Opinión

Pedro Sánchez, adalid de un idealismo destructivo

Hace tiempo que vivimos en una España desquiciada. O mejor dicho, en una Europa que aborrece su identidad y en un Occidente que colapsa. Colapso, moral y estratégico, por calificar como fuerza armada, y no terrorista, a Hamás, que ha com

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el primer ministro belga, Alexander de Croo, en su viaje por Israel. -

Hace tiempo que vivimos en una España desquiciada. O mejor dicho, en una Europa que aborrece su identidad y en un Occidente que colapsa. Colapso, moral y estratégico, por calificar como fuerza armada, y no terrorista, a Hamás, que ha cometido crímenes de guerra y lesa humanidad y los ha retransmitido, en directo y con alegría, a través de las redes sociales y los canales de propaganda de todo el mundo. No hay más que entrar en su página web para ver documentados todos los horrores de la impactante masacre del 7 de Octubre en la que los terroristas asesinaron, torturaron, violaron, descuartizaron, quemaron vivas y secuestraron, en una orgía de propaganda y terror como no se había visto en décadas. Colapso, moral y estratégico, de un mundo que se desmorona, por renunciar a la responsabilidad de acabar con el terrorismo en un asunto que trasciende la comunidad israelí para situarse en lo más profundo del respeto a la dignidad humana. Cuando una organización terrorista agradece a un presidente de un ogbierno “la postura clara y audaz” sobre la guerra en Gaza, es que la brújula moral del político y del país al que representa no está bien engrasada.  “Apreciamos la postura clara y audaz del primer ministro belga, Alexander De Croo, que afirmó su rechazo a la destrucción de Gaza y al asesinato de civiles; y del español Pedro Sánchez, que condenó las matanzas indiscriminadas del Estado ocupante contra civiles en la Franja, y apuntó la posibilidad de que su país reconozca unilateralmente el Estado palestino, si la Unión Europea no da ese paso”.

El comunicado, emitido y publicado por Hamás el sábado 25 de noviembre, llegaba después de un polémico viaje oficial a Israel y Cisjordania de los presidentes español y belga, y de una inoportuna e incomprensible rueda de prensa en el cruce de Rafah, en la frontera con Gaza, minutos antes donde iban a ser llevados los primeros 13 rehenes israelíes secuestrados por el grupo terrorista en aplicación de la primera parte del Acuerdo de tregua, firmado con Israel unas horas antes. Unas declaraciones viciadas de una incomprensión profunda de los orígenes de la violencia palestina y de un intento deliberado de borrar o minimizar los asesinatos del 7 de Octubre en el marco de una "violencia que engendra violencia" (Pedro Sánchez dixit). Porque lo que subyace en el fondo de la retórica pacifista del presidente del Gobierno español y de su comparsa belga es la carencia ética de una clase política, intelectual y mediática, no ya desequilibrada ante un conflicto que no comprende, sino indiferente al dolor de las víctimas israelíes, sin escrúpulos a la hora de mentir, altavoz de los más abyectos totalitarismos y cómplice del victimismo y el fanatismo palestino alentado por las Organizaciones Internacionales. 

No entender el marco de referencia en el que operan las organizaciones terroristas, la crueldad y el terror como fundamento de organización social, lleva incluso al delirio de estrechar con regocijo la mano a líderes abyectos, como Mahmoud Abbas, y de acusar a Israel de deshumanizar a Hamás. No es falta de pericia de un presidente narcisista que aprovecha su posición de presidente rotatorio del Consejo de la Unión Europea para romper la política de consensos de la UE y aislar aún más a España de los centros de poder. El exceso de soberbia moral de Pedro Sánchez, -que se permite el lujo de dar lecciones de gestión del terrorismo al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu -, le sale gratis, y por eso puede tensar las relaciones diplomáticas con un país al que parte de los socios de gobierno considera genocida, ilegítimo o racista.   

Los palestinos, en esa empanada mental del activismo progresista que se ejerce también desde el Consejo de Ministros del Reino – por ahora – de España, son los depositarios de una causa acrítica que anula cualquier posibilidad de piedad contra Israel o los judíos     

La retórica pacifista del presidente del gobierno español no pierde tampoco oportunidad para abogar por un reconocimiento de Palestina sin abordar las atrocidades cometidas por Hamás, ni entender que las réplicas de la violencia estructural de Oriente Medio afectan ya a barrios muy emblemáticos de ciudades europeas. La sociedad occidental actual se define por su culto al adanismo. Profundamente egocéntrica,  potenciamos páramos intelectuales que carecen de conocimientos básicos y sentido crítico para entender las fracturas ideológicas que arrastramos desde la postguerra mundial, o las alianzas inesperadas de una izquierda que, tras perder su base natural de obreros oprimidos, ha encontrado sus particulares desheredados en un zoológico de categorías –desde el ecologismo al feminismo, pasando por el anticolonialismo, el indigenismo, el racismo y el islam– que justifican actitudes ambiguas, cuando no enconadamente favorables a ideologías patológicamente sociópatas. Los palestinos, en esa empanada mental del activismo progresista que se ejerce también desde el Consejo de Ministros del Reino – por ahora – de España, son los depositarios de una causa acrítica que anula cualquier posibilidad de piedad contra Israel o los judíos.  

El antisemitismo sofisticado no entiende el marco de referencia en el que operan las ideologías mesiánicas que legitiman las doctrinas del exterminio contra los judíos y el Estado de Israel. Cuando se minimiza la barbarie del 7 de Octubre y se culpabiliza a todo Israel por la situación general de los palestinos, se fortalece la posición de Hamás y el resto de constelaciones paramilitares y terroristas. Y se olvida que la vocación genocida del mesianismo islámico contra Israel y los judíos, compartida por una Autoridad Palestina que se mantiene estratégicamente en segundo plano, no se apacigua con la creación de un Estado palestino, hoy indefinido, que no quieren construir al lado de, por más que Europa, Sánchez y Estados Unidos se empeñen en la entelequia de los dos Estados. La lógica islamista niega el concepto de Estado. El objetivo de un mundo islámico, que no logra superar el trauma por el recuerdo de una religión que consideran que es la auténtica y la última, de reconfigurar el Orden mundial actual, basado en la Paz de Westfalia, tiene a Israel como enemigo en la región de Oriente Medio. Pero Israel, que es el símbolo de la resistencia de Occidente y de sus valores, es también el enemigo para una izquierda cuyas bases culturales liberales también se han desvanecido.

Simple donante de ayudas económicas

La Comunidad Internacional se indigna con mucha facilidad ante las continuas violaciones de los derechos humanos y el Derecho Internacional por parte de Israel. Ya sabemos que la Agenda diplomática internacional, de forma recurrente, siente la necesidad de reconocer un Estado Palestino. Y aunque en Madrid también hemos tenido una vara de medir muy estrecha respecto de cualquier actitud o comportamiento que venga de Israel, nunca hasta ahora la posición diplomática de España se había visto tan comprometida y había provocado tanto bochorno. En un momento de absoluta irrelevancia de la Unión Europea como actor estratégico, relegada sólo al papel de simple donante de ayudas económicas astronómicas a causas generalmente perdidas, el debilitamiento y desprestigio de España parece importarle poco a un oportunista político con una ambición desmedida, inmune a cualquier crítica, y que, desde su pódium woke, busca el caladero de votos entre los más confundidos moralmente. Por desgracia, este adalid del idealismo destructivo es sólo un síntoma de una corriente que ha olvidado que las mayores atrocidades se han cometido en nombre de causas supuestamente idílicas, y que en la pugna con el totalitarismo religioso, otorgar legitimidad a un actor o a un Estado fallido es sólo el inicio de un viaje de no retorno en la desestabilización de Oriente Medio y, por extensión, del Occidente liberal.

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