Opinión

¿Por qué nadie dijo nada?

Entrega del premio Josep Pla de literatura. El premiado hace una loa a los separatistas presos y fugados. Manuel Valls, sorprendido, pregunta cómo es posible que nadie diga nada. Es

  • Manuel Valls

Entrega del premio Josep Pla de literatura. El premiado hace una loa a los separatistas presos y fugados. Manuel Valls, sorprendido, pregunta cómo es posible que nadie diga nada. Es evidente: esta sociedad está narcotizada.

Ni la delegada del gobierno Teresa Cunillera, ni los organizadores del premio Nadal, ni los políticos asistentes – muchos con el lazo amarillo en la solapa – ni los periodistas, ni siquiera los asistentes se sorprendieron de que alguien, desde un atril, alabase las bondades del proceso, entonara un canto lacrimoso hacia sus responsables y dejase caer la sempiterna sombra de acusación contra una España que dicen es negra, fascista, oscura e inquisitorial.

A Valls todo eso le incomodó; llamó al orden a Cunillera, le dijo a Artur Mas que era un pesado

A Valls todo eso le incomodó, llamó al orden a Cunillera, le dijo a Artur Mas que era un pesado. Nada. Todo siguió el guion previsto. Los separatistas, insistiendo en su continua y sistemática campaña; los demás, demasiado cobardes o indiferentes para rebatírselo. Todos, eso sí, adormecidos por el opio que ha estado narcotizando a la sociedad catalana desde hace décadas. A nadie en mi tierra le sorprende que España sea “el estado español”, que en el mapa del tiempo de TV3 aparezcan “los países catalanes”, que a Valencia todo el mundo la llame el país valenciano. Cuidado, que eso pasa desde que la televisión autonómica empezó, no es cosa de ahora. Tampoco es novedad que los constitucionalistas sean los malos de la película, que ETA y Otegui tengan sus razones para hacer lo que hicieron o que todo lo que no forme parte del independentismo sea extrema derecha. Valls demuestra en eso ser un recién llegado a la política catalana, porque aquí, desde UGT y CCOO a PSC o En Comú Podem, desde la burguesía hasta parte de la clase trabajadora, desde el mundo asociativo al mundo empresarial, todos aceptan sin pestañear los mitos que se forjaron a lo largo de los años de la mano de Jordi Pujol. Todo ese sarro ideológico acumulado en la dentadura democrática catalana no es extirpable sin una buena limpieza de boca, pero nadie se atreve a efectuarla por miedo.

Esa es la razón por la cual, mon cher, nadie dice nada: miedo

Esa es la razón por la cual, mon cher, nadie dice nada. Miedo. Miedo a perder tu posición social o profesional, miedo al ostracismo, el vacío, el mobbing, el desprecio. Hasta tal punto está contaminado el tejido humano en estas tierras que son pocos quienes se atreven a manifestar en público su discrepancia. Es la pura derrota de la esencia misma de la democracia, a saber, el derecho a disentir del poder. Porque aquí el poder lo han tenido siempre los nacional separatistas, no lo duden No ha sido España ni sus instrumentos estatales, que la mayoría de las veces se la han tenido que envainar por orden del gobierno de turno, bien fuese socialista, bien fuese popular. Son ellos, siempre ellos, esos pocos cientos de familias a las que aludía cínicamente Millet.

Cuando las mentes preclaras de Madrid decidieron que la mejor manera de acabar con el problema catalán era pactar con los nacionalistas se terminó la posibilidad de decir nada. Pujol era el garante de que las cosas no se salieran de madre y, además, ¿qué les importaba a las élites políticas madrileñas si aquí se podía estudiar en castellano o se hacían listas negras de periodistas? Son cosas de catalanes, decían, y con despacharse de manera vulgar con un par de chistes imbéciles acerca de la proverbial tacañería catalana – no lo dirán por lo que se han gastado los separatistas en todo el proceso – y conseguir que Pujol les diese sus votos parecían contentarse.

Nadie dice nada porque ni la derecha ni la izquierda han sabido tener un proyecto sólido de estado que garantizase una igualdad real entre todos sus ciudadanos

Nadie dice nada porque ni la derecha ni la izquierda han sabido tener un proyecto sólido de estado que garantizase una igualdad real entre todos sus ciudadanos. Seamos sinceros: esto no es Francia y, aquí hablar de patria o de patriotismo hace que, automáticamente, los censores de guardia salgan a masacrarte. Vivimos en un país en el que la cultura y el periodismo han de ser de izquierdas y el patriotismo y la milicia de derechas, y no se hable más. Por eso, Manuel, nadie dice nada, porque, más allá de miedos e intereses egoístas, aquí nadie tiene nada que decir.

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