La cumbre de la OTAN celebrada estos días en Bruselas ha escenificado la vuelta de los americanos a la Alianza con el presidente Joe Biden haciendo el camino inverso de su predecesor Donald Trump especialista en prodigar humillaciones y en generar el vértigo amenazando con su retirada en el caso de que el resto de los socios no aumentaran de forma satisfactoria sus aportaciones al presupuesto destinando al menos el 2% de su PIB al gasto en materia de Defensa.
Nada más tomar el relevo en la Casa Blanca Joe Biden se mostró dispuesto a retirar esa amenaza y a retomar el liderazgo que Estados Unidos ha ejercido invariablemente desde la firma del Tratado de Washington el 4 de abril de 1949.
La cumbre de Bruselas ha sido la del reencuentro a la manera de la mesa dispuesta en Moncloa para los independentistas que vuelven a la calle para hacerlo de nuevo. Joe Biden lo ha escenificado muy bien subrayando el compromiso de la nueva Administración y creando un ambiente de primer día de colegio como señalaba el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, con los escolares contentos verse de nuevo las caras después de tantas reuniones telemáticas y ansiosos de escuchar al maestro americano o de robar una foto con él pegándose a la rueda en un pasillo.
Joe Biden lo ha escenificado muy bien subrayando el compromiso de la nueva Administración y creando un ambiente de primer día de colegio como señalaba el secretario general de la OTAN
Pero, en una alianza, que se originó con carácter defensivo frente a una Unión Soviética en expansión, integrante de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, siempre se ha cuidado en extremo la elección del enemigo. Porque a quien se otorgue la condición de rival se le colma de prestigio y relevancia. Por eso, equiparar a China con Rusia como rival y subrayar el desafío sistémico que supone Pekín para los aliados, también en el plano de las fake news y las amenazas cibernéticas, híbridas y asimétricas tendría consecuencias no queridas. De ahí que, si bien entre los 30 asistentes ha predominado la docilidad atenta, algunos de los mayores, como Alemania o Francia, se hayan mostrado refractarios a alistarse en una guerra fría con Xi Jinping.
El escenario post Trump deja a la vista asuntos como la retirada de Afganistán, el conflicto energético con Rusia, la sombra que proyecta sobre Ucrania o Bielorrusia, los problemas diplomáticos del Kremlin con la República Checa, la guerra interminable en la Siria de Al Asad o la necesidad de contar con Turquía pese a que incumple el respeto a los derechos humanos más básicos. Para nuestro consumo interno, unos segundos sin cronometrar, que se cifran entre 22 y 50, son evaluados en Moncloa en términos de un encuentro provechoso y positivo en aras de ofrecer una imagen de proximidad que se buscaba después de cinco meses de desconexión incluso telefónica. Como lo esencial de los argumentos son los decibelios pronto se comprobará que, como decía aquella leyenda de la viñeta de El Roto, “Queremos mentiras nuevas” y nos las darán sin tasa. Vale