Opinión

Olona y la fugacidad de la nueva política

La exdiputada de Vox y excandidata a la Junta de Andalucía representa el malsano exceso de protagonismo en este ‘Star Sistem’ que ya se llevó por delante antes a Albert Rivera y a Pablo Iglesias

  • Macarena Olona al inicio, este lunes, del Camino de Santiago en Sarria (Lugo). -

Desconozco si, como dice Macarena Olona, la razón última de su adiós a la política es un problema de tiroides pero resulta chocante que semanas después haya empezado a recorrer como ”un toro” y mochila a la espalda los 114 kilómetros que separan Sarria (Lugo) de Santiago de Compostela… digo yo que muy grave no debe ser la dolencia física, no así la del ego de toda una abogada del Estado en expectativa de destino seriamente tocado -el ego, digo- tras el éxito amargo que le propinaron los electores andaluces el pasado 19 de junio.

Vox subió de doce a catorce diputados, sí, pero tal fue la altura del listón que Olona se puso a sí misma -aún resuena en Canal Sur aquella pregunta al hoy presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, ”¿Acepta ser mi vicepresidente?”-, que las urnas terminaron sabiendo a revolcón en una formación presidida por Santiago Abascal que venía de entrar en el Gobierno de Castilla y León para desasosiego de Alfonso Fernández Mañueco. Eso nubla a cualquiera...¡Ay las malas pasadas de tanta falsa expectativa y tanta analogía equivocada!.

Y es que las cosas no ocurren porque sí. Para empezar, la candidata a la Presidencia de la Junta de Andalucía se había empeñado en confirmar que aceptó a regañadientes con esa sospechosa resistencia numantina suya a dejar el acta de diputada en el Congreso; parece que se consideraba llamada a más altos designios -¿la portavocía que ocupa Iván Espinosa de los Monteros, el propio liderazgo de Abascal?-. Mira que en los sillones del viejo palacio de la Carrera de San Jerónimo se han sentado carreras frustradas igual de ilustres o más que la suya incluso, pero ni por esas… que la condición humana es lo que tiene.

Zanjada la interna y asumida la patada al lado andaluz de su mentor Abascal, a la alicantina volvió a perderla su carácter: primero, metiéndose tanto en aquel papel de salobreña de adopción y modelo de Julio Romero de Torres -traje de flamenca incluido-, artificial y hasta ofensivo a ojos del resto de candidatos, incluido ese Moreno Bonilla a quien trató de atar en corto y acabaría dándole la mayoría absoluta con sus excesos de campaña. Luego, con el escaso resultado ya en la mano no tardaría en confirmar las sospechas de quienes, hasta en Vox, no daban un euro por su permanencia en la política andaluza.

Si he dibujado este retrato de Olona es solo para ilustrar los males de la nueva política: abuso de la primera persona del singular, exceso de peso de las redes en la conformación de decisiones, y ese inconfundible aroma a fugacidad de los nuevos personajes y marcas

No he dibujado para resaltar los defectos de Olona sino como compendio para ilustrar los que creo verdaderos males de la nueva política -siete años después, va siendo hora de hacer balance-: un abuso del protagonismo, de la primera persona del singular y del yo frente al nosotros -Yolanda Díaz también debe hacérselo mirar-, un exceso de preponderancia de las redes sociales en la conformación de políticas y decisiones, y ese inconfundible aroma a fugacidad de personajes y nuevas marcas frente a los incombustibles PP y PSOE y sus cargos.

Solo hay que ver el paracaidismo extravagante de la de Vox en Andalucía o el de esa Inés Arrimadas huyendo de Cataluña a Madrid en 2019 -como si su victoria allí en diciembre de 2017 no le hubiera proporcionado suficiente protagonismo nacional-, pasando por la quintaesencia de todos esos males: aquel Albert Rivera, su jefe, a quien encuestas más falsas que un euro de madera acunaban en esos días de vino y rosas como futuro inquilino de La Moncloa tras Mariano Rajoy.

El mismo líder, Rivera, que no supo, no quiso o no le dejaron atisbar que nunca desbancaría a Pablo Casado en el centro derecha sin antes ser catado por los españoles como socio moderador y vicepresidente de un Gobierno con el PSOE. Sí, recuerden, 180 diputados, mayoría absolutísima, sumaban socialistas y naranjas en la noche del 28 de abril de 2019 y Rivera en primera persona la despreció; algún día se estudiará en las facultades de Ciencias Políticas.

Y si Pablo Iglesias, hoy también en su casa, añado, no va a entrar en la misma categoría efímera que el fundador de Ciudadanos es porque al de Podemos se le encendió la luz de alarma a tiempo tras la repetición de elecciones generales del 10 de noviembre de 2019, bajó del pedestal de la dignidad izquierdista que acostumbra, y pactó aprisa y corriendo con Pedro Sánchez el gobierno que hoy tenemos.

Ciudadanos va camino de la desaparición, Podemos bastante tendrá si consigue en los siguientes comicios bajar (solo) de 35 a los 25 escaños de la mejor IU de Julio Anguita, y Vox busca sobrevivir haciéndose indispensable para que Feijóo entre en La Moncloa.

El resto de la historia la conoce de sobra, querido lector: Ciudadanos va camino de la desaparición, Podemos bastante tendrá si consigue con Yolanda Díaz en los siguientes comicios bajar (solo) de los 35 a los 25 escaños de la mejor Izquierda Unida del desaparecido Julio Anguita, y Vox busca su supervivencia en hacerse indispensable para que Alberto Núñez Feijóo entre en La Moncloa.

Pero ¿Qué es lo que hace que dos siglas aparentemente tan desprestigiadas en el discurso público como PSOE y PP sobrevivan? Muy sencillo, la presencia territorial fruto de 40 años de victorias (y derrotas) y, por encima de todo, una resistencia de sus líderes que no han demostrado los nuevos políticos. Si algo une a Sánchez y Feijóo, los llamados a protagonizar la política española en próximos años -solo quedará uno-, es que son dos supervivientes en la adversidad.

Al hoy presidente del Gobierno lo echó su propio partido y volvió encaramado en la legitimidad de una victoria entre los militantes socialistas, y a Feijóo, después de varias mayorías absolutas, le pasó el último tren delante de las narices para liderar el PP en el congreso de 2018 cuando se quedó en la tribuna a observar el duelo entre Pablo Casado y Soraya Sáenz de Santamaría, hasta que a Casado le entró la obsesión por Isabel Díaz Ayuso y dinamitó sus opciones. Entonces nos dimos cuenta todos, también él, que aquel había sido solo el penúltimo tren, que la política es una carrera de fondo o no es… Es lo que le queda por aprender a ese ”toro” Olona que anda suelto estos días por Galicia.

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