Opinión

Primeros diez años de un reinado ejemplar

Las curiosidades de la proclamación del rey Felipe VI
Los Reyes y sus hijas, a su llegada al Congreso de los Diputados. Europa Press

Es una gran suerte para España disfrutar de una monarquía como la que encarna Don Felipe VI, cuya primera década ha venido a coincidir con gobiernos socialistas que están haciendo todo lo posible para desandar la mejor época de nuestra historia contemporánea, que comenzó justamente con su restauración -hará pronto medio siglo- en la figura de su muy ilustre padre, el Rey Don Juan Carlos I.

   La Transición política que protagonizó nuestra monarquía -la más ejemplar revolución institucional, democrática y pacífica que registra la Historia- contó con un sinigual líder, S.M. El  Rey, acompañado de unos partidos políticos sumamente responsables que contribuyeron leal y constructivamente a su desarrollo y culminación en una Constitución que contó con la mayor legitimidad democrática -muy posiblemente- de la que tenemos noticias.

   Hasta la llegada al poder del socialismo del siglo XXI, el recorrido político, económico y social de esta etapa monárquica, con los datos en la mano, no solamente había resultado ejemplar, sino que fue reconocido universalmente con la consiguiente elevación -nunca alcanzada ni antes ni después- del prestigio de España y su carismático Rey.

   Con Zapatero se inauguró un insólito periodo político caracterizado por la mayor decadencia económica y social que registra nuestra historia -en tiempos de paz- y por un pacto político –“del Tinell”- con secesionistas autodeclarados enemigos de la nación española, que excluía el reconocimiento de la oposición política como alternativa democrática. Su desastrosa gestión facilitó, no obstante y a su pesar, la llegada al gobierno de la oposición liderada por Rajoy. Aunque los resultados económicos que consiguió fueron claramente positivos, enmendando parcialmente el declive previo, la ausencia de reformas institucionales que reclamaba la sociedad civil dio lugar a la emergencia de nuevas fuerzas políticas, que debilitaron al partido de gobierno sin conseguir a cambio -por evidente irresponsabilidad- una alianza de centro-izquierda como alternativa al desgastado -por sus propios y exclusivos errores- gobierno de Rajoy.

Un panorama desolador

   La llegada a la presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez mediante una extravagante  moción de censura a través de una alianza extremadamente variopinta, que incluía a los citados enemigos de la nación española y su Constitución, dio lugar al  actual y nefasto periodo político caracterizado por la reincidencia en la decadencia económica y social de tiempos de Zapatero, el abandono del Estado de Derecho como marco institucional, el cuestionamiento frontal de nuestra Transición política y, consecuentemente de la Constitución, y la negación del orden moral cristiano occidental.

   Las circunstancias descritas, junto con la sucesión de hechos tan desconsiderados como descorteses por parte del presidente del Gobierno y sus aliados políticos hacia la institución monárquica y su egregio y dignísimo representante, Don Felipe VI, completan un panorama desolador, del que sin embargo está resultando crecientemente fortalecida y muy particularmente quien la personifica.

La institución monárquica ha cumplido en el mundo más próspero y verdaderamente democrático un papel vertebrador de sus éxitos. Ahí están los casos británico o las monarquías nórdicas

   En contra de la historia progresista de España, tan carente de rigor histórico como imbuida de ideologías asociadas a los mayores desastres históricos, que ridículamente aún defienden partidos políticos enemigos de la libertad y un orden político civilizado, la institución monárquica ha cumplido en el mundo más próspero y verdaderamente democrático un papel vertebrador de sus éxitos. Ahí están los casos británico, del Benelux y las monarquías nórdicas.

   En el caso español, nuestra monarquía es posiblemente la que mejor resiste una revisión histórica, comparada con las antes citadas. Los reinados de los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II fueron siniguales. La llegada al ejercicio de la Corona resultó más pacífica y legítima que lo ocurrido en otras monarquías de referencia. Los príncipes recibieron una excelentísima y muy cuidada educación y, durante sus mandatos reales, trabajaron con una dedicación y una responsabilidad irreprochable. 

   Nuestro actual Rey es heredero de estas excelentes tradiciones prácticas. Perfectamente preparado por formación y experiencias, trabajador incansable, escrupuloso conocedor de sus labores, es posiblemente el más competente jefe de Estado en la actualidad. Une a su muy concienzuda dedicación, a su distinguida función institucional, una manifiesta categoría y estilo personal tan próximo con la ciudadanía como sensible a las circunstancias extremas, que le llevaron a protagonizar actuaciones de una oportunidad y grandeza histórica extraordinarias. En primer lugar, siendo Príncipe de Asturias, sus improvisadas declaraciones ante agobiantes primeros planos de las cámaras de TV en un cementerio vasco, atenazado por el enorme dolor y el dramático desgarro tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de los terroristas de ETA, en julio de 1997. En segundo -cronológico- lugar, su memorable discurso del 3 de octubre de 2017 con motivo del intento fallido de golpe secesionista de Estado en Cataluña.

   El PSOE de entonces y el presidente de Gobierno de ahora se manifestaron públicamente de  acuerdo con dichas actuaciones -ambas propias de los grandes líderes políticos de la historia- de las que ahora se muestran completamente arrepentidos; para así vender, miserablemente, por un plato de lentejas su primogenitura política.

   La extremada coherencia del discurso de su Proclamación como Rey el 19 de junio de 2014 con el posterior ejercicio de sus funciones, es toda una lección magistral frente a la política al uso.

   Frente a la grandeza institucional de S.M. El Rey y la impecable ejemplaridad de su conducta, se ha alzado una coalición enemiga de su figura, claramente expresada por los aliados políticos antisistema y oscuramente ejercida todos los días por un presidente de Gobierno, cuyas cualidades personales, profesionales y políticas se sitúan justamente en las antípodas de las de nuestro monarca.

Tres bastiones en defensa de la libertad

  Ante la incivilizada -moral y políticamente- deriva de Sánchez, todavía se alzan en su contra tres importantes bastiones: el marco institucional de la UE en el que no tiene cabida el modelo político venezolano que ha venido inspirando a Zapatero y Sánchez; la justicia -todavía independiente- que aún está vigente en España y la formidable figura de Don Felipe VI, con quien una gran mayoría de españoles se sienten felizmente identificados. Aunque en las elecciones del pasado 9 de junio a muchos nos hubiera gustado una expresión ciudadana más contundente en contra de quienes, desde el Gobierno, están destruyendo nuestros mejores logros económicos, sociales, políticos y morales, seguimos siendo una sociedad abierta al cambio político y por tanto al posible regreso a tiempos mejores en los que la dignidad institucional se recupere, nuestro mancillado progreso económico y social vuelva a ser una pujante realidad y España regrese a ser un ejemplo para el mundo como vino siendo hasta comienzos de este siglo, bajo la Jefatura de Estado tan excepcional y brillantemente ejercida hasta ahora por S.M. El Rey, “a quien Dios guarde muchos

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