Opinión

Las naciones desaparecen

Los ejemplos abundan. Como creaciones de los hombres, las naciones no están destinadas a permanecer sine die. Es de hecho una proeza que la nación española no sea una reliquia histórica. Un rápido repaso a la historia de Europa da prueba de el

  • Oriol Junqueras y Carles Puigdemont -

Los ejemplos abundan. Como creaciones de los hombres, las naciones no están destinadas a permanecer sine die. Es de hecho una proeza que la nación española no sea una reliquia histórica. Un rápido repaso a la historia de Europa da prueba de ello.

Sea desde una visión esencialista o liberal, el pueblo español con conciencia de sí existe desde hace como mínimo doscientos años. No vamos a entrar aquí a debatir si lo mismo podría decirse de los nacionalismos o naciones periféricas. Ese es un debate historiográfico ajeno a esta columna. Tampoco pretende ser este un artículo regido por el preciosismo semántico; la aproximación aquí es más humilde y donde dice “nación” bien podría decir “país”.

Pero retomemos. Independientemente de su longevidad, ninguna nación es una inevitabilidad histórica. Ni en su emergencia ni en su declive y última desaparición. En esto último coinciden incluso los románticos históricos y los nacionalistas étnicos, siempre temerosos de la pérdida de las esencias, la contaminación y el ocaso.

Ni la voluntad de ser, con esas reminiscencias totalitarias, ni el plebiscito cotidiano, ni siquiera el patriotismo constitucional. Si algo ha demostrado el caso español es que una nación (o país, recuerden) puede subsistir razonablemente en un estado de total abulia. Con una ciudadanía desapegada de su bandera, bajo el chantaje permanente de minorías centrípetas, con los derechos de sus conciudadanos conculcados en varias regiones de forma sistemática. Como una fibromialgia, la afectación es constante y debilitante, pero el riesgo no es existencial. Es más, a veces te permite cogerte una necesaria baja del trabajo que los nacionalistas de todo pelaje siempre quieren que hagas.

¿Pero qué pasa cuando del estado de abatimiento se pasa a conductas autodestructivas? Los acontecimientos de las últimas semanas, esa catarata de anomalías que hemos vivido en menos de un mes, obligan a plantearse la pregunta.

Primero fue la transformación de un éxito deportivo que debería ser motivo de celebración en una polémica neurótica, motivada políticamente. En un país con un mínimo de autoestima, el escándalo del beso no habría eclipsado el momento de merecida alegría colectiva que fue la hazaña de las jugadoras de la selección de fútbol. No puede haber nación sin la celebración de los triunfos. Menos en la potencia mundial de la fiesta.

La extinción de España como país tal cual ha figurado en los mapas durante los últimos quinientos años es una posibilidad real

Luego está el harakiri de la negociación de la investidura. Se ha escrito ya todo lo que tenía que decirse. Los pinganillos buscan el desencuentro, proyectar la idea de que el español no es la lengua común y que España es por tanto un tinglado artificial, convirtiendo el Congreso en Bélgica, el único país homologable que también está cogido con pinzas…para que sea más fácil desmantelarlo. Y la amnistía - o como acabe llamándose - no es otra cosa que la legalización de la secesión unilateral por la puerta de atrás, una promesa de que a la próxima intentona de golpe de Estado no habrá respuesta. Es decir, la renuncia del Gobierno de España a hacer efectiva la soberanía nacional. Desmembración por incomparecencia de la nación representada por sus instituciones.

Sin aspavientos, la extinción de España como país tal cual ha figurado en los mapas durante los últimos quinientos años es una posibilidad real. Lo cual no tiene por qué ser un drama, al fin y al cabo se trata de una decisión democrática, quizá la última de calado que tome el pueblo español según lo entendemos hoy. No está escrito en ningún lado que España deba existir por los siglos de los siglos y los votantes de PSOE y Sumar parecen tener prisa por apagar las luces. Pero ahora que se exalta de forma acrítica y con la reflexividad de un papagayo la riqueza cultural que representan las lenguas cooficiales, convendría considerar si la España que ha funcionado razonablemente bien durante los últimos cuarenta años es algo a preservar. Por si acaso a alguien le dé por echarla de menos luego.

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