¿Por qué no nos matan directamente? Eso nos preguntamos los millones de autónomos, trabajadores, pequeños y medianos empresarios ante la estoicidad del Gobierno, cuando no de sus mentiras. Es mucho mejor una muerte rápida que una lenta. La frase “Tuvo una buena muerte, ni se enteró”, que cobra tristísima vigencia en el momento presente, es la que más se compadece con todos los que, sin ingresos por la paralización de su actividad, cuando no por haber sido despedidos, ven cómo pasan las días y sus cuentas están vacías.
Y no, ese salario de renta mínima teñido de paternalismo comunistoide no es ninguna solución por más que al marqués de Galapagar se le ponga cara de Padrecito Stalin al proponerlo. Es pan para hoy y hambre para mañana. Ya sabemos cuáles son los efectos de los PER en la Andalucía de los Chaves y Griñanes, de los cuales se habla poquísimo, por no decir nada, y con los que estaba la actual ministra Montero. Este Gobierno solo sabe hacer propaganda, pero no perdona ni un céntimo al contribuyente de a pie, que ya nos gustaría saber cómo tratan a la señora Botín. Suponemos que agradecidos, no en vano son de natural genuflexo ante los poderosos, amén de que la banquera y los progres mediáticos quitaron de en medio a Albert Rivera, dejando a Ciudadanos con la misma carga política que unas grageas de menta.
Concluiremos en que aunque se nos dé un mes de plazo para pagar el IVA, la deuda persistirá y habrá que hacerse cargo dentro de treinta días. ¿Y si seguimos sin facturar? Porque si hemos de fiarnos de los supuestos ERTE que el Gobierno juró y perjuró sostener, vamos dados. La burocracia endémica de un estado en el que todavía se cosen a mano los legajos judiciales, sumada a la incompetencia de los que gobiernan, hacen que aunque la empresa haya solicitado en tiempo y forma debida ese expediente de regulación, a estas alturas no se le haya concedido. Por tanto, el empresario no puede pagar al trabajador y el estado tampoco le paga nada, encontrándose mucha gente como el alma de Garibay, pululando en el limbo, y bien sabido es que en tales parajes se hacen ayunos eternos. Excuso hablarles de los famosos créditos ICO y de los papeles que requieren, que ni los propios gestores entienden. Mucho anuncio a bombo y platillo, pero medidas reales para ayudar a la gente, ni una, siendo España el país de toda la UE que menos ayuda presta a su tejido empresarial. Y son las empresas quienes crean puestos de trabajo, riqueza, y pagan los impuestos que sirven para costear el tren de vida de los políticos. Eso sí, para las televisiones, quince millones, y para los culturetas vayan ustedes a saber.
Lo malo es que en el Gobierno van como pollos sin cabeza. Nadie sabe qué hacer, salvo mirarse de reojo con el cuchillo a la espalda
Estamos con el culo al aire ante la debacle que empieza a hacerse patente. Ítem más, muchos abuelos, auténtico colchón económico en la anterior crisis con sus pensiones, no están ya entre nosotros. No son todos, gracias a Dios, pero al paso que van los mil y un responsables centrales y autonómicos, salvo contadas excepciones, pasaremos de ser un país con una tasa de ancianos elevada a verlos como una curiosidad.
Lo malo es que en el Gobierno van como pollos sin cabeza. Nadie sabe qué hacer, salvo mirarse de reojo con el cuchillo a la espalda. Los podemitas no se fían de los socialistas, Calviño y Robles no se fían de Sánchez, nadie se fía de Iván Redondo y a Ábalos lo mismo le da ocho que ochenta. El ríe y gasta bromitas tabernarias. Me da que esa risita contumaz pone histéricos a sus propios correligionarios, que una cosa es que Sánchez todavía no se digne llevar corbata negra u ordenar a su televisión que coloque un crespón negro en pantalla, y otra la risita de los cojones del muchacho, parafraseando a Luis Ciges en “Amanece que no es poco”. Igual le pasa como al Joker y es una enfermedad. Lleve una tarjetita que lo ponga, y no pensarán que carece de sentimientos.
Visto lo cual, que nos maten si conseguimos salir vivos del virus; que nos maten como clase, como sociedad, como nación, como individuos, y que todo sea una feliz república de indigentes bolivarianos, allí, o de lazis arios con certificado, aquí. Háganlo. Ya que practican la eutanasia de tapadillo en materia sanitaria, tengan el valor de hacerlo abiertamente en lo social. Todo, menos esta muerte lenta e inacabable. Me viene a la memoria una anécdota histórica a propósito. Cuentan que Hitler, enfurecido con un adversario suyo condenado a muerte, ponderaba cual sería el método más cruel y doloroso para poner fin a su vida. “Quiero que sufra, que sufra mucho”, gritaba. Göring, adulador y untuoso, le susurró “Mein Führer, podríamos ponerle una tiendecita”. Es un chiste, claro, de la época del Tercer Reich. Pero también es definitivo.