Trece de mayo de 2006. Final de la Liga de Campeones. En París se enfrentan el Barcelona y el Arsenal de Londres. Viaje en metro, camino del Stade de France, en compañía de mis dos hijas. Llevo una bufanda con los colores del Barça en una mitad y los de la bandera española en la otra. En el mismo compartimento viaja un nutrido grupo de aficionados catalanes que, al reparar en nuestra presencia, comienzan a hacer signos ostensibles de burla, entreverados con comentarios de tono claramente ofensivo. A los hinchas que viajan en ese vagón les parece un insulto la fusión de lo azulgrana con lo rojigualda. La cosa no pasó a mayores porque prudentemente opté por la retirada hacia otro vagón del convoy, pero el incidente me amargó una final que terminó ganando el Barça por 2 goles a 1. Aquel día intuí lo que se venía encima, la desgracia de un deporte negado para la cordialidad entre aficiones, que ha convertido a los adversarios en enemigos, y el drama de un gran club de fútbol infiltrado por las metástasis de un nacionalismo de corte reaccionario.
Desde entonces, el Barça, obligado a contemporizar cuando no a salir en socorro de ese nacionalismo, ha arrojado emocionalmente fuera del club a decenas de miles de aficionados de toda España -casi 300 peñas barcelonistas solo en Andalucía- que han terminado por renegar de su filiación culé ante el semanal ejercicio de desprecio a España y lo español. Razón por la cual esos antiguos hinchas no hemos derramado una lágrima tras el nuevo terremoto de Lisboa y ahora asistimos, entre curiosos y estupefactos, a sus devastadores efectos sobre el club y sobre un nacionalismo ramplón que aspira a controlarlo todo. La indiferencia más absoluta. La xenofobia nos situó extramuros del club, pero también nos libró de sufrir en carne propia la vergonzante deriva de un club al que la política y la mala gestión amenazan con sumir en la irrelevancia para muchos años.
Dicen que Josep Maria Bartomeu es un excelente gestor de sus empresas, aserto del que cabría esperar idéntico desempeño en la gestión de una sociedad como el Fútbol Club Barcelona, que factura más de mil millones anuales con cerca de 600 personas en nómina. Pero un club de fútbol no es una empresa, naturalmente, no solo porque su desempeño depende de algo tan aleatorio como que la pelota entre en la red, sino porque en su derredor pulula una inextricable maraña de pasiones, aspiraciones ocultas y frustraciones a flor de piel. Ambiciones como escarpias. El caso es que Bartomeu se ha revelado como un presidente mediocre, en el mejor de los casos, que ha logrado la rara hazaña de dilapidar el mejor ramillete de jugadores de fútbol que seguramente se haya logrado reunir en la historia de este deporte, si es que el fútbol es un deporte. Un equipo técnicamente deslumbrante, llamado a haber ganado la Liga de Campeones diez años seguidos, pero que ha tenido que conformarse con el campeonato español de forma continuada.
Estrepitosas derrotas recientes ante PSG, Juventus, Roma y Liverpool deberían haber obrado como señales de alarma suficientes para poner en guardia a una gerencia eficiente y moverla a abordar antes de que fuera demasiado tarde la renovación de un equipo en el que la edad iba haciendo estragos. No solo no lo hicieron, sino que siguieron despilfarrando dinero (el del traspaso de Figo, primero, y de Neymar, después), entre otras cosas porque el fútbol, correlato de pasiones, es también la cueva de Alí Babá en la que medran los 40 ladrones y sus respectivos cortejos. Ausencia de capacidad de gestión desde el minuto 1 al 90, y el tradicional cántico de in-inde-independència en el 17. Así, hasta el terremoto de Lisboa o la reedición de uno de aquellos partidos entre casados y solteros que antaño se hacían en mi pueblo. Dicen los que saben, que son muchos en esto del fútbol, que Bartomeu perdió la manija del Barça cuando del vestuario se apoderó el astro rey, Lionel Messi, y que desde entonces el club es una barca a la deriva o una casa de citas donde Messi y sus amigos imponen su ley, mientras el presidente se dedica a tocar el violón.
El fútbol, correlato de pasiones, es también la cueva de Alí Babá en la que medran los 40 ladrones y sus respectivos cortejos
Dicen también que, a pesar de los pesares, a Barto hay que agradecerle que haya puesto pies en pared a la hora de resistir la presión del nacionalismo, impaciente por poner el club a su servicio, no obstante las numerosas muestras que Josep Maria ha dado estos años de nadar y guardar la ropa. El terremoto de Lisboa, sin embargo, ha sonado a toque de corneta que ha lanzado al separatismo a la conquista del último bastión que le queda por tomar en Cataluña, el Fútbol Club Barcelona, su marca más potente, mundialmente conocida por encima de la Caixa y de la propia Generalidad. Moviendo los hilos del asalto está Jaume Roures, el millonario comunista dueño de Mediapro, y su socio y amigo Tatxo Benet, la mano que mueve la cuna, casa en Seo de Urgel y Llansá, y hostias como Julianas para lograr ser invitado en su barco todos los veranos. Los derechos del fútbol han sido uno de los grandes negocios de Mediapro. Pero ellos no dan la cara; lo hace Víctor Font, que va a contar con el dinero de Roures y la ayuda de los Julianos del universo mediático de Roures. Competirá, entre otros, contra otro nacionalista, Joan Laporta, el ex presidente que vuelve al ruedo con el apoyo seguro de entre 12/14.000 socios de la masa social. “Veo muy difícil que puedan unirse en una candidatura única, a menos que el tapado de Roures acepte ir de número 2 con Laporta, algo altamente improbable”.
Lo del Círculo de Economía y lo de la Cámara
“También habrá una potente candidatura impulsada por el establishment” y encabezada, de momento, por Jordi Roche (ex presidente de la Federación Catalana de Fútbol y amigo personal de Sandro Rosell), a la que se pretende incorporar una figura de relumbrón, cuyo nombre no ha sido aún desvelado, que estaría apoyado por los tradicionales poderes fácticos: Caixa, Vanguardia y grupo Planeta. Sería el candidato de la “upper Diagonal”, y el momento de comprobar si entre quienes antaño cortaron el bacalao en Barcelona queda algo de talento y fibra moral para impedir la toma de control del Barça por el separatismo, tras la penosa experiencia vivida con el Círculo de Economía, el más potente lobby empresarial catalán, hoy en manos de un Javier Faus (Meridia Capital) que ha puesto patas arriba el Cercle, y la aún más triste de la Cámara de Comercio, donde Caixa se gastó un dinero apoyando a Carles Tusquets sin enseñar la oreja, con el resultado de que, tras unas elecciones caóticas, la presidencia terminó en manos de Joan Canadell, un 'independe' desorejado respaldado por la ANC, toda una lección para aquellos que aún no se han enterado de que los viejos tiempos en los que un candidato se hacía con un cargo solo con que Fainé, Godó y Lara hicieran público su apoyo, han pasado a mejor vida.
¿Alguna posibilidad de despolitizar el Barça? Ninguna. Todo está planteado en Cataluña en términos políticos. Todo pasa por el filtro del nacionalismo. “Sin la imposición del catalán y ese afán por la independencia, Barcelona tendría todo lo que hay que tener para convertirse en el Silicon Valley europeo”, aseguraba esta semana Didier Lagae, director general Marco. “Viví allí 15 años y me duele ver cómo la están masacrando. Si en vez de dividir sumaran, Barcelona no tendría límites”. El daño que el nacionalismo ha infligido a Cataluña y a los catalanes tiene ya difícil remedio. El daño que la mala gestión de Bartomeu y su junta han causado al Barça tardará tiempo en repararse. La gestión en el Barça como arquetipo de la “no gestión” del Gobierno de la Generalitat, hoy en manos de un xenófobo con menos luces que un barco de contrabando. Un paralelismo que suena a trágica coincidencia: 2015 fue el último año que el Barça logró el triplete con Luis Enrique como entrenador, un éxito que permitió a Barto camuflar su pobre gestión y renovar su presidencia en las urnas. Septiembre de 2015 conoció también la celebración de unas elecciones plebiscitarias a rebufo del “procés”, en las que ERC y CiU, unidas bajo el lema “Junts pel Sí”, se alzaron con el Gobierno de la Generalidad con la ayuda de la CUP. A partir de ese 2015 todo ha ido a peor en Cataluña y en el Barça, en un proceso de encanallamiento que ha culminado con el terremoto de Lisboa y con la desastrosa gestión de la pandemia del Covid por parte de un Govern incapaz de atender a los problemas reales de la ciudadanía.
Los destrozos causados por el independentismo afectan ya al nivel freático de una sociedad a la deriva. Es la gran obra del patriarca Pujol. Los resultados de su “programa 2000”. En Cataluña no queda nada de aquella burguesía industriosa creadora de riqueza y empleo. Ahora ya solo hay ricos cuya prosperidad está ligada a su fidelidad al nacionalismo. No quedan burgueses. No hay empresarios puros. Hay comisionistas dueños de empresas que reciben subvenciones de la Generalitat. Sociedad mafiosa donde reina el silencio y opera la omertá. Gaspar y Montal eran especímenes de aquella burguesía que antaño gobernó el Barça. Laporta es el prototipo de nuevo rico snob dispuesto a tomar el palco al asalto en nombre del nacionalismo. El botiguer de toda la vida ha sido sustituido por una masa informe de cerca de 300.000 funcionarios, de los que dependen otras tantas familias, dispuestos todos a votar nacionalismo. País de funcionarios. Cataluña está muerta. Sin futuro.
El separatismo vuelve en septiembre
Los que se han hecho ricos con la ruina de casi todos, los Puigdemones y Torras sin más oficio ni beneficio que la in-inde-independència, no están dispuestos, sin embargo, a desaparecer o a echarse a un lado. Los Roures, Benet y compañía, sedicentes millonarios comunistas que han conducido a Cataluña al actual callejón sin salida, han decidido ahora reinventarse, gatopardescos, para seguir mandando. La Pascal, el Gual, el Mas, “tienes que volver, Arturo”, están dispuestos a reinar sobre los escombros de lo que antaño fue la región más próspera de España, volver a empezar, como si nada hubiera pasado. El separatismo volverá este septiembre a la calle, con Pedro Sánchez y su canalla en el Gobierno de España bien trincados por los bemoles del voto. Ho tornarem a fer. Las candidaturas nacionalistas a la presidencia del Barça –Víctor Font, Joan Laporta, Jordi Farré y Lluís Fernandez-Alà- presentaron el viernes una moción de censura contra Bartomeu, tras el burofax de Messi anunciando su salida. Tienen prisa por hacerse con el control. Font, que lleva 7 años dedicado a preparar el asalto como hombre de paja de los dueños de Mediapro, parte con ventaja. Este negocio no se le escapa a Roures.
Tienes que salir corriendo para que el Barça pueda remontar el vuelo y vuelva a ser un gran club de fútbol. Pero sólo un club de fútbol"
La huida del brujo y el final de una época. El Messi genio de los estadios y el mezquino Messi de los vestuarios. El Messi mago de las grandes victorias y el Messí abúlico y sin liderazgo de las graves derrotas. Gracias, Leonel, por las tardes de magia que tu inigualable talento nos brindó estos años. Cuando definitivamente cuelgues las botas, el fútbol ya no será lo mismo. Confrontar el Barça de Xavi, Iniesta y compañía con los obreros especializados de ese Bayern que te aplastó en Lisboa es como comparar a Miguel Ángel con la pintora del Ecce Homo de Borja. Quisieron hacernos creer, sin embargo, que eras Dios cuando no pasabas de ser uno más entre los mortales. Gracias de nuevo por la felicidad que nos regalaste y mucha suerte allí donde vayas, porque te tienes que ir, tienes que salir corriendo para que el Barça pueda remontar el vuelo y vuelva a ser un gran club de fútbol. Pero sólo un club de fútbol. Tu salida, con todo, debería continuar con la de toda esa camada de millonarios progres que pretenden seguir llenando su faltriquera a costa del club y al socaire de ese nacionalismo estulto que aspira a hacer del Barça una plataforma más desde la que expandir su doctrina de odio. No sé si en Cataluña queda nervio cívico suficiente para evitar este nuevo viaje al averno separatista, pero, si algo quedara, sería el momento de gritar con fuerza a ellos y a su feligresía: sacad vuestras sucias manos del Fútbol Club Barcelona e idos a esparragar de una bendita vez.