Opinión

El incierto futuro de Pedro Sánchez

La Providencia sería muy cruel si le proporcionase, cuando ya nos hayamos librado de él como gobernante, nuevas herramientas con las que continuar su obra de demolición a mayor escala

  • José Luis Rodríguez Zapatero saluda al presidente del gobierno, Pedro Sánchez

La fecha de las elecciones generales, un domingo aún por determinar a finales de 2023, se aproxima inexorable y Pedro Sánchez lo ve engrandecerse paulatinamente en el horizonte mientras todas las encuestas, salvo las salvas de propaganda de Tezanos a cargo del contribuyente, le vaticinan una sonada derrota. De forma insistente, las predicciones demoscópicas auguran como ganador al Partido Popular con un número suficiente de escaños que le permitirá gobernar con el apoyo del tercer clasificado o quizá en solitario si su cosecha de votos le facilita equilibrios parlamentarios que le garanticen una razonable estabilidad.

Un análisis somero de la realidad política, económica y social española indica que la supervivencia de Sánchez es prácticamente imposible porque los factores en su contra son muy superiores a los que pudiera tener a favor. Para poder alcanzar y mantener su poder, el actual inquilino de La Moncloa ha realizado tales contorsiones, ha pegado tantos volantazos, ha mentido tan frecuentemente y con un descaro tan supino que, salvo los votantes socialistas automáticos impermeables a los hechos, pocos ciudadanos de nuestro atribulado país pueden otorgarle su confianza. Sus apoyos separatistas y bolivarianos, por su parte, no apuntan tampoco al alza. Nacionalistas catalanes y vascos simplemente se mantienen y la extrema izquierda y sus diversas tribus cotizan a la baja porque Podemos ha decepcionado profundamente a sus bases sociales y la relamida nueva líder de este heterogéneo sector no acaba de cuajar un proyecto consistente. Su renuncia a presentar su inédita marca a las autonómicas y municipales de mayo denota una inseguridad y una precariedad que se reflejarán sin duda en un pobre resultado en las generales.

La situación actual guarda visibles paralelismos con la vivida tras la crisis financiera global de 2008 que liquidó a Zapatero en los comicios de 2011

En cuanto al grado de satisfacción de la gente respecto a sus condiciones de vida, el panorama a corto plazo se presenta, por desgracia, oscuro tirando a negro. La guerra de Ucrania se vaticina larga, la inflación no tiene visos de remitir, el empleo se está resintiendo, la bolsa desfallece y cada día un número mayor de familias se debaten en la escasez cuando no en la desesperación. Este clima de tenso descontento colectivo tendrá de manera inevitable su reflejo en las urnas y no precisamente para apuntalar al Gobierno. La situación actual guarda visibles paralelismos con la vivida tras la crisis financiera global de 2008 que liquidó a Zapatero en los comicios de 2011. La diferencia entre los dos escenarios estriba en que entonces todo el descontento respecto al Gobierno sólo podía encauzarse hacia unas únicas siglas y hoy se repartirá en dos, lo que le complica la maniobra a Feijóo, muy reacio a un Ejecutivo de coalición con Vox que le impediría ubicarse cómodamente en el espacio de eclecticismo centrista propio de su biografía y de su idiosincrasia celta. Vox, por su parte, ha de andar con cuidado si quiere ser una pieza decisiva tras la previsible caída de Sánchez. Su electorado, fuertemente ideologizado y de firmes convicciones, parece muy sólido, pero si la cúpula del partido conservador persiste en estrategias de comunicación equivocadas y en perderse en líos internos, sus fieles pueden al final refugiarse en la opción que consideren segura para dejar atrás la pesadilla que ahora nos consume y repetir lo sucedido en Andalucía.

Podría hacer como Zapatero y ponerse al servicio del lado oscuro a cambio de sustanciosos emolumentos. Esta es una posibilidad no descartable

La pregunta que emerge en este contexto es cuál será la salida que Pedro Sánchez debe estar preparando a su eventual fracaso en las elecciones de 2023. Se ha hablado de un destino internacional de primer nivel, la Secretaria General de la OTAN, la presidencia del Consejo Europeo y puestos de relumbrón semejantes. Sin embargo, no es probable que sus colegas de los veintiséis restantes Estados Miembros de la UE y no digamos la Casa Blanca le consideren un candidato idóneo para tales altos menesteres. Le conocen bien porque le han tratado a menudo en reuniones y foros diversos y seguramente le tienen tomada la medida. Un tipo capaz de gobernar con los enemigos declarados del orden constitucional en virtud del cual ejerce su mandato a la vez que pone en peligro la supervivencia de la Nación que le ha sido confiada con tal de disfrutar de la púrpura, no ha de resultar muy fiable a los ojos de los que tendrían que asignarle los privilegiados empleos con los que sueña. También podría hacer como ZP y ponerse al servicio del lado oscuro a cambio de sustanciosos emolumentos. Esta es una posibilidad no descartable porque si el maléfico Bambi ha demostrado carecer por completo de escrúpulos morales a la hora de buscarse un opulento pasar, el nivel ético de Sánchez ha probado ser incluso inferior al requerido para ser el lacayo de un narcodictador de la peor especie y por tanto en este aspecto se pueden esperar de él ignominias aún más abyectas -para tener a la siniestra Bildu como aliado preferente se necesita estómago- que las que ya ha cometido hasta el momento.

Sensatez, honradez, patriotismo

Hay personajes tóxicos que envilecen y destrozan todo lo que tocan y la democracia, el menos malo de los sistemas políticos, en ocasiones los encumbra hasta oficios públicos en los que su capacidad de causar estropicios se multiplica peligrosamente. Abriguemos, pues, la esperanza de que, sea cual sea el porvenir de Pedro Sánchez una vez deje de presidir el Gobierno de España, lo aleje el máximo posible de nuestros asuntos patrios. Durante los años en los que ha manejado las palancas del Estado ha impulsado un deterioro tan enorme de nuestras instituciones, nuestra unidad nacional, nuestra solvencia financiera, nuestra seguridad y nuestro prestigio fuera de nuestras fronteras, que la Providencia sería muy cruel si le proporcionase, cuando ya nos hayamos librado de él como gobernante, nuevas herramientas con las que continuar su obra de demolición a mayor escala. Por mal que hayamos hecho las cosas y hayamos merecido un castigo, todo tiene un límite y ya nos toca una etapa, preferentemente larga si no es mucho pedir, de sensatez, honradez, competencia y patriotismo en aquellos que administren nuestro dinero, elaboren, ejecuten y hagan ejecutar nuestras leyes y nos representan ante el mundo.

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