“No se puede ser de izquierdas y nacionalista”, claman en el desierto algunos intelectuales como Ovejero, Savater o Cercas. ¿Por qué no se puede? ¿No tenemos innumerables ejemplos de lo contrario? Me temo que la izquierda ilustrada, racionalista y universalista a la que apelan esos autores es sólo un vestigio del pasado, una corriente minoritaria con escasa relevancia en la actualidad. ¡La izquierda de verdad, la que cuenta con militantes, gobiernos y medios de comunicación, es una cosa muy diferente!
La amistad entre socialismo y nacionalismo es antigua y se basa en muchas causas. En el plano filosófico, baste recordar que ambas ideologías otorgan primacía al grupo (nación, clase, raza y más recientemente género), por encima del individuo. Las libertades individuales, el Estado de derecho y la democracia son sólo instrumentos secundarios para conseguir fines superiores: la igualdad y la plenitud nacional, cualquiera que sea el significado de éstas.
Stalin, Ho Chi Minh, Fidel Castro, el Partido Comunista Chino y todas las dictaduras socialistas han recurrido siempre al nacionalismo para cohesionar al pueblo, controlarlo y enfrentarlo a enemigos reales o imaginarios. ¿Cómo olvidar, por otra parte, que el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán y el falangismo español son hijos de la coyunda entre nacionalismo y socialismo?
Los paralelismos de la situación actual de España, indultos incluidos, con los años que precedieron a la Guerra Civil son, por cierto, bastante inquietantes
Las relaciones entre nacionalismos y socialismos en España fueron siempre complicadas, pero ambos colaboraron esforzadamente para descarrilar la II República y provocar el estallido de la Guerra Civil. Los paralelismos de la situación actual de España, indultos incluidos, con los años que precedieron a la Guerra Civil son, por cierto, bastante inquietantes.
Durante casi todo el siglo XX, los partidos de izquierdas españoles se declararon partidarios del “derecho de autodeterminación”, hasta el punto de que llegaron a tratar a los nacionalismos vasco y catalán como movimientos descolonizadores, y les otorgaron un inmerecido pedigrí democrático por el hecho de haberse opuesto a Franco. Incluso el terrorismo sanguinario de ETA encontró siempre comprensión y disculpa de parte de la izquierda española.
En el el presente siglo, hemos asistido a una confluencia cada vez mayor y una alianza cada vez más estrecha entre izquierda y nacionalismo. Una alianza llena de contradicciones pero amalgamada por el odio a un enemigo común: la democracia liberal española, lo que hoy se llama despectivamente el “Régimen del 78”.
Después de algunos titubeos y tímidas protestas, el PSOE ha acabado por sumarse a esa alianza, asumiendo que las cesiones a nacionalistas y extrema izquierda son la única forma de conseguir y conservar el poder. Conviene recordar que Pedro Sánchez no es un accidente. Es el sucesor de Zapatero y el continuador de la tradición histórica del partido.
La coalición Frankenstein está basada en objetivos cruzados, implícitos y velados. Unos quieren una España roja para poder conseguir una España rota; los otros quieren una España rota para poder convertirla en roja. No los une ningún proyecto ni objetivo positivo, no se pondrán de acuerdo para construir nada bueno. Pero no se engañen: su alianza tiene bases sólidas.