Opinión

Un país patas arriba

Si Feijóo quiere ganar la batalla del 28 de mayo como antesala a la victoria en la guerra de las elecciones generales debe forjar la hoja de su espada dialéctica con metal extraído de la veta Ayuso/Álvarez de Toledo y no de la Sémper/Moreno Bonilla

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en el Congreso, en una imagen de archivo. -

Los jueves suelo participar en el programa El Gato al Agua de El Toro TV, un foro de análisis y comentario de los temas políticos, sociales, económicos y culturales del momento, aunque en ocasiones, a partir del examen de lo cotidiano remontamos el vuelo hacia perspectivas más trascendentes de tipo conceptual, filosófico o histórico, eso sí, sin abusar, sin caer en la pedantería y sin perder el contacto con el suelo de la actualidad y todo ello trufado con destellos de humor porque sin algo de distanciamiento festivo la vida, especialmente la de la España de hoy, sería difícilmente soportable. Pues bien, ayer noche (escribo esta columna el viernes por la tarde), como todos los jueves, el departamento de producción envió a recogerme a mi domicilio un taxi que me transportase al plató desde el que se realiza la emisión. Los taxistas de Madrid y, de acuerdo con mi experiencia en bastantes lugares del ancho mundo, sus homólogos de diversas latitudes, son gente muy bien informada, con criterios por lo general sensatos y con opiniones bien asentadas y razonadas sobre lo divino y lo humano. Al fin y al cabo, conversan con todo tipo de personas durante sus trayectos y acostumbran a escuchar la radio mientras trabajan y ya se sabe que este medio es más proclive a la reflexión serena y ponderada que la pequeña pantalla, donde las cosas son más veloces y emocionales.

El conductor que me tocó ayer en suerte era relativamente joven -me dijo que tenía treinta y dos años- y pronto entramos en materia a raíz de la presencia en las listas electorales de Bildu de asesinos convictos que nunca han tenido el detalle de manifestar arrepentimiento por sus vesánicos crímenes ni de pedir perdón a sus víctimas, padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos o deudos de los abatidos por sus balas o sus bombas. Y un asunto llevó a otro y aparecieron sucesivamente en nuestro relajado cambio de impresiones la ocupación ilegal de viviendas, los impuestos confiscatorios, la inflación desbocada, el derroche presupuestario en clientelismo electoralista, la aberración de la autodeterminación de género que tantas existencias adolescentes está destrozando, la ínfima calidad de la educación, el escándalo de los indultos a los golpistas separatistas catalanes, la abundancia de casos de corrupción, la insalvable contradicción de un Gobierno de la Nación que se mantiene en el poder gracias al apoyo y bajo el permanente chantaje de aquellos que quieren destruirla y así sucesivamente. A todo esto, habíamos llegado a nuestro destino en un viaje que se nos hizo corto y al despedirnos el taxista quiso sintetizar en una última apreciación el conjunto de lo tratado entre semáforo y semáforo: “El país está patas arriba” fueron sus rotundas palabras finales.

El moderantismo conciliador y la correcta y aseada gestión son notoriamente insuficientes frente al dragón multicéfalo que está abrasando España

Efectivamente, pensé, cuánta razón tiene, no se puede describir mejor la situación que estamos viviendo, un trastocamiento completo de todas las verdades y supuestos que definen un orden institucional, social y moral que garantiza la estabilidad, la seguridad, el progreso y la prosperidad. La amalgama de endriagos políticos que rige desde junio de 2018 los destinos de España lo ha puesto todo cabeza abajo y no ceja en su empeño de dividir, enfrentar, arruinar y ofender a millones de españoles sobre la hipótesis de que la Transición fue una trampa de las clases dominantes para perpetrar una maniobra lampedusiana en la que un aparente cambio total encubriese una continuidad alevosa de injusticia y opresión. Semejante delirio calenturiento sólo puede engendrar disparates de grueso calibre cuya rápida sucesión impide a la opinión pública reaccionar porque apenas se indigna ante uno cuando ya irrumpe el siguiente con igual desfachatez empecinada.

Subsiste el hecho descorazonador de que a estas alturas de la película de terror que llevamos contemplando a lo largo de los últimos cinco años, las encuestas solventes, lo que no incluye al CIS de Tezanos, todavía le asignan a Pedro Sánchez un número de escaños que se sitúa en torno al centenar y atribuyen a este prodigio de cursilería, sectarismo e ignorancia que es Yolanda Díaz porcentajes superiores al diez por ciento. Si el cuerpo electoral se redujese al esforzado gremio de taxistas las perspectivas serían muy distintas dado que su fatigosa profesión les permite, por una parte, pulsar un amplio abanico de opiniones y puntos de vista y, por otra, dedicar mucho tiempo a pensar y a comparar la propaganda masiva del Gobierno y sus siniestros aliados con la realidad que palpan cada día sin intermediarios que se la disfracen.

Decisión y firmeza

La conclusión, de la que el Partido Popular debiera tomar buena nota, es que el moderantismo conciliador y la correcta y aseada gestión son notoriamente insuficientes frente al dragón multicéfalo que está abrasando España con su ígneo aliento. Si Feijóo quiere ganar la batalla del 28 de mayo como antesala a la victoria en la guerra de las elecciones generales debe forjar la hoja de su espada dialéctica con metal extraído de la veta Ayuso/Álvarez de Toledo y no de la Sémper/Moreno Bonilla. Dicho de otra forma, ha de vencer su tendencia natural a la placidez para tomar conciencia de la gravedad de la coyuntura que atraviesa la Nación que aspira a enderezar. Los tiempos son recios y requieren decisión, firmeza, valor y una adecuada calibración de la catadura del enemigo al que se enfrenta. Se trata de una constatación desagradable e incómoda, pero orillarla sólo conduce al desastre definitivo.

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