Rogad a Dios en caridad por el alma desdichada de Podemos, Unidos Podemos, Unidas Podemos o como se llame ahora ese movimiento, partido o grupo político que nos acompaña formalmente desde hace diez años, el mes que viene se cumplen. Falleció (aunque técnicamente todavía alienta) trágicamente hace unos días, tras larga enfermedad, mediante acto de suicidio, cuando lo que queda de su dirigencia y los escasos representantes parlamentarios de la formación decidieron salirse de Sumar, declarar airosamente su independencia y emigrar a las desoladas estepas del Grupo Mixto del Congreso de los Diputados, en cuyo frontispicio –en el del Grupo Mixto, no en el del Congreso– bien podría figurar el verso de Dante: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”.
El mal que ha llevado a Podemos a quitarse la vida tiene un nombre: cámara de eco.
Les pongo un ejemplo fácil de entender. Durante algunos años, que comenzaron hace trece o catorce, pertenecí a una venerable y venerada institución cultural madrileña, muy antigua, que hace décadas (incluso siglos) tuvo una grandísima importancia e influencia en la vida cultural, intelectual y política de la ciudad y aun del país. No diré cuál es, no hace falta.
Debí alarmarme más de lo que me alarmé cuando mi ingreso en aquella ilustre sociedad no se produjo exactamente por mi voluntad, sino impelido por un querido hermano masón que necesitaba votos allí dentro. No recuerdo para qué, si es que alguna vez lo supe. Había elecciones a algo y este hombre hizo lo que manda la tradición caciquil española: apuntar a todos los amigos que pudo para inclinar del lado de los suyos la balanza electoral. Yo reclamé mi duro de plata y mi bocadillo, como en los tiempos de Romero Robledo. No me los dieron, aunque ganamos. No sé quiénes ni qué, pero ganamos.
Aquellos pocos socios que allí acudían, muchos de ellos de avanzada edad, estaban divididos en bandos, facciones, subfacciones y grupúsculos diversos, y peleaban con verdadera pasión
Yo me ocupaba entonces de la información cultural en mi revista. Volví a tener motivos de alarma cuando comprobé –algo muy fácil– que en el augusto caserón en el que yo era novicio no pasaba nada. O casi nada. No se presentaban libros, no había conciertos ni apenas exposiciones, las pocas conferencias que se daban atraían apenas a unas decenas de personas, casi siempre las mismas. Las butacas del bellísimo salón de actos estaban casi siempre vacías. La institución, motor del pensamiento español durante muchos años, languidecía. Ya no estaba siquiera en el “circuito cultural” de la ciudad, la lista de los lugares a los que había que estar atento si eras periodista. De sus miles de socios teóricos, apenas acudían por allí unos pocos cientos. El lugar más concurrido no era la impresionante biblioteca, sino la cafetería.
Lo que sí hacían era votar. Constantemente. En un par de años yo acudí disciplinadamente a votar como dieciocho veces. Aquellos pocos socios que allí acudían, muchos de ellos de avanzada edad, estaban divididos en bandos, facciones, subfacciones y grupúsculos diversos, y peleaban con verdadera pasión por lograr la presidencia o la secretaría de una sección, de una agrupación o de lo que rayos fuera. Negociaban, llegaban a pactos, urdían alianzas. Siempre los mismos.
A esto quería llegar: no tenían el menor contacto con la realidad cultural o intelectual del país ni de la ciudad, pero eso parecía importarles poco. Vivían encerrados en sí mismos y su única pasión era ganarle al vecino las siguientes eleccioncitas a lo que fuera. Es decir, lograr el “poder” en un artefacto que, en realidad, no le importaba a casi nadie fuera de allí. Solo se escuchaban a sí mismos. Eso es una cámara de eco.
Y eso es lo que me recuerda a Podemos. El partido nació en enero de 2014 como efecto retardado de un verdadero turbión social, el multitudinario movimiento del 15-M. Aquellos “indignados” que, en muchos lugares, casi lograron recrear el parisino mayo del 68 confiaron en unos animosos chavales que hablaban todos muy bien, que vestían de manera deliberadamente informal y que se referían a todos los demás políticos como “la casta”. Muchísima gente les creyó. Gente de buena fe que estaba –estábamos– arrasados por el efecto de la crisis de 2008, provocada por la codicia de los ultraliberales. Podemos era, o parecía ser, algo totalmente distinto, un ventarrón transversal de ideas nuevas que iba a renovar un escenario político dominado por los dos grandes partidos tradicionales. Era el partido “de la gente”, como ellos mismos decían.
De una reunión multitudinaria a la siguiente (las famosas asambleas de Vistalegre) parecía que había pasado por allí Laurentii Beria: no quedaban ni las raspas del equipo fundador. Solo el líder y sus perrunamente fieles. Stalin se habría maravillado.
Ese fue el error. La formación intelectual de aquellos críos era, muy mayoritariamente, el marxismo leninismo. Detrás de aquellas poéticas expresiones del “asalto a los cielos”, que usaban tanto Pablo Iglesias como Juan Carlos Monedero, estaban las ideas y, sobre todo, las estrategias y las actitudes del comunismo más decrépito, desmoronado treinta años antes. El líder no admitía discusiones ni sobre él ni sobre el rumbo que él mismo había marcado. En la escasa dirigencia del partido había más querellas, peleas y puñalás que en cualquier otro partido… incluido el PSOE, que ya es decir. De una reunión multitudinaria a la siguiente (las famosas asambleas de Vistalegre) parecía que había pasado por allí Laurentii Beria: no quedaban ni las raspas del equipo fundador. Solo el líder y sus perrunamente fieles. Stalin se habría maravillado.
Podemos, en los tiempos de la ilusión colectiva (los primeros), llegó a alcanzar los 71 diputados. Más de cinco millones de ciudadanos confiaron en ellos, creyeron en ellos. Pero cuando eres un recién llegado que ha despertado tantas esperanzas y echado a volar tantos sueños, hay algo contra lo que no puedes luchar: la decepción. La desilusión. La amargura de los tuyos es mil veces más dañina que la furia de los rivales. Esa desilusión llegó despacio, pero inexorablemente. El movimiento “morado” empezó a mostrar que ese color era más fúnebre que feminista. Los votos se iban a espuertas, elección tras elección. Y nadie sabía cómo pararlo. En realidad, eso no lo ha sabido nadie nunca.
Lo que no cambiaba, ni ha cambiado hasta hoy, era el empecinamiento de los líderes en su intransigencia. Parecían pensar que, cuando los votos te dan la espalda, los que se equivocan son los votantes, no tú. Iglesias, creado cardenal –vicepresidente del gobierno– por Pedro Sánchez en uno de los pactos de funambulista que tan bien se le dan al líder del PSOE, dimitió para bajar a la arena y pelear él mismo con Ayuso en la batalla por Madrid. Recibió tal paliza que tuvo que abandonar incluso el liderazgo de su propia criatura… si bien se cuidó de poner en su lugar a Ione Belarra, que está creada a su imagen y semejanza. El líder “natural”, mientras tanto, sobrevuela su creación como los milanos planean en círculos sobre su territorio de caza. No se mueve un ratón sin que él lo permita.
En los últimos tiempos, la actitud de las dos ministras supervivientes de las sucesivas escisiones y defecciones (Belarra e Irene Montero) no ha hecho más que desacreditarlas, a ellas y a su partido. No es fácil jugar en un equipo cuando estás deseando que ese equipo pierda. Una cosa es ser ministra y otra realquilada gruñona con derecho a cocina. Las echaron, cómo no las iban a echar. Y el papel de víctimas ya no se lo creía nadie. Ni ellas siquiera.
Podemos se encamina a engrosar la lista de partidos más o menos efímeros de la democracia española. Repite el ciclo de Ciudadanos (otra ilusión devorada por la ambición y el desengaño), se parece a UPyD y al CDS
La desilusión había llegado demasiado lejos, pero la cámara de eco (solo escucho opiniones favorables y el que no las muestra es un traidor) seguía funcionando como siempre. Las elecciones municipales y autonómicas del pasado 28 de mayo fueron, para Podemos, un desastre que tiene pocos precedentes en la democracia española. No sirvió de nada. No cambió nada. En las generales de julio, subsumido el partido en Sumar, Podemos pasó de 35 diputados a cinco. Y su salida del grupo parlamentario teóricamente afín para irse al Mixto ha sonado como el Requiem de Verdi. No habrá vuelta atrás. Nunca la hay. Las ilusiones perdidas son como las copas de cristal: no hay forma de recomponerlas cuando se rompen.
Con este triste y prosaico final (porque es un final) Podemos se encamina a engrosar la lista de partidos más o menos efímeros de la democracia española. Repite el ciclo de Ciudadanos (otra ilusión devorada por la ambición y el desengaño), se parece a UPyD y al CDS, y ni siquiera ha logrado desempeñar un papel histórico como UCD. Pero ellos siguen emperrados en sus disputas y querellas internas que ya no le importan a nadie, como pasa en el vetusto caserón del centro de Madrid al que yo me apunté hace años. Pertenecen al pasado. Elevemos una oración por su alma. La familia no recibe, entre otras cosas porque creen que aún están vivos.
Wesly
Sr. Algorri, se le ha olvidado glosar con cierto detalle el hecho de que Pedro Sánchez, aunque prometió que nunca pactaria con Podemos, ya que no podría dormir por las noches, mintió y no sólo pacto sino que aprobó y defendió muchas de las nefastas leyes (como la del "solo si es si") generadas por Podemos y aprobadas en Consejo de Ministros. Despachar el tema diciendo que Pedro Sánchez es un funambulista dista mucho de constituir un analisis con riguroso y serio la realidad, Sr. Algorri. Porqué arremete ahora (y no antes) el Sr. Algorri contra Podemos?. Pues porque ahora que Podemos ha roto con Sumar, Pedro Sánchez ya no necesita a Podemos, más bien le estorba, y el Sr. Algorri, siempre tan dispuesto a apoyar al PSOE de Pedro Sánchez, nos proporciona "argumentos" compatibles con la posición de Pedro Sánchez. El Sr. Algorri siempre fiel al servicio del departamento de agitación y propaganda del PSOE de Pedro Sánchez.
k. k.
Me hubiera gustado un poco más de beligerancia contra un partido que nos ha devuelto al 36 y cuyos miembros se van de rositas con un jugoso sueldo a nuestra costa. Dicho esto, y aunque su columna no aporte en definitiva nada que no supiéramos, he de reconocerle que me ha gustado, en especial esta frase: "La amargura de los tuyos es mil veces más dañina que la furia de los rivales". Esto es cierto, pero sólo para el votante exigente, para el que espera algo de voto. El votante español, en su gran mayoría, es fiel a su partido hasta la indignidad. Vean ustedes lo que ha hecho el PSOE, o las traiciones del PP, por no hablar del PNV. Y sus votantes ahí siguen. Son sectas, hagan lo que hagan, les seguirán hasta el fin del mundo.
vallecas
No puede evitar poner un "ultra" en sus escritos, pero siempre en la misma dirección y siempre equivocado. D. Luis , no acierta ni de casualidad¡¡ Aún no hay que dar por "muerto" a Podemos pero no porque sean valiosos o interesantes, sino por la calidad de su adversaria. Juro que lo he intentado pero soy incapaz de entender como alguien en su sano juicio puede votar a Yolanda Díaz.