Podemos –léase, Pablo Iglesias- ha decidido apoyar el “derecho de autodeterminación”. En Madrid se vive el penúltimo esperpento: el ayuntamiento cede un local para que los independentistas expliquen cómo violar la ley. Atrás quedaron las sorpresas con que una formación de izquierdas apoye el nacionalismo. Eso queda para los manuales que explicaban el socialismo como la unión de los proletarios del mundo, o para cierta gauche divine, añorante, que susurra “No era esto, no era esto”. Porque hoy la izquierda es otra cosa.
Los nuevos izquierdistas han reciclado a Lenin, marchito durante décadas por efecto del derrumbe del comunismo entre 1989 y 1991, al tiempo que han asumido la New Left de los 60 y adaptado el movimiento antiglobalización y a sus filósofos. Va más allá de resucitar el marxismo con un estilo populista. Iglesias tiene un camino trazado, táctico, que le debería inhabilitar a ojos del PSOE para cualquier pacto.
Los nuevos izquierdistas han reciclado a Lenin, marchito durante décadas por efecto del derrumbe del comunismo entre 1989 y 1991, al tiempo que han asumido la New Left de los 60 y adaptado el movimiento antiglobalización
Para empezar, los podemitas, sus confluencias y los “sectores aliados laterales”, que dijo Errejón, no son multiculturalistas. Entienden que el multiculturalismo es la ideología de la globalización capitalista y demoliberal, el mecanismo por el que el establishment internacional mantiene su dominio sobre los pueblos. El multiculturalismo habría eliminado las diferencias entre la izquierda y la derecha, restado la soberanía nacional en favor de instituciones internacionales, derivado el conflicto hacia la integración de “los otros” y la disolución de las tradiciones propias, y despolitizado la economía.
El consenso entre los partidos del establishment, sostienen, habría creado lo que Kant –sí, ya sé que Iglesias no lo ha leído - llamaba “esquematismo trascendental”; es decir, un conjunto de nociones universales con las que el individuo puede explicar los problemas “verdaderos” y cuál debe ser su propósito en la vida. Es la hegemonía cultural o ideológica.
Se trata de eliminar obstáculos internacionales para ejercer otra ingeniería social
El nuevo izquierdismo está dando la batalla a todo esto, al “régimen”. En lugar del multiculturalismo institucionalizado, capitalista y democrático, defienden el internacionalismo, fundado en el “empoderamiento” de los pueblos, la formación de gobiernos populares y soberanos, y el rechazo a la globalización capitalista. De aquí su desprecio a la Unión Europea y a cualquier otra organización supranacional de la “gobernanza mundial”. Es lógico: recuperada la plena soberanía se abre la posibilidad de construir el Estado y la Sociedad que se quiera. Se trata de eliminar obstáculos internacionales para ejercer otra ingeniería social.
¿Cómo se logra esto? Lenin propuso en su obra “Imperialismo, fase superior del capitalismo” (1916), empujar a los pueblos colonizados a emprender la lucha de clases, el derribo de la burguesía local y foránea, y a la creación de Estados nuevos basados en el “derecho de autodeterminación”. El llamamiento a las nacionalidades y a sus derechos se constituyó en parte esencial del discurso bolchevique hasta que alcanzaron el poder en Rusia . Stalin y sus sucesores, conscientes del éxito de la trampa nacionalista, alimentaron dicho “derecho” en el Tercer Mundo como modo de combatir el capitalismo y la democracia liberal.
La expresión “derecho a decidir” han logrado incorporarla al lenguaje que se utiliza para explicar el intento de la oligarquía local catalana de dar un golpe de Estado
La New Left hizo suyo el espíritu. El tercermundismo, la responsabilidad de Occidente, la “maldad” del capitalismo, la justicia de las rebeliones, o el terrorismo como respuesta política, se convirtieron en moneda corriente de esos izquierdistas, y que hoy escuchamos.
Pero la batalla no acaba ahí. Es preciso ganar el lenguaje, que es la base de la hegemonía ideológica. La victoria depende de que un concepto suyo se convierta en universal y sirva a la gente para definir un conflicto o un principio, incluso para crear un relato del pasado y del porvenir. Y lo están consiguiendo en dos casos señalados.
La expresión “derecho a decidir” han logrado incorporarla al lenguaje que se utiliza para explicar el intento de la oligarquía local catalana de dar un golpe de Estado. Es cierto que el término lo creó el PNV en 2001 para separarse de la mala imagen que el “derecho de autodeterminación” tenía entre los que repudiaban a ETA, su vocero. Además, éste principio no sirve porque no está reconocido en el Derecho internacional para comunidades imaginarias de Estados consolidados.
El otro caso es el de democracia. Es lógico que ambos populismos –el nacionalista y el socialista- compartan la idea de que votar, “oír al pueblo”, es la esencia de la democracia. Los dos quieren regímenes autoritarios, plebiscitarios, que construyan desde el Poder el Hombre Nuevo y la Sociedad Nueva, sin obstáculos. Ninguno reclama una separación de poderes o una verdadera representación, o el respeto a las leyes y sentencias, que sí son el pilar de un régimen democrático.
Ni siquiera les gusta el pluralismo. Ya lo dijo Josep Dencàs, uno de los consejeros golpistas de 1934, de los de Companys, cuando aseguró que no habría partidos en su Cataluña independiente , sino un movimiento nacional. Esto es justo lo que defienden también los del populismo socialista: un solo movimiento, con familias, al estilo de FET y de las JONS, y referéndum de vez en cuando.
El discurso de la nueva izquierda es contagioso y desconcierta, como se ha visto en las filas socialistas
El apoyo de Podemos al espíritu del golpe de Estado en Cataluña , al “derecho de autodeterminación”, no tiene más objeto, en definitiva, que propiciar la destrucción del Estado español, al que consideran capitalista y demoliberal. Si no lo consiguen, al menos deben generar la sensación de que todo está en una crisis irreversible de la que solo ellos conocen la solución.
El caos es su alimento, y el PSOE está en un momento esquizofrénico muy vulnerable. Es capaz de asegurar en el Senado su lealtad a la Constitución y su rechazo al golpe en Cataluña, y al tiempo “indultar” al golpista Companys, quien se dedicó a certificar asesinatos de socialistas en la Guerra Civil. Del mismo modo, Sánchez puede mezclar en la misma frase la plurinacionalidad de España, el desconocimiento del número de naciones, y dejar sin explicación el mecanismo de la federación.
El discurso de la nueva izquierda es contagioso y desconcierta, como se ha visto en las filas socialistas. Pero el intento de golpe de Estado en Cataluña y el posicionamiento de Podemos a favor de su espíritu deberían espabilar al PSOE.