El pasado 13 de diciembre, tres días después de su toma de posesión, Javier Milei anunció una serie de medidas para atajar la dramática situación de Argentina. Ha pasado apenas un mes desde entonces y, aunque las mismas son acertadas, todos sus efectos aún no se han desplegado, lo que dificulta el necesario contraste sobre su bondad.
El enemigo mayor de Milei es la impaciencia de la población que aprovecharán sus adversarios políticos, máximo en un ambiente social en el que la satisfacción inmediata, aunque sea a costa de un peor futuro, es lo que prima. Las intenciones de Milei no pueden ser mejores: sacar a Argentina de la pobreza. Sin embargo, el monopolio de las buenas intenciones se les reconoce a los estatistas, que a cambio nunca tienen que demostrar sus resultados. Justo al revés de lo que le vamos a exigir a Milei que, por otro lado, es lo que racionalmente hay que exigirle: resultados y no intenciones. Pero resultados a medio y largo plazo. Como bien decía Friedman, es difícil abandonar el alcohol porque los efectos inmediatos del abandono son duros, aunque a largo plazo sea beneficioso. Justo al revés de lo que se experimenta consumiéndolo.
La inflación es en todo momento y lugar un fenómeno monetario, decía Friedman. Sowell, sin embargo, afirma que es un fenómeno fiscal. Y los dos llevan razón porque los dos dicen lo mismo: los continuos déficit fiscales con su apelación a la emisión de dinero para financiarlos generan inflación. La inflación argentina era, en tasa interanual, del 161% a noviembre de 2023. Esto requiere una reducción del gasto público que no siempre es fácil, porque si algo le caracteriza, al gasto público, es su cronificación. A diferencia del privado, que se reduce en crisis por la fuerza de los acontecimientos, el público no porque pasa a formar parte del paisaje institucional de un país.
La reducción del déficit no sólo exige reducir el gasto, sino incrementar los ingresos, aunque sólo sea de manera extraordinaria en un primer momento. En un momento posterior, el crecimiento de la actividad y la reducción de las cargas públicas debieran ser suficientes. La privatización de servicios públicos, convirtiéndolos en empresas en muchos casos, es una buena medida. Por un lado, elimina los déficit que estos entes generan, por otro produce, en algunos casos, ingresos por la venta de los entes que los prestan. Esto requiere una definición de lo que el Estado está obligado a producir que es, por mucho que les pese a los estatistas, muy poco, ya que confunden la garantía que un estado moderno debe prestar (a la educación, a la sanidad…) con la provisión del servicio.
Los efectos de estas medidas desregulatorias ya se están notando. El mercado de alquileres está cayendo como consecuencia de un aumento de la oferta y lo mismo está pasando con muchos productos agroalimentarios
En ese sentido, la paralización de la obra pública y su acometida por el sector privado, como ha anunciado el Gobierno Milei, es una buena medida inmediata. Tenemos el derecho a residir donde queramos y a asumir individualmente los costes que tal decisión conlleva. Ni el medio que nos traslada ni la vía por la que nos trasladamos, por ejemplo, nos la tienen que financiar otros. Y si disfrutamos de los medios y las vías cuando recibimos algo en nuestro domicilio, el precio de lo recibido debe incorporarlo. Tenemos derecho a saber lo que valen las cosas y la maraña de impuestos para financiarlo todo nos lo impide.
La derogación de medidas intervencionistas como la ley de alquileres o la de abastecimiento (que permitía intervenir los precios), la de góndolas (que se inmiscuye en la promoción comercial que hacen las grandes superficies), la de compre nacional (porque nada hay más nacionalista que un socialista) o la apertura del tráfico aéreo a nuevos operadores, constituyen medidas de desregulación que dejan a la competencia la función de hacer lo que sabe hacer: ofrecernos bienes y servicios en las mejores condiciones de precio y calidad posible. Los efectos de estas medidas desregulatorias ya se están notando. El mercado de alquileres está cayendo como consecuencia de un aumento de la oferta y lo mismo está pasando con muchos productos agroalimentarios de producción nacional. En concreto, los alquileres han caído un 20%, como la carne, y hay productos agrícolas que lo han hecho en más de un 50%. Parece que a la vivienda y la alimentación les está sentando tan bien el proceso desregulador como a Berlín la reforma económica del 24 de junio de 1948, que siguió a la monetaria de tres días antes, y que juntas sentaron las bases del milagro económico alemán.
El orden sin libertad es coacción
Y como la reforma económica exige la monetaria, la simplificación de los tipos de cambio es otra de las brillantes medidas que se han tomado. La existencia de distintos tipos (como ocurría en España hasta comienzo de la década de los 70 del siglo pasado) sólo beneficiaba a los exportadores e importadores que obraban en los despachos de las autoridades monetarias, hasta el punto que el negocio muchas veces no estaba en comprar y vender fuera, tanto como en conseguir un buen tipo de cambio para las importaciones y las exportaciones. El negocio no era real sino cambiario, puesto que las diferencias llegaban hasta casi el 200%.
La adopción de un tipo de cambio cercano al real, conseguido con la devaluación, es un ejercicio de realismo que encarece las importaciones y abarata las exportaciones, lo que poco a poco allegará recursos al Banco Central de la República Argentina para hacer frente a su maltrecha posición financiera. En ese sentido, el recurso al FMI para salvar el periodo hasta que la mejora se vaya notando era inexcusable.
“La libertad debe conjugarse con el orden, ya que un orden sin libertad lleva a la coacción y una libertad sin orden amenaza con degenerarse rápidamente y convertirse en un caos”
Por último, no olvidemos los anuncios de uso de la fuerza pública para mantener el control de las calles. En todo este proceso no son despreciables porque como bien dijo Ludwig Erhard, el ministro de Economía de Adenauer a quien debemos las dos reformas antes comentadas: “La libertad debe conjugarse con el orden, ya que un orden sin libertad lleva a la coacción y una libertad sin orden amenaza con degenerarse rápidamente y convertirse en un caos”.
Beeblebrox
En relación con esto un elemento de guerra cultural necesario es difundir el hecho real de que no hay empresas públicas, en el sentido de empresas que no buscan generar un beneficio para sus dueños. Lo que llamamos empresas públicas son privadas propiedad de sus trabajadores y, sobre todo, sindicalistas, que cobran sus beneficios en forma de condiciones laborales mejores, sueldos más altos y prebendas que no tendrían en una empresa privada. Y permitir que una empresa privada con etiqueta de pública tenga un monopolio, como en todos los monopolios, lleva a un producto de m y precios altos con los que financiar sueldazos, vida cómoda y momios escandalosos
Gladiator
Buen artículo.