Opinión

Insistiendo en perder

El misterio más inescrutable de la política española es la insistencia del Partido Popular en perder elecciones. Superficialmente, los populares parecen estar intentando alcanzar el poder. Montan mítines, organizan protestas, dan discur

  • El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso -

El misterio más inescrutable de la política española es la insistencia del Partido Popular en perder elecciones. Superficialmente, los populares parecen estar intentando alcanzar el poder. Montan mítines, organizan protestas, dan discursos, rechazan airadamente propuestas socialistas en ruedas de prensa y todo el resto de parafernalia de un partido político. El PP además tiene toda una constelación de medios de comunicación que les hacen el juego, atacando al gobierno, criticando al malvado Pedro Sánchez y hablando de traiciones, comunismo, "se rompe España" y toda la jerga habitual.

El Partido Popular lleva haciendo esto, sin apenas variaciones, durante los últimos 5 años. Han cambiado de líderes, portavoces y ejecutiva. Han retocado sus eslóganes, actualizado sus carteles y se han peleado entre ellos. La estrategia, sin embargo, no ha variado demasiado durante este último lustro. Siempre han hablado de Pedro Sánchez como un peligro para la unidad de España, mentiroso e inmoral, advirtiendo sin cesar del imparable avance del secesionismo y lloriqueando sobre la inminente implosión del régimen constitucional. Lo único que han conseguido es mantenerse firmemente en la oposición.

Los partidos conservadores son más pragmáticos y suelen pillar el mensaje tras un par de revolcones. Viendo cómo los populares han empezado la legislatura, creo que este no es el caso en España

Lo habitual, cuando un partido político pierde las elecciones dos veces seguidas es que se empiecen a preguntar si están haciendo algo mal. Los partidos de izquierdas suelen ser un poco más reacios a darse por aludidos, ya que con el rollo de la falsa conciencia de clase suelen ser capaces de convencerse de que es el electorado el que está equivocado, al menos durante unos cuantos años. Tradicionalmente, los partidos conservadores son más pragmáticos y suelen pillar el mensaje tras un par de revolcones. Viendo cómo los populares han empezado la legislatura, creo que este no es el caso en España.

No quiero entrar en un debate de fondo sobre si Pedro Sánchez es el mal encarnado o un político medio normal al que la derecha le atribuye toda clase de superpoderes. Me parece obvio, sin embargo, que si el Partido Popular quiere volver a La Moncloa a medio plazo tienen que encontrar una nueva estrategia. El punto de partida tiene que ser entender la coalición que ha construido el Partido Socialista para mantenerse en el poder. Por coalición no me refiero a los cuestionables apoyos parlamentarios de Sánchez, sino a la gente que vota directamente a Sumar y al PSOE.

El Partido Popular tiene una desventaja estructural en las elecciones generales: no compite en absoluto en dos comunidades autónomas. Cataluña y El País Vasco son regiones completamente muertas para la derecha nacional española, lugares donde ni está ni se les espera y la izquierda solo compite contra sí misma. El PP permite que casi todo el voto conservador en ambas comunidades se vaya a partidos que, aunque están ideológicamente alineados con ellos en política económica y social, rechazan por completo pactar con ellos debido a su furibunda retórica centralista.

No estoy hablando, por cierto, de cambiar su opinión sobre la amnistía, el independentismo, y otras cuestiones de fondo. Hablo de dejar el histerismo a un lado para no ser percibidos como unos histéricos neofranquistas cada vez que abren la boca.

Aunque pactar con estos partidos sea hoy más difícil que antes del procés, el problema grave para el PP es que no consiguen sacar apenas diputados en esas regiones. Aunque difícilmente podrán ganarlas, los 13 escaños de ventaja que el PSOE les colocó en Cataluña es lo que les ha mantenido fuera de La Moncloa.

La buena noticia es que la solución a este problema es relativamente sencilla: cambiar el tono al hablar sobre nacionalismos periféricos. Dejar atrás la retórica catastrofista, apocalíptica y desmesurada que ha caracterizado al partido durante la última década, hacer una distinción clara entre nacionalistas irresponsables y gente con la que estarían dispuestos a hablar, y tratar con respeto a los habitantes y a la cultura de esas regiones. No estoy hablando, por cierto, de cambiar su opinión sobre la amnistía, el independentismo, y otras cuestiones de fondo. Hablo de dejar el histerismo a un lado para no ser percibidos como unos histéricos neofranquistas cada vez que abren la boca.

Recaudar impuestos

Si el PP realmente quisiera romper la coalición socialista, sin embargo, el cambio estratégico que realmente les abriría la puerta sería abrazar el autonomismo. No en el sentido de prometer competencias y renunciar a sus viejos caballos de batalla sobre educación y demás (y viendo los resultados educativos en Cataluña en el informe de PISA, no deberían), sino al hablar de financiación autonómica. El PP debería ofrecer un sistema en el que las comunidades tienen la capacidad de decidir sobre su nivel de gasto público y la obligación de ser ellas las que recaudan los impuestos para pagarse ese gasto. Es decir, un sistema donde quien quiere gastar debe pedir a sus ciudadanos el dinero para hacerlo.

Esto tendría tres ventajas importantes. Primero, no tendría por qué ser menos redistributivo que el sistema actual, dado que la mayor parte de redistribución entre regiones se hace a través de programas de gasto pagados por el gobierno central (pensiones y desempleo). Sería además muy sencillo crear un fondo estatal para compensar o apoyar un nivel de servicio mínimo en las comunidades más pobres. Segundo, este sistema es coherente con los valores e ideas liberales y conservadoras del partido, que apelan a la responsabilidad y el buen gobierno.

Se acabó llorar sobre balanzas fiscales; si la Generalitat quiere hacer algo, puede subir sus impuestos. Si no lo hace, es su culpa, no culpa de Madrid

Tercero, y más importante, esta medida simultáneamente concede una de las grandes reivindicaciones del nacionalismo catalán y a la vez desactiva una de sus excusas victimistas más manidas. Se acabó llorar sobre balanzas fiscales; si la Generalitat quiere hacer algo, puede subir sus impuestos. Si no lo hace, es su culpa, no culpa de Madrid. Aunque no dudo que los partidos catalanes serían capaces de encontrar otra excusa para sollozar y patalear desconsoladamente, la señal de que el PP no es hostil al autogobierno evitaría la situación actual en la que dan su apoyo a los socialistas por defecto en el Congreso. El dejar de ser tóxico en Cataluña, además, les permitiría rascar algún escaño centrista en el Principado, cerrando parcialmente el abismo actual.

El riesgo para el PP, por supuesto, sería el de perder votos por la derecha en el resto de España. Mi sensación, sin embargo, es que ese riesgo es menor de lo que parece. José María Aznar, al fin y al cabo, sacó su mayoría absoluta tras pactar con los nacionalistas catalanes. La mano dura de Rajoy y la retórica intransigente de Casado, mientras tanto, no redujeron el crecimiento de Vox. Es cierto que los nacionalistas del 2000 no son lo mismo que los del 2018. Vox, no obstante, parece haber tocado techo, dado que la estrategia actual de seguirles hacia el monte ha acabado en fracaso, creo que cualquier alternativa es justificable.

Mi sensación es que España en el fondo es un país de centroderecha, no estrictamente de izquierdas. El problema para los conservadores españoles es que su obcecación anti periférica les hace incapaces de construir esa mayoría. Es hora de redefinir el mensaje.

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