Joaquín Leguina, último presidente socialista de Madrid antes de que la capital de España se convirtiera en un infierno, -eso decían unos cientos de ciudadanos en un comunicado días antes del 4-M-, ha escrito un libro que, tengo para mí, no ha leído y no se atreverá a leer el presidente del Gobierno. Un error. Si por un momento se quitar esa pátina de soberbia y prepotencia que le acompaña, debería hacerlo y, con humildad, agradecer al veterano socialista que haya puesto negro sobre blanco unas cuantas verdades irrefutables basada en hechos, datos, fechas, toda esa maldita ferralla que sustenta a la verdad. Su lectura no hace daño. El libro (Pedro Sánchez. Historia de una ambición. Espasa, 2021) es una suerte de biografía política elaborada por alguien que, a día de hoy, tiene el mismo carnet que el inquilino de La Moncloa, por lo menos hasta que el órgano de garantías, o como se llame en el PSOE, resuelva si le expulsan junto a Nicolás Redondo Terreros. Dos socialistas que el sanchismo no reconoce porque llevan un tiempo con la extraña manía de decir lo que piensan. Y lo que piensan es, a diferencia de lo que pasa con Sánchez, siempre lo mismo. Y pensar siempre lo mismo es una actividad de riesgo en esta España en el que las hemerotecas y fonotecas de la radio han perdido todo su crédito.
Dos elementos decisivos
Quiero decir que el cambio de opinión por sistema y siempre a conveniencia de quien muta en su parecer, no tiene efectos entre la opinión pública. Lo hemos asumido con facilidad, con la misma con que admitimos que un político mentiroso pueda presentarse a las elecciones, y lo que es aún peor, ganarlas. Habla pueblo, habla.
Leguina lleva toda una vida militando en el PSOE. Sabe de lo que habla. Conoce el paño y el barro con que están hechas la ambición y la soberbia cuando buscan acomodo en la política. En un momento de su libro recuerda los días después del 39º congreso del PSOE (junio 2017) tras el éxito de las primarias, éxito que "trajo consigo la destrucción del sistema interno del partido". A continuación escribe: "Con abundante literatura de evasión, lo que allí se decidió fue que en el nuevo PSOE solo existirían como elementos decisivos: el líder elegido en primarias, es decir, el sistema plebiscitario y las bases a las que creo conocer bastante bien: sectarios y chupópteros a partes iguales".
Escribo esto último, y ya es casualidad, cuando escucho en Onda Cero a Juan Espadas, alcalde de Sevilla y ganador de las primarias andaluzas. Le preguntan al futuro candidato a la presidencia andaluza si él apoya al Gobierno con los indultos. Respuesta: "Apoyo al Gobierno en la concesión de los indultos, igual que lo apoyaría si no los concediera". Un consejo amigo lector: pare la lectura, vuelva leer la declaración de Espadas y dedíquele un minuto de su pensamiento.
Me cuentan que el alcalde sevillano es persona estimable y conciliadora y no precisamente sanchista. Como no lo conozco, lo doy por bueno. Pero no quiero pensar en quien carece de estos atributos a la hora de tomar partido por el lado chupóptero o el sectario de los que habla Leguina.
Calvo, esa antigua forma de hacer política
Ahora, la señora Calvo, vicepresidenta del Gobierno y una obstinada militante socialista y muy, muy antigua en su forma simple y zafia de hacer política, despacha lo de Colón como una reunión de la ultraderecha. Ella verá, si los que fueron a Colón son la ultraderecha. Si Savater y Trapiello que, entre otros, convocaban, lo son, el disparate de esta señora tan remota desbarra con verdadera devoción.
Ni ella, ni Sánchez, ni nadie en el PSOE ha explicado por qué se han ido tantos votos del PSOE al PP en las elecciones de Madrid. Y pareciera que eso no importa, siendo la votancia, y no la militancia, la que finalmente te mete o saca en Moncloa. La militancia, si no sectaria o chupóptera, deviene con facilidad en lábil y pastueña, como los toros dulces que van una y otra vez a la muleta y no quieren ver que tras el engaño simplemente no hay nada.
Sánchez, siempre con la opinión que le conviene
Vuelvo al libro de Leguina que recuerda un debate televisivo entre los candidatos a las primarias: Susana Díaz, entonces muy poderosa hoy en desgracia, Patxi López y Sánchez. Le decía la presidenta de la Junta. "No digo que seas voluble Pedro, sino que vas cambiando de opinión en función de lo que te viene bien". Hoy Sánchez no está solo. En el camino ha encontrado a una militancia que hace exactamente lo mismo que él. Son ya la misma cosa. El mismo cuerpo. Llamémosle democracia interna. Pero cuesta mucho, ¿verdad? Ya lo creo que cuesta.
Qué siente esa militancia que no traga con todo cuando escucha la voz de Sánchez por la radio diciéndole a Risto Mejide que él "siente vergüenza de que un político indulte a otro y que él mismo pide perdón por los indultos dados por gobiernos socialistas". ¿De verdad, señora Calvo, son fachas los que fueron a Colón el domingo?
Estos son los tiempos que nos tocan vivir. Pedro Sánchez dijo en octubre de 2019 lo mismo que los españoles -¡ni de bien ni de mal, que vaya desenfoque el de Rosa Díez!- que estuvieron en Colón: que los presos sediciosos y malversadores cumplan las penas impuestas. El razonamiento es simple: si los de Colón son ultraderechistas Sánchez ¿qué es? Claro, que duele que lo expresara Andrés Trapiello con meridiana claridad: "Nadie es facha por decir hoy lo que decía Sánchez hace unos meses". Si la hemerotecas ya no sirven que al menos la claridad y la elocuencia de un gran escritor pongan en su lugar a tantos mentirosos. Y mentirosas.
A este líder sigue la militancia socialista sin inmutarse. Antes no eran partidarios de los indultos, ahora sí. Han tragado tanto que Sánchez nada tiene que temer. Le acompañará, junto a Iván Redondo, al mismísimo barranco de la Historia. La votancia es otra cosa, pero no parece que importe demasiado. Será que aún no se han enterado de lo ocurrido en Madrid. ¡Vaya con estos errantes socialistas fachas que ahora votan a la derecha! Pues nada, de derrota en derrota hasta la victoria final.