Felipe VI está preocupado, muy preocupado, porque ve que Cataluña se le está yendo de las manos. Y lo ha hecho público a la regia manera, atribuyéndonos a todos los españoles en su discurso de Nochebuena una "seria preocupación" (sic) por la evolución de los acontecimientos. Ya saben, por los disturbios de octubre tras la sentencia del juicio del 1-O y, en general, porque en ese territorio hay de todo menos normalidad... No lo dice así de claro, pero se le entiende.
A nadie puede extrañar semejante estado de ánimo ya que, si se hace un breve repaso, desde que accedió al trono, en junio de 2014, todo su reinado ha quedado sepultado por el procés: dos referéndum de autodeterminación le han hecho ya -uno en 2014 Artur Mas y otro en 2017 el hoy huido Carles Puigdemont-, y la posterior intervención de la Generalitat al amparo del artículo 155 de la Constitución que ha servido para bien poco porque desembocó en unas elecciones autonómicas tras las cuales se instaló en el Palau Sant Jaume Quim Torra, una versión todavía más excéntrica que su mentor de Waterloo.
Para colmo de males y regocijo de los independentistas, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) acaba de tomar una decisión de esas que tienen escasos efectos prácticos pero políticamente son una bomba en tanto que, esta en cuestión, va a convertir el hasta ahora asunto interno de la independencia de Cataluña en un debate continental, planetario. Aunque sea a colación de la concesión por parte del Parlamento Europeo del suplicatorio contra los huidos Puigdemont, Antoni Comín y Clara Ponsatí, ya han logrado lo que querían.
Se comprende el nerviosismo de un PSOE que representa 150 años de historia, pero precisamente eso genera más bochorno: El 19 de diciembre ¿que no? Pues el 30 con las uvas ¿No? Pues en Reyes
La guinda es la formación de gobierno previa negociación con ERC, en el transcurso de la cual, y de manera indisimulada, los republicanos catalanes están presionando al PSOE con un "o tratáis penalmente bien a Oriol Junqueras" o Pedro Sánchez ya se puede ir buscando otros socios para evitar terceras elecciones. Si no es la tormenta perfecta, se le parece mucho.
Claro, que en este relato de la pesadilla regia no todo es lo mismo. Hay hechos inevitables, los judiciales, y otros que que no lo fueron/son. Por ejemplo, si Felipe VI no se hubiera apresurado a designar candidato a Sánchez, amparándose en que ni había ni hay todavía una mayoría clara en el Congreso, la batuta no la estaría llevando ahora mismo el líder de ERC desde la cárcel de Lledoners (Gerona) ni sus conmilitones de ERC lucirían ese aire perdonavidas en cada comparecencia tipo "¿Se entiende o no se entiende?":
https://twitter.com/ManuelAlcaideSn/status/1208354032923955200?ref_src=twsrc%5Etfw
Entiendo, sí, el nerviosismo y la ansiedad de los herederos de una sigla PSOE que representa casi 150 años de historia de España, pero precisamente por eso la situación genera más bochorno: "La investidura ya, el 19 de diciembre. ¿Que no?, pues el 30, con las uvas. ¿Tampoco?, pues el cinco de enero... justo antes de la cabalgata de Reyes (y no es broma)".
Paren, que me bajo... El mismo monarca u otra personalidad, quien sea, alguien, debería susurrar al presidente en funciones que la cuarta potencia de Europa no puede dar semejante imagen al mundo.
Imaginen a Pedro Sánchez, en un gesto de gallardía política, compareciendo para decir a los españoles: "El Rey me ha otorgado la confianza pero ERC no está por la labor todavía. Así que, de común acuerdo con la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y para evitar esta agonía, hemos decidido convocar el Pleno de investidura los días 7, 8 y 10 de enero, a la vuelta de vacaciones. Allí presentaré mi programa de gobierno con Unidas Podemos, a la espera del apoyo de ERC o cualesquiera otros".
Automáticamente, la presión, los focos, huirían del PSOE para posarse, en primera instancia, en Junqueras y los suyos; pero, no lo duden, también en Pablo Casado y el Plan B: la posible abstención del PP que, a buen seguro aliviaría los temores expresados por el Monarca esta Nochebuena.
Claro que para eso se necesita tener la entereza de aquel jornalero republicano -la anécdota la recogió en su libro España Salvador de Madariaga- que cuando el cacique del pueblo tiró dos reales al suelo, los recogió pero para devolvérselos y espetarle: "En mi hambre mando yo"... Pues eso, que alguien le diga a Junqueras: "En mi investidura mando yo".