Éramos pocos y parió la abuela. Los programas de radio de ayer lunes dedicaron minutos de gloria a glosar el acuerdo de Gobierno alcanzado entre el PNV y el Partido Socialista de Euskadi (PSE) que, aun desconociendo los detalles, se entendía como apuesta por la estabilidad (¡estabilidad, cuántos crímenes se cometen estos días en tu nombre!) del País Vasco, como elogio a la moderación del PNV (ese gesto de recio y noble aldeano de Andoni Ortuzar, tan alejado del rictus resabiado de Astut Mas), y como una prueba de realismo de los socialistas vascos, sí, bueno, es verdad, reconocía en voz baja más de un tertuliano, Idoia Mendia se ha buscado un buen pasar para los próximos años, primum vívere, a la sombra del PNV, el que a buen árbol se arrima, ella y los otros ocho socialistos que lograron escaño en las elecciones al parlamento vasco del 25 de septiembre, pero qué se le va a hacer, se trata de pisar moqueta, pelillos a la mar, y ahora hay que ver, especulaban los más agudos, qué efectos puede tener este acuerdo a nivel nacional en un eventual respaldo del PNV a los PGE para 2017 que el Gobierno Rajoy trata de sacar adelante.
Ahí estábamos ayer mañana, en el relato pastoril de un pacto en la Arcadia vasca entre el PNV y un PSE dispuesto a repetir la experiencia de los años ochenta con el Gobierno de José Antonio Ardanza, de la que los segundos saldrían después trasquilados en las urnas, en eso estábamos, digo, cuando a primera hora de la tarde se descubrió el pastel: tendremos, tendrán, nuevo Estatuto de Guernica, que deberá ser ratificado en referéndum. Todo en 8 meses. Deprisa, deprisa. “Una vez sustanciados los procesos de negociación, pacto, tramitación y aprobación de la propuesta por parte de las instituciones competentes, los acuerdos que éstas adopten serán sometidos a la decisión de la ciudadanía, para que los ratifique mediante referéndum”. Naturalmente el PNV está decidido a incluir en el nuevo texto estatutario, amén del “derecho a decidir”, el reconocimiento de Euskadi como “nación”, idea que Idoia y sus chicos parecen dispuestos a respaldar sin pestañear, que al fin y al cabo esa es la doctrina tan reciente como fervientemente adoptada por Pedro Sánchez (“España es una nación de naciones. Cataluña es una nación dentro de otra nación que es España, como lo es también el País Vasco, y esto es algo de lo que tenemos que hablar y reconocer”), del que doña Idoia se declara leal seguidora.
Imposible no acordarse de inmediato de Cataluña y de las circunstancias que dieron lugar al segundo Estatut aprobado en 2006, impulsado por el presidente de la Generalidad, el socialista Pasqual Maragall, y su primer “tripartido”. El preámbulo del proyecto presentado en su día por el PSC afirmaba que “Cataluña es una nación” que “forma parte de la España plural reconocida por la Constitución” y que pretende “profundizar en el carácter federal, plurinacional, pluricultural y plurilingüístico del Estado español”. Para la ocasión, el caballero de la triste figura apellidado Zapatero regurgitó la conocida frase según la cual “Respetaré el Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña”. De aquellos polvos vinieron los actuales lodos. Solo uno de cada tres votantes respaldó el nuevo Estatut en el referéndum celebrado el 18 de junio de 2006, y es que una amplia mayoría de catalanes “pasó” de un proyecto que nada tenía que ver con su realidad cotidiana y que, ignorando el déficit de calidad democrática que ya por entonces sufría Cataluña, era simple expresión de las ensoñaciones separatistas de una burguesía que pretendía seguir robando sin que ningún Justicia le molestara.
También en estos días es un clamor la demanda de nuevo Estatuto entre la población vasca. Cuentan y no acaban que ahora mismo es una temeridad pasear por la elegante Gran Vía de Bilbao sin una eficaz protección anti ruidos capaz de preservar la capacidad auditiva del viandante, tal es la bulla del gentío que, furioso, abarrota la arteria reclamando a gritos ¡queremos nuevo Estatuto! ¡Queremos nuevo Estatuto! ¡Ni un minuto más sin él!, y hay quien dice que los ecos del tumulto se escuchan en Pancorbo, mucho antes de llegar a Miranda. Ironías al margen, la desgracia de España se hace de nuevo carne dispuesta a habitar por siempre entre nosotros. La desgracia de un país al que una legión de sinvergüenzas sin escrúpulos tiran de la sisa en la esperanza de que termine por romperse un traje que, tras siglos de miseria y mal gobierno, ha permitido 40 años de paz y prosperidad como seguramente no había conocido nunca. La desgracia de España con un PSOE y sus sucursales autonómicas que nunca han terminado de interiorizar la idea de España, de saber qué quieren hacer con España, de amar a España y preservar su unidad como un bien superior capaz de asegurar paz y libertad frente a la amenaza de los reinos de Taifas que regentan las elites depredadoras locales.
Todos quieren ser “nación”
Lo peor no es que la actual gestora que preside el bueno de Javier Fernández no se haya enterado de la misa la media de lo que en Bilbao cocinaban Idoia y Urkullu. Lo peor es que el PSOE que hoy conocemos ha dejado de defender la unidad de España, como por otro lado ya había adelantado el PSC del célebre bailarín Iceta. Porque hay un PSOE en la sombra, el que comanda Pedro Sánchez, que decididamente se ha pasado la bando de los malos enarbolando la bandera de la España plurinacional y del derecho de los vecinos de mi pueblo a decidir si quieren ser “nación” cuando sean mayores. La tragedia de España. También Aragón es un “nación”, dice el podemita Echenique. Y lo mismo reclama Andalucía por boca de Teresa Rodríguez, de idéntico palo, “porque se confunde el término nación con lo que se conoce del nacionalismo, cuando nación viene del verbo nacer y es precioso”. ¡Chúpate esa! Y hay un señor emboscado tras las bambalinas del acuerdo, un tal Patxi López, ex presidente del Congreso, que prepara en sigilo su candidatura para competir, el aliento en el cogote del bello Sánchez, con Susana Díaz por el liderazgo del PSOE. Un PSOE obligado, ya sí que sí, ya no caben más titubeos, a cortar por lo sano y expulsar en brazos del populismo radical a Sánchez y su tropa.