Opinión

Marruecos e Israel: la inquietante diplomacia de Sánchez

El presidente del Gobierno es conocido por su pragmatismo y adaptabilidad. Virtudes dignas de un estadista, a no ser que las utilice exclusivamente en favor de su supervivencia en el cargo. La política exterior y la interior ofrecen claros ejemplos de cóm

  • Pedro Sánchez y Benjamin Netanyahu

El presidente del Gobierno es conocido por su pragmatismo y adaptabilidad. Virtudes dignas de un estadista, a no ser que las utilice exclusivamente en favor de su supervivencia en el cargo. La política exterior y la interior ofrecen claros ejemplos de cómo Sánchez se sirve del Estado para su beneficio personal sin atender los intereses españoles. Veamos algunos casos.

Se puede empezar mencionando el reconocimiento del Sáhara Occidental como región autónoma marroquí. Este giro brusco se produjo, en palabras del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, en el marco de “una hoja de ruta clara y ambiciosa, y todo ello para garantizar la estabilidad, la soberanía, la integridad territorial y la prosperidad de nuestros países”. Cabría esperar, por tanto, que los intereses españoles se hubieran visto satisfechos o reforzados a cambio de apoyar los de Marruecos sobre el estatus del Sáhara Occidental —y de enemistarnos con Argelia, dicho sea de paso—. 

¿Qué garantías tenemos de que Rabat no volverá a usar a los migrantes como arma arrojadiza contra nosotros para lograr sus intereses?

Para confirmar que esto es cierto, cabe fijarse al menos en dos cuestiones fundamentales que afectan a la seguridad nacional en su flanco sur, como son la inmigración y la integridad territorial. Pues bien, durante los últimos años se cuentan por decenas de miles las personas llegadas de manera irregular desde territorio marroquí, con especial incidencia en las Canarias, donde el número de embarcaciones recibidas ha crecido sin control. En repetidas ocasiones, siempre que lo ha necesitado, Marruecos ha amenazado con fomentar —o directamente fomentado— los flujos migratorios que lo atraviesan hacia España y el resto de Europa. Según nuestro Gobierno, una de las ventajas de la mejora de las relaciones entre ambos Estados sería precisamente una mayor cooperación en materia de fronteras para solventar las crisis migratorias. Pues bien, ¿dónde está el resultado de transigir con respecto al Sáhara Occidental? ¿No será que Marruecos jugó sus cartas para presionar a España con la esperanza de que acabase cediendo ante el chantaje? De ser así, ¿qué garantías tenemos de que Rabat no volverá a usar a los migrantes como arma arrojadiza contra nosotros para lograr sus intereses?

La españolidad de Ceuta y Melilla

En cuanto a la integridad territorial, las pretensiones anexionistas marroquíes sobre suelo español no son cosa del pasado —recordemos el intento de hacerse con el islote Perejil en 2002—, sino algo de completa actualidad a poco que se preste atención al país vecino. Su reivindicación de las islas Canarias, Ceuta, Melilla y las zonas circundantes no ha cesado, manteniéndose a la espera de una oportunidad más favorable. ¿Qué ha conseguido el Gobierno español del apoyo a Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental? ¿Por qué no exigió a cambio el explícito reconocimiento de la soberanía española en dichas plazas? ¿Qué negocio es ese de ser útil a los intereses extranjeros sin que se traduzca en una compensación de los nuestros y sin asegurar que sean respetados en el futuro?

Conociendo el arrojo del presidente, sorprendió a muchos la mesura con la que reaccionó públicamente en un primer momento a la respuesta bélica de Irán hacia Israel, sin mencionar siquiera a las partes implicadas

Y el marroquí no es el único caso en el que Pedro Sánchez toma las riendas con dudoso resultado. Sabiendo la popularidad que tiene entre su electorado, el Gobierno se ha pronunciado nuevamente en favor del reconocimiento de Palestina como Estado —sin especificar a qué territorios se refiere—. Podría suponer un serio revés en las relaciones diplomáticas con los israelíes si llegara a producirse sin un mínimo consenso internacional a través de la Unión Europea y, sobre todo, de Estados Unidos, la gran potencia valedora de Israel —y de Marruecos—, y ante la que España se encuentra objetivamente subordinada desde mediados del siglo pasado. Si un estadista debe velar en primer lugar por los intereses de su Estado, ¿en qué beneficia a España atizar el avispero de Oriente Próximo? ¿Por qué la contundencia mostrada al hacer declaraciones sobre los conflictos en el exterior parece variar en función del rédito electoral esperado? Conociendo el arrojo del presidente, sorprendió a muchos la mesura con la que reaccionó públicamente en un primer momento a la respuesta bélica de Irán hacia Israel, sin mencionar siquiera a las partes implicadas.

Son actitudes propias del que juega con fuego en casa ajena —en este caso, la de todos nosotros—. No es un secreto que nuestra posición en el mundo no pasa por su mejor momento, motivo suficiente para extremar la precaución. Sin embargo, las actuaciones de Sánchez en política exterior parecen responder a la necesidad particular de dotar de apariencia de liderazgo y revestimiento ético a su imagen pública, muy deteriorada tras la corrupción que supone, entre otras cosas, la revitalización del proceso separatista para conseguir apoyo parlamentario. Una amenaza interna que conlleva un gran riesgo para la integridad territorial, y que llegado el momento podría aliarse con los intereses de otros Estados —por ejemplo, Marruecos o Israel— y perjudicar gravemente a España desde varios frentes a la vez. Algo que no parece preocupar demasiado al presidente, quien para mantenerse en el poder no ha tenido grandes problemas en dejar más desprotegido el Estado reduciendo las penas de la malversación y, sobre todo, eliminando el delito de sedición, acciones mucho más graves a futuro que la impunidad a cambio de votos concedida con los indultos y la amnistía.

Esta etapa del PSOE en el poder se muestra como la del cortoplacismo en busca de la supervivencia política inmediata de sus dirigentes. La táctica empleada consiste en comprar tiempo en una constante huida hacia delante para sobrevivir, y que los problemas los arreglen quienes vengan detrás. Esperemos que cuando otro Gobierno deba gestionar las consecuencias, Sánchez y sus ministros no digan que con ellos no pasaban estas cosas.

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