Cada vez que asistimos al 8-M tenemos la sensación de acudir a un nuevo plebiscito en el que hay que tomar partido. De poco sirven, en la encrucijada, las ya probadas nefastas consecuencias del desprestigio del matiz y del pluralismo político: si tal amenaza debiera hacernos descreer de los discursos absolutistas, más bien parece que cuanto más aprieta la pulsión dicotómica, mayores adhesiones cosechan. En el particular caso del día de mañana, a nadie debería serle de agrado que bajo la causa de la igualdad entre hombres y mujeres se busque señalar a quienes se considera cómplices de las injusticias cuya perpetuidad no beneficia a nadie.
Sólo con la voluntad de darle una dimensión moral al conflicto -para que con ello permita dividir así entre buenos y malos- puede comprenderse que haya voces mucho más cómodas con la crítica que con el debate sereno o la puesta en marcha de soluciones para combatir la brecha salarial, las desigualdades laborales o las dificultades añadidas que supone la maternidad en la carrera profesional de la mujer. Así, cuando se mezclan reivindicaciones transversales con consignas que persiguen señalar (¡visibilizar!) que hay culpables impidiendo hacer realidad la justicia para luego excluirlos de la causa, se echa a perder toda posibilidad de ese consenso al que tanto se alude. Creo que es el principal problema del planteamiento de los promotores de la huelga de mañana: hacer la protesta del 8-M extensiva a otros ámbitos obliga a suscribir numerosas proclamas de dudosa contribución a la causa de la igualdad.
Por eso, además, esta suerte de dicotomía que supuestamente debe medir las ganas con las que se abraza la causa feminista, es además tramposa. La convicción de que el capitalismo o el libre comercio no son enemigos de la igualdad, sino todo lo contrario, no puede blandirse como motivo de exclusión para espetar el ‘tú aquí no cabes’. Con el manifiesto original en la mano, hay poco margen de duda sobre los intentos de patrimonializar la fecha para reservarse el derecho de admisión, algo que casa bastante mal con la certeza fundada de que la igualdad entre hombres y mujeres es un asunto de todos.
Más allá de lo acabe haciendo cada cual, si hay algo positivo en el intento de haber polarizado un debate que no requiere tales soflamas, es que la propia dimensión de la causa feminista superará a cualquiera que intente trocearla en parcelas ideológicas o buscarle enemigos acérrimos. Hay una parte importante de la izquierda que considera que son más justas las reivindicaciones si se tiñen de revolucionarias, quizás por eso se empeñan en fingir que desconocen el amplio consenso y compromiso institucional que existe ya no en España sino en el conjunto de la Unión Europea respecto a avanzar en la igualdad entre hombres y mujeres. La urgencia de vestir con consignas exageradas reivindicaciones que son de sentido común sólo hace que, para muchos, el camino hacia la consecución de demandas que consideramos legítimas se convierta en una travesía mucho menos soportable.
Ojalá el rechazo que generan los intentos de apropiarse de demandas compartidas sirva para que algunos comprendan que la igualdad no es una cuestión de identidad, sino de derechos"
No creo que dedicar esfuerzos a mejorar la situación de desventaja que supone sobre todo la maternidad para muchas mujeres en su desarrollo laboral, por ejemplo, sea una labor tan poco sexy que haya que aderezar con una doctrina que pretende distinguirnos entre víctimas y opresores para darnos motivos adicionales de protesta. Me niego a asumir que sea necesario identificar como culpables a mis compañeros de trabajo, amigos o amantes sólo para poder reconocerme como inocente. Quiero saberme igual a ellos sin que eso suponga renunciar a estar en el lado correcto de la historia.
Ojalá el rechazo que están generando los intentos de apropiarse de demandas compartidas sirva para que algunos comprendan que la igualdad no es una cuestión de identidad, sino de derechos. Que no se trata de ensalzar los atributos que se presuponen a las mujeres como sujeto colectivo sino de darnos la oportunidad de rebatir o confirmar esos estereotipos con los hechos de cada una. De ser juzgadas por nuestras decisiones y de asumir las consecuencias de nuestros actos en igualdad de condiciones que los hombres, sin atenuantes derivados de los azarosos designios que nos hicieron mujeres.