueldazos que ellos se han fijado y que jamás cobrará un trabajador español ni en sueños.
Se calcula en más de 800.000 los autónomos que cesarán su actividad cuando 2020 cierre su ejercicio. Ahí se producirá una quiebra social que puede perfectamente vislumbrarse a poco que uno sepa lo que está pasando en los comedores sociales, en los bancos de alimentos, en las entidades benéficas que dan comida a quien carece de ella. Comida. En pleno siglo XXI hay cada vez más familias que van a buscar su ración de pasta, de conservas, de lácteos a diario porque no tienen para pagar alquiler, consumos y, a la vez, poner algo en la mesa. Por fin existen niños que pasan el calvario de carecer de comida en España, como gustaba afirmar a la izquierda de mariscada y mansión. Por su culpa. Por su ineficacia, por su desastrosa política que lo único que sabe sembrar es odio y enfrentamiento cuando lo que le hace falta a la nación es sembrar trigo, progreso, trabajo, sensatez.
También hay quien, de momento, va tirando apretándose el cinturón, que acude al trabajo con un ojo puesto en el ERTE y otro en el paro. Esos no dicen qué van a hacer, porque no está en su mano más que aceptar lo que los políticos decidan qué van a hacer con ellos. Algunos aprietan las mandíbulas. Otros piensan en aquellos días en los que fuimos felices sin saberlo y en tantas y tantas cosas que dábamos por hechas, sin ser conscientes de que el bienestar y la libertad son muy frágiles y suelen romperse a la que la demagogia hace acto de presencia. La gente común, la ordinary people, se pregunta cuánto va a durar esa miniatura de la vida que llevaban hace tan solo un año, y de si sus hijos tendrán que quedarse en casa porque confinen el colegio, y de cómo se las arreglarán para afrontar lo que los cursis de moño y revista de moda, esa progresía de papel cuché y sonrisa hipócrita, denomina conciliación familiar.
Hay también quien se pregunta con lágrimas en los ojos si va a volver a ver a su padre, a su madre, a sus abuelos, internados en unas residencias que siguen como estaban, igual que la sanidad, igual que la investigación acerca del virus, igual que todo, porque nada se ha hecho ni nada se ha aprendido. Miran viejas fotografías en las que la generación que sacó a sus familias a base de esfuerzo y tesón, sin consignas baratas ni copas vaginales, sonríen con la cara de quien sabe que ha cumplido con su deber.
En cambio, Sánchez, Iglesias, Torra, Rufián, los de Bildu, los del PNV, sí saben lo que van a hacer este próximo mes. Por lo pronto, cobrar, que eso lo tienen garantizado hagan lo que hagan
Los jóvenes no se preguntan nada, porque intuyen que si ellos no conocen las preguntas mucho menos quienes mandan tienen las respuestas. Los lúcidos tampoco se plantean qué harán el próximo mes. Saben a ciencia cierta que la vida se medirá a partir de esta crisis por días, por horas, por minutos, y que nunca como en este tiempo de vendedores de crecepelo el concepto Carpe Diem fue tan exacto y veraz.
En cambio, Sánchez, Iglesias, Torra, Rufián, los de Bildu, los del PNV, sí saben lo que van a hacer este próximo mes. Por lo pronto, cobrar, que eso lo tienen garantizado hagan lo que hagan. También los políticos de la oposición, que, por no saber, no saben ni unirse en las cosas razonables en las que toda persona de bien puede estar de acuerdo.
Un buen amigo mío al que le he formulado la pregunta que da título a este billete me ha respondido: “Este octubre pienso vivir, si Dios quiere, que, con más de cincuenta mil muertos por culpa del virus y de la canallería de los responsables políticos, ya es mucho decir”.
Efectivamente, ahora más que nunca vivir es lo que importa.