En un artículo anterior comenté que los dos libros (ambos se están editando) que José Constantino Nalda ha escrito sobre el Estado constitucional poseen el estilo científico de su autor. Ya señale entonces que Nalda se inserta en la corriente o tradición de autores humanistas, como Tucídides, Thomas Hobbes o Karl R. Popper, que encontraron en la medicina, la geometría, la física o la lógica matemática, nuevos conceptos para estudiar los comportamientos de los seres humanos.
Encuentro en Nalda una influencia más, pero que no sé si es consciente de ella el propio autor: el atomismo filosófico. Nalda es un físico atómico, que por contingencias políticas hizo política territorial y que ahora reflexiona sobre su dedicación a esa tarea. El atomismo, en concreto la gran obra de Lucrecio (Tito Lucrecio Caro, 99-55 a C.), “De Rerum natura”, coincide con la visión que Nalda tiene de los hechos históricos, especialmente en que los acontecimientos de los humanos son imprevisibles.
Hay un pasaje de su segundo libro, titulado “Reflexiones a luz del atardecer. (Hacia un modelo cohesionado y consistente de ordenación territorial: de la malla vallisoletana a la red España), que creo que sintoniza con el pensamiento de Lucrecio, y su gran inspirador, el filósofo griego Epicuro.
Escribe Nalda: “Me parece que es evidente y no debo soslayar que este proceso de ordenación de la pluralidad social que es deudor de la aplicación de conceptos matemáticos para explicar el complejo universo físico debe tomarse en su justa medida, es decir, como una imagen mental (“denken experiment” que decía Einstein) que puede ayudarnos –a mí al menos así ha sido– a entender bastantes de los problemas que surgen como resultado de la interacción entre personas dando origen a estructuras que soportan y proyectan hacia otros la vida de los colectivos interactuando. Por eso, la visión que pretendo ofrecer está condicionada a mi propia posición a lo largo de más de cuarenta años en que he estado ocupando un lugar en el interior del magma de individuos interactuando a la búsqueda de las situaciones que favorecieran la mejora en sus condiciones de bienestar; no es, por consiguiente, el resultado de un experimento sobre un colectivo que contemple desde una posición alejada, de privilegio, en laboratorio, sino el efecto y consecuencia de percepciones propias y de la influencia sobre ellas de los actos y actitudes de quienes conmigo interactúan, bien directamente o por la intervención de las redes de comunicación. No hay un solo día, en los últimos años, que no abrumen mi espíritu con proposiciones que entran en conflicto con el modelo de convivencia que diseña la Constitución Española y por ende exigir un plus de atención y esfuerzos para evitar las fisuras que puedan conducir al resquebrajamiento del edificio”.
Lo divertido es que Javier de Burgos, el ilustrado y afrancesado político y escritor que en 1833 creó la actual división provincial, fue traductor del poema de Lucrecio “De Rerum natura”
Estos párrafos, pienso yo, son una declaración epistemológica y moral importantísima, pues van mucho más allá de ubicarse en una determinada actitud teórica sobre si la Historia está, o no, predeterminada. La discusión sobre ese dilema es práctica, pues afecta a la libertad de los seres humanos, y en el plano de las instituciones y del Estado, si ese dilema se resuelve con que los seres humanos no tienen en absoluto descrito cuál será su futuro, entonces se ve la necesidad de encontrar alguna seguridad en medio de la incertidumbre de la vida, y la civilización no ha encontrado otra seguridad que el Derecho, y en nuestro tiempo, con las Leyes que son obra del Estado democrático de Derecho.
El gran poema de Lucrecio, y su humanismo fundado en Epicuro (según el cual la persona es libre para humanizar la naturaleza, o dicho de otra manera, la criatura humana puede modificar el destino con su inteligencia, con su trabajo y con su voluntad), ha estado presente en las grandes discusiones sobre la moral y la ética, desde el Renacimiento hasta nuestros días, con especial intensidad en tiempos de Kant, Hegel y Marx. Esas discusiones afectaron también de una manera profunda a los pensadores de las religiones monoteístas, cristianos, judíos e islámicos. En suma, desde la época de la Ilustración, de la que seguimos dependiendo todavía.
En España, el atomismo de Lucrecio y de Epicuro no pasó inadvertido, a pesar de la oposición de las autoridades inquisitoriales. Lo divertido es saber que Javier de Burgos (1778-1848), el ilustrado y afrancesado político y escritor, que en 1833 creó la actual división provincial (que es la base del Estado de las Autonomías y el marco electoral de nuestra Constitución), repito, Javier de Burgos, fue traductor del poema de Lucrecio, “De Rerum natura”.
Sólo es aparente la sorpresa que Javier de Burgos y José Constantino Nalda estén relacionados con el atomismo de Lucrecio, en su común entrega intelectual a la teoría y práctica sobre las comarcas, las provincias, las regiones, sobre el Estado y Europa.