Opinión

La lengua como molde ideológico

El planteamiento sensato sería el de libertad de elección de lengua en la educación y en las relaciones con las instituciones y, por supuesto, en las actividades de la sociedad civil

  • Varias personas participan junto a varios políticos en una manifestación para defender la lengua en castellano -

Yo nací en 1945, lo que implica que toda mi enseñanza primaria, secundaria y universitaria se desarrolló en castellano, único idioma permitido -salvo consentidas excepciones- durante el franquismo en la esfera oficial y pública, lo que incluía, naturalmente, la educación en todos sus niveles. Se daba además la circunstancia de que mi familia, de antigua raigambre catalana, utilizaba asimismo la lengua común de todos los españoles en la relación interna. Por consiguiente, nunca fui educado en catalán ni hablé en catalán con mis allegados ni tampoco con mis amigos de infancia más próximos. Sentado esto, soy perfectamente bilingüe en catalán y castellano desde mi edad temprana. Cuando fui elegido Diputado del Parlamento de Cataluña en 1988, Cámara legislativa en la que permanecí hasta 1999, decidí realizar mis intervenciones en catalán y así lo hice durante los once años en los que representé a la circunscripción de Barcelona en la asamblea del Parque de la Ciudadela.

Debo decir -y espero que se me disculpe la inmodestia- que la calidad de mi catalán, tanto en vocabulario como en sintaxis, era mejor que el de algunos de mis colegas de partidos beligerantemente nacionalistas. Recuerdo una ocasión en la que a nada menos que a un conseller de Cultura se le escapó disertando en la tribuna un “Ojalá” que yo corregí desde mi escaño con un audible “Tant de bo”. ¿Cómo se explica este extraño fenómeno? Pues muy sencillamente: las lenguas se aprenden espontáneamente cuando son habladas con normalidad y de manera habitual en la calle y en las interacciones sociales, cuando están en el aire, por recurrir a una metáfora respiratoria.

Tengo amigos indiscutiblemente catalanes que se sitúan como yo en el campo de la racionalidad y del constitucionalismo liberal y opuestos por tanto al nacionalismo totalitario y separatista con los que hablo siempre en catalán

A pesar de que la dictadura había relegado el catalán casi exclusivamente al ámbito privado, la vigencia y la presencia de un idioma multisecular profundamente arraigado en el Principado desde las crónicas medievales tenían como consecuencia que cualquier habitante de su superficie geográfica acababa dominándolo de manera espontánea. Yo tengo amigos indiscutiblemente catalanes que se sitúan como yo en el campo de la racionalidad y del constitucionalismo liberal y opuestos por tanto al nacionalismo totalitario y separatista con los que hablo siempre en catalán. En mis gratas conversaciones con Juan Carlos Girauta, Arcadi Espada, Francesc de Carreras o Anna Grau, por citar algunos de los más conocidos, no se me ocurre otra cosa que emplear el catalán y cuando nos encontramos en contextos sociales en los que la mayoría de los presentes es castellanoparlante no podemos evitar el recurrir al catalán en el momento en que cruzamos palabras entre nosotros, lo que llama la atención de la concurrencia y provoca los oportunos comentarios y chanzas amistosas. Es más, si alguno de ellos se dirigiera a mí en castellano me sentiría incómodo y tendría la sensación de que quiere marcar distancias o de que está molesto por algo que yo hubiera dicho o hecho.

En el sistema de enseñanza primaria y secundaria, garantizada la libertad de elección de lengua vehicular, se debería asegurar un conocimiento suficiente de la otra lengua cooficial

Esta historia personal viene a cuento de la cruel represión ejercida contra la enfermera gaditana Begoña Suárez por parte de la consejería de Sanidad de la Generalitat, del sindicato UGT y de la horda independentista en las redes, rápidamente movilizada al olor de la sangre. Mi relato, basado en una experiencia incontestable, demuestra lo absurdo del despilfarro de ingentes sumas de dinero público para imponer un idioma que todos los residentes en Cataluña durante un tiempo suficiente, como me sucedió a mí en circunstancias mucho más difíciles que las actuales, terminarían por conocer y emplear correctamente sin necesidad de coacción administrativa ni de presión política. El planteamiento sensato sería el de libertad de elección de lengua en la educación y en las relaciones con las instituciones y, por supuesto, en las actividades de la sociedad civil. En el sistema de enseñanza primaria y secundaria, garantizada la libertad de elección de lengua vehicular, se debería asegurar un conocimiento suficiente de la otra lengua cooficial. Mediante este sencillo enfoque todos los ciudadanos de Cataluña hablarían y escribirían con aceptable competencia los dos idiomas, el oficial del Estado y materno de millones de catalanes y el vernáculo y también materno de asimismo un gran número, evitando fricciones perturbadoras y con un considerable ahorro presupuestario.

Si las lenguas, en vez de ser vistas como instrumentos de comunicación políticamente neutrales al servicio de las personas, son desnaturalizadas para convertirlas en ortopédicos moldes ideológicos, la democracia se deteriora, los derechos fundamentales son vulnerados y la atmósfera social se envenena al separar y enfrentar a los pertenecientes a dos grupos disjuntos, los propios y los extraños. Begoña Suárez ha sido la enésima víctima de la intolerancia fanática de los adoradores de la identidad, entendida no como plataforma de partida para abrirse al ancho mundo, sino como marca indeleble de una pureza excluyente, fanática, supremacista y potencialmente violenta.

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