Sensación de alivio a última hora de la tarde de ayer. El referéndum independentista previsto para hoy en Cataluña parecía estar pinchando. La intervención de la Guardia Civil, a las órdenes del TSJC, bloqueando las aplicaciones informáticas necesarias para el voto telemático significó un duro golpe a la infraestructura de la convocatoria ilegal. Alcanzar el millón de participantes sería un “éxito desbordante” dados los esfuerzos del Gobierno por evitar su celebración, aseguró el tal Jordi Sànchez, capo de la ANC. En Barcelona, una manifestación en verdad espontanea desfiló bajo la lluvia por Vía Layetana a favor de la unidad y en contra del delirio separatista. Casi 15.000 personas, una muchedumbre dadas las circunstancias. Era la cara esperanzada del sábado, tras el viernes de dolores con el que nos obsequió el “gracioso” Méndez de Vigo, portavoz del Gobierno, en rueda de prensa. Tras un exhaustivo repaso al museo de los horrores perpetrados por el separatismo, que no había pecado que los golpistas no hubiesen cometido, ley no infringida, ni desplante no protagonizado, el menos avisado de los españoles que a esa hora se encontraba frente al televisor se preguntaba en voz baja: y bien, ¿entonces qué? ¿Qué van a hacer ustedes? ¿Cómo van a impedir ese atropello? ¿Van a aplicar por fin el artículo 155?
Pues no. No vamos a hacer nada, vino a ser la respuesta muda del señorito, encastillado en un “no habrá referéndum el domingo” como una especie de mantra capaz de tapar las vergüenzas de un Gobierno débil, a quien el envite catalán le ha venido grande desde el principio. “No va a haber referéndum el domingo porque, además, es ilegal”. Y otra de gambas. Apenas una hora antes, la oronda figura de Junqueras había aparecido en televisión desvelando el secreto mejor guardado por el Govern, el modelo de urna a utilizar el domingo, una especie de jaula made in China de las que se utilizan para transportar animales en avión, opaca para ser más señas (¡la transparencia!), aunque también podría ser de utilidad como cubo de la basura o contenedor para la ropa sucia. Pero allí estaba el bidón de plástico, con la enseña cuatribarrada impresa, listo para ser utilizado el domingo y contradecir en directo la letanía del “no habrá ningún referéndum” a la que se aferra a un Gobierno que ha optado por el “verlas venir, dejarlas pasar, y si te mean encima decir que llueve”.
Y naturalmente que, salvo sorpresa mayúscula de última hora, habrá referéndum. Ilegal, pero referéndum. Una repetición del 9-N, en mayor o menor medida, pero con más agravio, con mayor escarnio, el que nace de la burla a un Gobierno incapaz de parar el golpe a pesar de haberse comprometido a ello en mil ocasiones, y del desafío a la Constitución y al Estado de Derecho. Si en el 23-F la sociedad española supo resistir el golpe de Milans y Tejero que trataba de subvertir la neonata democracia, 36 años después, aletargada y falta de impulso, incluso de espíritu de supervivencia, ha preferido mirar para otro lado ante la evidencia de este nuevo golpe protagonizado por los delfines de Jordi Pujol, el cleptómano padre de la patria catalana, que puede significar el final efectivo del régimen del 78 y ya veremos si el principio de la fragmentación de España. Sí este Gobierno taimado hubiera aplicado el 155 a su debido tiempo, como ha recordado Felipe González, no hubiéramos llegado al umbral de esta puerta que hoy se abre hacia lo desconocido.
No cabe ponerse de perfil
Cuenta Mariano que le sorprende la actitud de esa gente que pide audiencia y viene a decirle, a exigirle, a implorar incluso que lo pare, que “pare lo de Cataluña”, “bueno, ya, pero eso implica asumir riesgos, aplicar la ley con todas sus consecuencias, porque para hacer tortilla hay que romper huevos”, y entonces me responden, “ah no, eso no, párelo, pero dialogando”, “¿y cómo dialogando?, les replico, porque el único diálogo que entienden estos señores es el darles la razón, y son empresarios los que mayormente vienen con esa monserga…”. La sociedad española se acaba de despertar a la pesadilla de este desafío que para la paz, la convivencia y la democracia supone el envite planteado por el nacionalismo catalán, y aún no sabe cómo reaccionar. Se trata de un pulso ante el que, en palabras de Alfonso Guerra, “no caben posiciones tibias ni es aceptable la posición de perfil”, porque sólo existe una posición ética posible: la de “oponerse con todos los instrumentos que proporciona la democracia y la Constitución”.
Y bien, ¿para qué ha llevado el ministro del Interior a miles de policías y guardias civiles a Cataluña?"
Al final será imprescindible cumplir y hacer cumplir la Ley, ello tras un viacrucis en el que el Estado de Derecho se dejará muchas plumas en la gatera de la cobardía patológica del Gobierno que nos gobierna. Habrá referéndum, y el Ejecutivo no tendrá más bemoles que aplicar de una vez por todas, siempre tarde, mal y nunca, el famoso 155, no sin antes haber perdido por goleada la batalla de la imagen en el exterior, a menos, claro está, que la cosa sea peor, que este Gobierno renuncie a defender la nación, cosa que nunca le perdonaría esa sociedad española que, al margen de los partidos, ha empezado a movilizarse por su cuenta en la mayoría de las ciudades del país, harta de la petulancia de un independentismo que pretende hacer saltar España por los aires, exigiendo al resto de españoles que asistan al espectáculo como meros espectadores. Todo dependerá del comportamiento de los Mossos, de que los Mossos puedan –está por ver que quieran- clausurar los colegios electorales, elemento capital en el éxito o el fracaso de la jornada. Si la tropa indepe ocupa los centros como ha prometido, será muy difícil que los chicos del comandante Trapero la desalojen a primera hora de hoy. Y bien, ¿para qué ha llevado el ministro del Interior a miles de policías y guardias civiles a Cataluña?
Han fallado las defensas normales de la sociedad
Un envite que coge a esta sociedad muy aletargada, aborregada incluso, como indefensa, entregada al becerro de oro del consumo, sin élites ni liderazgos capaces de indicar el camino. “Fallaron todos los recursos normales del poder, todas las defensas normales de la sociedad”, escribió Cambó tras el golpe de Primo de Rivera en septiembre de 1923. “La dictadura española nació en Barcelona, la creó el ambiente de Barcelona, donde la demagogia sindicalista tenía una intensidad y una cronicidad intolerables”. Sociedad anestesiada y país gobernado por un Ejecutivo en minoría parlamentaria que no se atreve a cumplir con su obligación con la contundencia debida víctima de sus propias miserias (el descrédito de los recortes por la crisis, la sospecha de financiación ilegal, y la marea de la corrupción), a lo que hay que añadir un PSOE tan roto como desnortado, y una izquierda dispuesta a hacerle el trabajo sucio al independentismo, entregada, en gravosa pinza, a la batalla paralela de la revolución leninista. Con Ciudadanos como único garante fiable de lo que habría que hacer.
Es evidente que España se enfrenta a una crisis de idéntica envergadura a la del 98 del siglo XIX, o a la que supuso el estallido de la Guerra Civil. Y es también obvio que el Gobierno tendrá que dejar sus miedos y cumplir con su deber parando el golpe, encarcelando a sus responsables y recuperando para el Estado cuestiones capitales como la Educación, materia que en las últimas décadas ha sido utilizada de forma criminal para sembrar el odio entre españoles. Habrá que implorar a los Dioses para que hoy no ocurra ninguna desgracia en la calle. Luego vendrá lo más difícil: la restauración de las heridas tras la batalla. Mañana no termina nada: muy al contrario, empieza todo. Nuevo escenario a partir del lunes 2 de octubre. No habrá declaración unilateral de independencia. Las razones las expondrá aquí mañana Miguel Alba, director de Vozpópuli. Años de dura pelea por delante, que solo podrá ganarse con determinación y talento, dos cosas de las que no anda muy sobrado el Gobierno Rajoy. ¿Entonces, quién? Los españoles tendrán que tomar muy pronto decisiones trascendentales. Difícil imaginar mucho tiempo la insoportable mediocridad del momento.