Pla creía que la sociedad catalana era la más democrática del mundo, porque éramos iguales, no había mejores ni peores, todo era vulgar, todo eran copistas, todos se escondían detrás de biombos para hacer lo que les viniera en gana. Por eso, decía, los catalanes somos tan groseros. Al terminar de leer el artículo entenderán esta referencia al maestro de Palafrugell.
Joan Ignasi Elena, Ignatius en los ambientes del PSC, va a llevar el asunto del orden público. Pone con esto un broche de oro a su carrera política que comenzó en la década de los ochenta, cuando servidor lo conoció y trató. Iba con gabardina, maleta de correas y quería ser como José María Sala, el por entonces secretario de organización. Ignatius ostentaba el mismo cargo en la federación barcelonesa de las juventudes socialistas. Se veía que tener cargo le iba. Tanto es así que no dudó ni medio segundo es descabalgar a su jefe por entonces, el conocido historiador Joaquim Coll, para ponerse en su lugar.
Ignatius fue subiendo poquito a poco la larguísima escalera de quien desea medrar en el PSC. Este abogado nacido en 1968 fue elegido primer secretario de las Juventudes Socialistas de Cataluña en 1991 -pocos le disputaron el honor porque aquellos rapaces veían que lo mejor era apuntarse al partido y ponerse en lista de espera para el carguito-, diputado en el parlamento catalán, regidor del Ayuntamiento de Vilanova -del que sería finalmente alcalde en el 2005-, y en el 2011 entró en la ejecutiva de Pere Navarro. A este lo conocí haciendo fotocopias en el partido. Ignatius era líder de no sé qué corriente interna y aspirante a primer secretario pero Navarro, alcalde de Tarrasa, se lo merendó y como som catalans i bona gent, lo incluyó en el ágora. Entre esto y aquello, casó Ignatius y casó bien, porque es hombre de orden.
Cuando empezó el meneo procesista, se debió preguntar en qué pararía eso. Considerado obiolista –ser como Sala se le pasó cuando a Josep María le echaron encima Filesa e Ignatius no ama el deporte de riesgo– se escoró hacia el soberanismo de manera ostensible – ostentorea, diría Jesús Gil - y empezó a hablar de independencia desde el colectivo Avancem, avancemos. No se decía hacia dónde, pero todos esperaban que fuese hacia una consejería. Cuando se votó pedir al Congreso que se diera permiso a la Generalidad de Mas para hacer una consulta, Ignatius votó a favor ante lo que el PSC, que entonces solo enseñaba la puntita, le reprendió. Alguno de los diputados peseceros que pensaban lo mismo que Ignatius se retiraron. Angel Ros incluso entregó su acta.
Mentiría si les dijera que es mala persona. Tampoco es un dechado de bondad. Ignatius, como la mayoría de dirigentes catalanes, salvo excepciones, es gris, gris opaco, ceniciento, nublado, gris definitivo, aburrido, cansino, previsible
Ignatius, que tenía claro lo que iba a ser la política catalana, dejó el partido pero no el Parlamento, quedándose como diputado no adscrito. Fruto de sus desvelos, fue escogido coordinador del Pacte Nacional pel Referèndum. El resto es historia. Como abogado ha estado coordinando las defensas de los políticos responsables del 1-O, es hombre de confianza de Junqueras, que ya lo quiso poner de consejero en 2018 pero Ignatius adujo dentista, y llega ahora con varios encargos: disolver los ARRO, es decir, los antidisturbios, presionar para que la jefatura superior de policía nacional de Via Layetana se vaya a otro sitio - peticiones ambas de las CUP - y mantener al separatismo con mimo y cuidado en todos los aspectos tanto externos como internos que afecten a la policía autonómica y al orden público.
Mentiría si les dijera que es mala persona. Tampoco es un dechado de bondad. Ignatius, como la mayoría de dirigentes catalanes, salvo excepciones como Alejandro o Ignacio, es gris, gris opaco, ceniciento, nublado, gris definitivo, aburrido, cansino, previsible. No es un killer como Zaragoza ni un Maquiavelo como Iceta. No tiene vocación de mártir como Junqueras o de Napoleón como Puigdemont. Es la pura inanidad. Siempre sobrevivirá porque sabe confundirse con el paisaje, cosa perfectamente normal, dado que en mi tierra todo es de un gris aplastante. Es decir, espantosamente grosero.
O sea, que ya tenemos a Ignatius de conseller. Es lo que hay.