Eso le pregunta el abogado de la Marina de los EEUU Daniel Kafee al duro y frío coronel de los USCM Nathan R. Jessup en el film “Algunos hombres buenos”. Una película que podía ser similar a lo que pasará en el juicio por el uno de octubre.
Lo que intenta Kafee, interpretado por Tom Cruise, es que sea el propio coronel, encarnado por un Jack Nicholson soberbio, quien se incrimine y acabe por decir que fue el quién ordeno aplicar un Código Rojo, un correctivo físico, al marine Willy Santiago. Esa es la estrategia que parece seguir la defensa de los inculpados en la causa contra el 1-O. Quieren que el Estado reconozca que es malo, perverso, fascista, autoritario, que encarcela a personas que jamás han cometido ningún delito, que envía a la policía a golpear a pacíficos ciudadanos que solo desean votar, que jueces y políticos están conchabados en una alianza impía para secuestrar libertades y derechos. Para alargar el proceso, lo que da numerosos réditos políticos al independentismo desbocado de Puigdemont y Torra, los letrados no dudan en emplear tácticas dilatorias, aunque eso suponga alargar la estancia en prisión de sus patrocinados, lo que se nos antoja flaco favor a los mismos y una hipocresía tremenda e inhumana. No en vano el propio Tribunal Supremo les ha tenido que salir al paso, rechazando la recusación presentada por los letrados de los separatistas hasta tres veces hacia el juez instructor Pablo Llarena o las dos ocasiones en las que hicieron lo propio contra la Sala de Enjuiciamiento. Todo ello ha causado retrasos y más retrasos, es decir, más tiempo en prisión para los encarcelados.
Uno se pregunta, ante un tacticismo más político que legal, más perverso que humano, que sucedería si los papeles cambiasen y fuese la acusación quien formulase la pregunta a los enjuiciados. ¿Admitiría alguno de ellos que sí, que ordenó el Código Rojo de la independencia? ¿Se levantaría, arrogante y seguro, para espetarle a la Sala que no tiene la menor intención de darle explicaciones a quien no agradece la manta de la libertad que proporcionan él y los suyos al pueblo catalán? Lo dudamos mucho, porque una de las características de todo este asunto es la contumaz insistencia en decir que allí no pasó nada, que no hubo más que paz, orden, amor, sonrisas y cariño. Además, a fin de cuentas, el máximo dirigente político de aquel tristísimo episodio está tan ricamente en Waterloo, en pantuflas y viéndolo todo por televisión.
Uno se pregunta, ante un tacticismo más político que legal, más perverso que humano, que sucedería si los papeles cambiasen y fuese la acusación quien formulase la pregunta a los enjuiciados
Tiene esto un cinismo tremendo, incluso la huelga de hambre que se presenta como una protesta ante los peros que pone la justicia española a los presos para que estos puedan reclamar al Tribunal Europeo de los Derechos Humanos. La realidad de esa estrategia es que la defensa de los mismos quiere impedir que los acusados puedan acudir a la vista oral debido a su estado físico. Hasta ahí llegan las martingalas. Porque lo suyo sería aprovechar el juicio para hacer un alegato acerca de su inocencia, de sus propósitos, de sus ideas, como piensan hacer Oriol Junqueras, Raül Romeva o Carme Forcadell. Sin atajos ni subterfugios.
Tienen los neoconvergentes un maquiavelismo que les hace explotar las sutilezas legales de ese Estado del cual abominan, pero, caramba, conocen a la perfección, sacándole el jugo hasta exprimirlo del todo. Que el Alto Tribunal esté vigilante para que la salud de los huelguistas no caiga en extremos peligrosos les pone muy nerviosos; que las condiciones de Lledoners, por vía de ejemplo, sean más que cómodas, incluso de trato inusual, también. Esa justicia malísima, de bigotillo fino y gafas oscuras, resulta ser mucho más comprensiva que la que ellos desearían para sus propios fines e intereses.
Ya se están frotándolas manos ante el traslado de los internos a Madrid a finales de enero, que es donde se celebrará el juicio. Contra peor estén sus defendidos, mucho mejor, porque eso les permitirá gritar, abominar, acusar. Bien pueda ser que todo eso sea visto con indulgencia por los implicados, sus familias y sus correligionarios, pero a nosotros se nos antoja una estrategia de bajo nivel, puesto que juega con la salud de los que la protagonizan.
Ya se están frotándolas manos ante el traslado de los internos a Madrid a finales de enero, que es donde se celebrará el juicio. Contra peor estén sus defendidos, mucho mejor, porque eso les permitirá gritar
Además, empaña el meollo del asunto, que no es otro que saber quién ordenó el Código Rojo. ¿Fueron todos, fue uno solo, fue un núcleo concreto y el resto simplemente lo secundó? ¿Hubo disidencias o no? ¿Todos aceptaron ese Código Rojo, esa unilateralidad, esa desobediencia con la misma entusiasta y ciega fe? ¿Será Jordi Sánchez el Jessup separatista? ¿Será Junqueras quien reconozca el error cometido?
Va a ser un juicio apasionante, tanto por lo que se diga como por lo que se calle. No es casual que el separatismo radical quiera enturbiarlo con algaradas, protestas y todo tipo de cortinas de humo. Centrar la atención pública en cualquier cosa que no sean las deposiciones de los acusados les resulta mucho más productivo para sus fines políticos que escuchar una explicación seria, argumentada, sosegada y meditada en sede judicial de quienes nos metieron en este lío. Y uno se pregunta ¿qué pasaría si Junqueras diese un paso al frente y dijera que sí, que él y Puigdemont ordenaron el Código Rojo y que se arrepiente porque aquello estuvo mal, aunque no se desdiga ni un ápice de su ideario separatista, cosa, que, por otra parte, nade le pide?
Está claro que a los hiper ventilados no les interesa el juicio más que como altavoz de su propaganda. Lo que allí se dirá puede estallarles en la cara.