El adjetivo que habitualmente se emplea para calificar a algo o alguien en materia política es, sin duda, hierro. El Canciller de Hierro para Otto Von Bismarck, la Dama de Hierro para Thatcher, el cinturón de hierro para el Bilbao republicano o, aunque sea otro metal, el tristemente célebre telón de acero definido por Churchill. También han existido el telón de bambú, el político de cera, el diputado culiparlante, el cabeza de serrín o, con perdón, el político de mierda. No vamos a referirnos a ninguno de ellos puesto que en la España de ahora lo que más abunda es el político de corcho. No pretendemos decir que nuestros padres y madres de la patria sean unos alcornoques, líbrenos el Señor y el ministerio de la verdad. Señalamos esto porque, como muchos saben, el corcho es justamente la corteza de ese árbol, Quercus suber. Nosotros creemos que los políticos españoles de todas las épocas, pero singularmente los actuales, no tienen nada que ver con hierros, con aceros ni con nada que no sea el corcho, y nos explicamos.
De entrada, si el corcho es el único material en la naturaleza que tiene un coeficiente de Poisson equivalente a cero –Simeon Poisson descubrió ese coeficiente que se basa en una constante elástica que proporciona una medida de estrechamiento de sección en un prisma de material también elástico lineal e isótropo cuando se estira longitudinalmente y se adelgaza en direcciones perpendiculares a la del estiramiento– el político español también tiene la suficiente elasticidad para estirarse con la consigna del día y adelgazarse en sus principios. Ignoramos si sus señorías son isótropos, pero en su día estudiamos que isótropo es en física un cuerpo que tiene la propiedad de transmitir igualmente en todas direcciones cualquier acción recibida en su punto de masa. Y que los sólidos amorfos son isótropos. Sustituyan ustedes “isótropo” por diputado, “acción recibida en su punto de masa” por órdenes del líder del partido, “propiedad de transmitir en todas direcciones” ruedas de prensa y, ni que decir tiene, “amorfo” referente a solidez de sus argumentarios y ya estaría. Cualquier cosa dicha por Lastra, Ábalos, Illa, Urkullu o Aragonés serían ejemplos de esto. Ni que decir tiene que las de Sánchez e Iglesias rozan el paradigma de la isotropía política.
Algo más tienen en común políticos y corcho, y es que ambos flotan en medio de la tormenta, riada, alcantarilla o elemento líquido que sea, impertérritos y sin perder la forma ni un solo átomo de su vacuidad
Concluyendo, pues, que nuestros políticos sean de corcho, podríamos establecer una comparativa entre ellos y el material en cuestión: ambos están hechos en casi un noventa por ciento –un 88’8 de volumen– de aire y a sus programas políticos me remito; su elasticidad es notabilísima, puesto que son capaces de recuperar su volumen original tras sufrir una deformación, vean si no las encuestas de intención de voto del PSOE o el PSC; son de una gran adherencia y difícilmente se deslizan; son impermeables, fácilmente manejables, en fin; y por no aburrirles, poseen también un enorme poder calorífero, alrededor de 7.000 Kcal/kg o, lo que es lo mismo, quien se arrima a ellos suele calentarse aunque el resto de sus conciudadanos esté helándose.
Algo más tienen en común políticos y corcho, y es que ambos flotan en medio de la tormenta, riada, alcantarilla o elemento líquido que sea, impertérritos y sin perder la forma ni un solo átomo de su vacuidad. Porque aquí en política nunca puede darse a nadie por ahogado, señoras y señores, que el corcho de sus personalidades los hace volver a salir a flote una y otra vez. Esa condición de revenants perpetuos me resulta altamente inquietante, pero nuestra historia está repleta de ejemplos. Claro que alguno me dirá que el champán está coronado por un corcho, pero es lo primero que se quita para acceder al burbujeante invento, lo que no deja de ser una imagen harto sugerente.
Eso sí, lo que nunca nadie podrá achacar al corcho, bien sea el del alcornoque o el político, es haber sido capaz de generar ningún pensamiento, ninguna doctrina, ninguna feliz solución, ningún ideal. No le podemos pedir peras al olmo ni genialidades al corcho, caramba.