Opinión

Las nueve lenguas españolas en peligro

El inglés desplaza al catalán como segunda lengua en España

  • Manifestación a favor del catalán -

Según la encuesta de Características Esenciales de la Población y Viviendas del Instituto Nacional de Estadística (INE) casi la totalidad (el 99,5%) de los residentes en España entiende y habla, aunque sea con dificultad, el español. Hasta aquí ninguna sorpresa, pues parece normal que una lengua tan productiva como la nuestra sea conocida en todos los rincones de la nación.

Lo que sorprende es que la segunda no sea española, sino británica, el inglés (14,7%). Y lo que no dice la encuesta es si se trata de lengua propia (por adquisición en la infancia) o lengua adquirida (aprendida con posterioridad). En el caso primero son hablantes ambilingües diestros en dos lenguas que han de utilizarla día a día. En el segundo (más frecuente) son hablantes bilingües, es decir, que tienen una lengua como principal y otra que conocen bien, por supuesto, pero que solo utilizan de manera esporádica. Casi siete millones de españoles hablan inglés, lo que no quiere decir que lo necesiten a diario, pues en eso no entra la estadística.

La tercera son los casi seis millones de catalán (14,2%, que incluye mallorquín, menorquín, ibicenco y formenterense), pero en este caso todos tienen también como lengua propia al castellano. Le sigue el valenciano (5,6%), gallego (5,2%), francés (3,7%), euskera (2,3%), árabe (1,6%), rumano (1,1%) e Italiano (1%).

Resulta curioso que ni el inglés, ni el francés, ni el árabe, ni el rumano, ni el italiano se consideren lenguas de España por razones evidentes. ¡Pobres compatriotas! Ninguna de ellas figura entre las dieciséis que la prestigiosa página Ethnologue le asigna a España, nueve de ellas en peligro de extinción. ¿Solo hay que considerar lenguas de un país las que están ahí desde siempre? ¿No merecen consideración los hablantes árabe o rumano?

Más de tres mil en vías de extinción

Podemos llorar con un solo ojo porque de las 7.164 lenguas vivas identificadas por la misma página, el 44%, es decir, 3.170 están también en peligro de extinción. Sumados sus hablantes, alcanzan los 90 millones. El 60% de quienes van a perder pronto su lengua se encuentran en sólo nueve países. Que nadie se alarme porque ya disponen de otra que les facilita la comunicación, o de otras dos. En España el español, que es también propia de quienes la hablan y facilita mejor el acceso a la comunicación. Muchos de ellos ya han dado por amortizado el uso de la heredada de sus padres, idioma peregrino cuya desaparición no parece importarles mucho.

Indonesia con 506 lenguas en peligro de extinción ocupa el primer lugar, una de las mayores concentraciones. La mayoría, el 70%, desaparecerán pronto porque no parece que nadie esté dispuesto a invertir en los cuidados intensivos de tan magna variedad, ni siquiera los propios hablantes. La política lingüística nacional protege al bahasa indonesio (literalmente lengua de Indonesia) y tiende a ignorar a todas las demás del vasto archipiélago, incluso algunas tan interesantes como el javanés, el sudanés o el balinés.

Aunque la mayoría de las lenguas en peligro se hablan en la región Asia-Pacífico, otro núcleo importante está América. Unas 270 solo en Estados Unidos y Canadá; 258 en México y Brasil. En África, 259 sólo en Nigeria y Camerún. Y en Europa, los países con más lenguas en peligro son Rusia (72), Italia (19), Francia y España (9 y 9 respectivamente). Entre las de Francia las dos variedades vascas, labortano y suletino, y una lengua catalana, el rosellonés. Pero también el bretón y el alsaciano.

Como no todos los extremeños hablan igual, también podríamos nombrar al serraillanu, incluso distinguir entre el alto-extremeño, medio-extremeño y bajo-extremeño. ¿Habría que nombrar oficiales a estas lenguas? ¿Por qué unas sí y otras no?

Pocos lectores darían con las nueve lenguas españolas en peligro. El vasco en sus variedades podría ser una de ellas si no fuera por la irrigación escolar en euskera batúa y el optimismo de la Lehendakaritza. Desaparecerán también en pocas generaciones el aragonés, el asturiano, el aranés, el extremeño y la fala (que también llamamos xalimegu). Y todavía quedan dos más que cita la famosa página, el caló y la lengua de los mercheros. Las que no corren peligro de extinción son, además español, el catalán-valenciano, gallego y vasco.

Todo individuo tiene derecho al reconocimiento de su lengua. Resulta inadecuado llamar dialecto a la lengua familiar. Por eso debemos decir que el extremeño es una lengua hablada en Extremadura. Y como no todos los extremeños hablan igual, también podríamos nombrar al serraillanu, incluso distinguir entre el alto-extremeño, medio-extremeño y bajo-extremeño. ¿Habría que nombrar oficiales a estas lenguas? ¿Por qué unas sí y otras no? Si el aranés, con solo unos miles de hablantes, en retroceso y segregado, es oficial en Cataluña, ¿por qué no dar el mismo estatus al murciano o al leonés?

Ese mismo privilegio pueden reclamar y reclaman municipios aragoneses en los que se habla cheso, chistabino o ayerbense, o territorios situados en la frontera extremeño-leonesa en los que se dialoga en castúo, una variedad dialectal que cuenta con distintas referencias literarias como las firmadas por José María Gabriel o Luis Chamizo y a las que recientemente se sumaba una edición especial de Tintín. Otras modalidades lingüísticas de transición que cuentan con una importante comunidad de hablantes son el cántabro (entre asturleonés y castellano), el eonaviego (entre asturleonés y gallego), o las hablas riojanas. Variedades que, aun sin autonomía léxica, gramatical o fonética, son parte esencial de la vida diaria de miles de españoles.

En Ceuta, el español también convive con otra habla como el árabe-cutí, también llamado dariya, una variante del árabe que ni es oficial ni está regulada por ningún organismo, a pesar de ser la utilizada por hasta 44 millones en la franja que recorre desde Libia hasta el Sahara Occidental

Al otro lado del estrecho de Gibraltar, en la ciudad de Melilla, se oye hablar en rifeño, también conocido como tarifit o chelja. Una variedad de las lenguas bereberes que cuenta nada más y nada menos que con cuatro millones de hablantes y que está visiblemente extendida entre la población musulmana del territorio fronterizo. Muy cerca de Melilla, en Ceuta, el español también convive con otra habla como el árabe-cutí, también llamado dariya, una variante del árabe que ni es oficial ni está regulada por ningún organismo, a pesar de ser la utilizada por hasta 44 millones en la franja que recorre desde Libia hasta el Sahara Occidental.

Otro de esos idiomas que convive junto al español a lo largo y ancho de nuestro territorio es el caló, zincaló o romaní ibérico. Una variante del romaní que tal vez utilizan a diario unas cien mil personas, y que posee dialectos en algunas regiones como en Cataluña, donde se habla el caló catalán, o en el País Vasco, donde se habla el caló vasco o erromintxela, que podría tener hoy medio millar de hablantes.

La fuerza cultural

A todas estas habría que añadir aquellas ya desaparecidas que en su momento fueron utilizadas por quienes habitaron estas tierras como el tartésico, el aquitano o el tamazight insular, entre otras. De no tomarse medidas pronto, recuerdan los especialistas, la lista de hablas desaparecidas podría verse tristemente ampliada. Y si se toman medidas ¿Quién se atreve a crear escuelas, periódicos y medios escritos en esas lenguas?

Bien podríamos dar un diagnóstico diciendo que el íbero, el celta ibérico, el tarteso, el mozárabe y el guanche son lenguas desaparecidas de la Península ibérica o las islas. Aranés, aragonés, asturiano son lenguas en serio peligro de extinción. Catalán-valenciano, gallego y vasco sobreviven artificialmente mantenidas, y solo el español, inglés, francés, árabe, rumano e italiano tienen garantizada su permanencia por la fuerza cultural de la tradición que las sustenta y por su importante número de hablantes monolingües.

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