La imagen de un presidente del Gobierno de España inclinándose reverente ante la enseña de una parte de la Nación transformada por una caterva de delincuentes de baja estofa en emblema del peor ataque contra la unidad nacional desde la Transición, revolvió el pasado miércoles el estómago de millones de españoles hartos de tanta ignominia, tanta indignidad y tanta traición. La denominada "mesa de diálogo" por Pedro Sánchez y "mesa de negociación" por sus interlocutores separatistas es en sí misma un motivo de oprobio insoportable para cualquier ciudadano que no posea la pétrea faz del actual inquilino de La Moncloa. El encargado de defender el prestigio de España y la fortaleza de su orden constitucional acudió a Barcelona a humillarse y a humillarnos de paso al resto de sus compatriotas.
Más allá de la retórica inane del Gobierno central y de las bravatas con sordina del insignificante presidente de la Generalitat, la verdadera clave de este encuentro en el que los dos participantes han rivalizado en mostrar al otro su dominio del método Ollendorff, radica en el convencimiento de ambos de que se han embarcado en un puro ejercicio teatral sin sustancia alguna. En efecto, la exigencia de autodeterminación y amnistía de Pere Aragonés equivale a pedir la luna porque la Constitución es lo suficientemente explícita en sus artículos 1.2, 2 y 62i como para demostrar que ni siquiera un Ejecutivo de la vileza del que hoy padecemos puede satisfacer semejantes demandas. Por tanto, lo que pretende la parte secesionista es simplemente imposible y de ahí que la conversación debiera haberse terminado a los pocos minutos de empezar, pese a lo cual duró dos horas, demostrando así la catadura de los contertulios. Del otro lado, lo que puede ofrecer Sánchez es más autogobierno, más competencias, más dinero y una retirada aún más pronunciada de la presencia del Estado en Cataluña. Este tipo de propuesta no es de recibo para la contraparte golpista porque su hostil socio exiliado en Waterloo y las hordas de la CUP y de la ANC tronarían acusándola de botiflera, cobarde y vendida. La conclusión es que la tan cacareada mesa está irremisiblemente condenada al fracaso. La pregunta que surge de inmediato es: ¿por qué entonces la han puesto en marcha y por lo que se ve tienen intención de mantenerla activa? La respuesta se concreta en una sola palabra: tiempo.
Por consiguiente, esta menesterosidad compartida les ha transformado en aliados forzosos y han de alargar la comedia un mínimo de dos años sea como sea
Tanto Sánchez como Aragonés necesitan tiempo como el aire que respiran. Sánchez lo necesita para durar, que es su único y primordial objetivo, prolongar su mandato a cualquier precio hasta agotar la legislatura. A Aragonés le es imprescindible disponer del suficiente margen para imponer su hegemonía en el campo insurrecto doblándole el brazo a JuntsxCat, a Elisenda Paluzie y a la CUP. Por consiguiente, esta menesterosidad compartida les ha transformado en aliados forzosos y han de alargar la comedia un mínimo de dos años sea como sea. Desde esta perspectiva, se entiende perfectamente el planteamiento de Aragonés de iniciar una serie de reuniones "discretas", léase opacas, y el anuncio de Sánchez de que los contactos seguirán "sin plazos". Si los manejos que urdan permanecen secretos al abrigo de periodistas y de la oposición y no existe límite temporal para el montaje, su utilidad como sostén en el poder de los dos participantes se multiplica.
Malos augurios en Moncloa
Es obvio que esta martingala muestra una considerable fragilidad ya que se verá sometida a los embates del PP, de Vox, de los partidarios de la vía unilateral y de los medios de comunicación no comprados por el Gobierno que todavía resisten. Hasta cuándo podrán aguantar los dos Ejecutivos, el central y el autonómico, un fraude tan descarado, el futuro nos lo aclarará, pero no tiene visos de tenerse en pie el largo período que persiguen sus protagonistas. Se ha apuntado que el encargado de armar jurídicamente el invento si al final cristaliza en un acuerdo será Félix Bolaños, lo que teniendo en cuenta sus sonoros éxitos en los dos estados de alarma, no augura nada bueno para Sánchez.
En cualquier caso, incluso si Sánchez consiguiera su propósito y ERC aceptase un trato que ensanchase aún en mayor medida el control de los nacionalistas sobre Cataluña dotando a la Generalitat de más recursos y de más y más intensos instrumentos de autogobierno, todo lo que obtuvieran no sería para ellos otra cosa que un nuevo paso hacia la independencia, de tal forma que en su próximo intento estarían en condiciones más favorables de consumar su húmedo sueño de borrar a España del mapa.
En suma, que asistiremos a otro espectáculo degradante más de los muchos y diversos que nos viene ofreciendo el sanchismo, ese movimiento político que combina magistralmente el narcisismo, la osadía, el rencor, la mentira y la total carencia de escrúpulos.