Opinión

Nietzsche en la Moncloa

Cuando en su día el historiador se incline sobre los tiempos confusos que estamos viviendo no creo que, como anuncian no pocas lumbreras, descubra en primer término las corrupciones que nos afligen. El propio sanchismo ha renunciado ya a condenarlas con h

  • Pedro Sánchez en Moncloa

Cuando en su día el historiador se incline sobre los tiempos confusos que estamos viviendo no creo que, como anuncian no pocas lumbreras, descubra en primer término las corrupciones que nos afligen. El propio sanchismo ha renunciado ya a condenarlas con hechos fundado en la hipótesis de que no hay ni hubo en el mundo Poder alguno libre de esa mácula. ¡No hay inocentes en la vida pública, no hay dominador ajeno a la codicia! Se ha llegado incluso a alegar como disculpa genérica y definitiva que “el dinero público no es de nadie”, pero, insisto, por encima de la eventual amnistía del saqueo, lo primero que nos asalta en esta tragicomedia es la “normalización” de la mentira o, lo que viene a ser lo mismo, el descrédito de la Verdad.

Hemos llegado a escuchar a un líder de opinión iniciar una entrevista preguntándole al Presidente “por qué nos miente tanto” y, ciertamente, esa pregunta resulta expletiva, en última instancia, en un país que ha llegado a banalizar hasta la indulgencia plenaria los camelos constantes de un presidente que pasará a la Historia, sin duda posible, como el más embustero de que haya memoria. Pero preguntémonos qué es, después de todo, la Verdad, como ya planteara Pilatos.

Pues cualquiera sabe. Uno de los fragmentos finales de Nietzsche Sobre la Verdad y la mentira- se ocupó ya de probar la inconsistencia del prestigio de lo verdadero frente a la incontrovertible utilidad del cuento o la patraña, y en él descubrió para los restos el arte de la “disimulación” como arma legítima del individuo en sociedad. “Es casi inconcebible –decía el maestro— el instinto sincero de la verdad”, pues lo cierto es que los que manejan codiciosamente con palabras las representaciones humanas acaban por incompatibilizarlas con la verdad. ¿Por qué criticar a un presidente porque mienta si sabemos de sobra –decía Nietzsche, ojo— que “en las palabras jamás se trata de llegar a la verdad”? Es más, ¿acaso no son las verdades meras ilusiones, no es cierto, como aseguraba el maestro, que, en la práctica social, el propio concepto no pasa de ser más que “el residuo de una metáfora”?

El pancismo nacional

En vano se emperra cierta opinión en afearle al actual presidente su mendacidad casi maniática, teniendo en cuenta que las representaciones que expresamos en nuestros asertos “las producimos en nosotros y a partir de nosotros con la necesidad con que la araña teje su tela”. ¿O será que “el hombre tiene una inclinación invencible a dejarse engañar” y, en consecuencia, más valdría concluir, frente a las trolas del Presidente, que sarna con gusto no pica? Bueno, la verdad es que no lo sé, aunque comprenda la colectiva endeblez metafísica que fluye por la manga ancha del inocente pancismo nacional. ¡Tampoco sería cosa de pretender que el personal se afligiera más aún buceando a pulmón en el pesimismo nietzschiano! El propio Cristo, que bien pudo hacerlo, ni se molestó en replicarle al Prefecto. ¿Y vamos a hacerlo nosotros con la crisis abismal que tenemos en lo alto y el IPC disparado? Claro que Nietzsche tampoco es que llevara necesariamente razón cuando pensaba o hacía lo que hacía. Si la hubiera llevado quizá no hubiera manseado tanto, arrimado a tablas, bajo la muleta de Lou Salomé.

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