Hemos pasado de leer en el Quijote aquello de “la razón de la sin razón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra fermosura” a escuchar del presidente González que le inquieta que se pacte un proyecto de país -los Presupuestos Generales del Estado constituyen el primer paso- con la gente que no cree que el país deba continuar como proyecto. Escribió Cervantes que “con esas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello”. Y ahora es Felipe González quien, invitado al 75 aniversario del diario argentino Clarín, ha mostrado su inquietud porque se está debatiendo sobre "quién está dispuesto a pactar" en vez de hacerlo sobre "el techo de gasto o las previsiones económicas”.
Comparecen ministros y portavoces pretendiendo que comulguemos con ruedas de molino. Así, el titular de Justicia, Juan Carlos Campos, impasible el ademán, sostiene que la puesta en marcha de la tramitación de los indultos a los condenados del procés nada tiene que ver con la mendicidad abierta para recolectar los votos que se requieren para aprobar los Presupuestos. Indigna y subleva que nos tomen por débiles mentales y que la práctica del deporte de engañabobos costa nuestra les salga gratis.
Por eso se agradecen las palabras de Felipe González ya que por muy cuidadas que sean se entienden a la primera. También cuando sin miedo al linchamiento en las redes sale al paso de las “estupideces” de Pablo Manuel Iglesias respecto de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en la lucha contra la pandemia o se pronuncia a favor de la monarquía que "es neutral en el juego político", pese a que pudo "haber errores personales" en el pasado, preferida frente a la "republiqueta plurinacional y con derecho de autodeterminación" que defienden otros, que sería camino seguro para la balcanización de España. Po eso, ha subrayado que está radicalmente en contra y que lo combatirá. Dice que le cuesta "un enorme esfuerzo" sentirse representado por la clase política española, "mire hacia donde mire", y ha insistido en unos presupuestos transversales porque "los socios europeos" no entienden que las cuentas públicas estén prorrogadas desde 2018.
Coste político de mantener a Sánchez
El coste político exorbitante que pagamos por mantener a Sánchez débil nos lleva en otro plano al libro Mi corazón sedicioso (Editorial Anagrama. Barcelona, 2020) de Arundhaty Roy donde recuerda que Gandhi insistía en que quería vivir como el más pobre de los pobres y a propósito de si cabe un ejercicio de simulación precisa que la pobreza consiste, más que en no tener dinero ni posesiones, en no tener poder. En su opinión, quien es poderoso puede vivir con sencillez, pero no puede ser pobre. De ahí el comentario que su colega indio hiciera a Andrea, mi corresponsal durante años en Nueva York, sobre la fortuna que costaba a sus compatriotas mantener a Gandhi pobre y su referencia a cuántas hectáreas de tierras de labranza y de árboles frutales orgánicos se necesitaron en Sudáfrica para el sostenimiento de Gandhi en la pobreza.
Pero en la situación actual de imprevisibilidad generalizada parece razonable pensar con el semiólogo Jorge Lozano que la causalidad sea sustituida por la casualidad, siempre próxima al accidente. Para acabar concordando con la admirable descripción que Tolstoi aporta de la batalla de Borodino y sus reflexiones sobre cómo los propios protagonistas directos de la contienda salen aturdidos de ella, sin saber si han salido triunfantes o derrotados. Advertidos como estamos por Juan Antonio Rivera en El gobierno de la fortuna de que son los propios implicados en los acontecimientos los primeros en despojarse con alivio intelectual de la confusión tumultuaria de imágenes que conservan en su memoria, a favor del relato ordenado y dotado de sentido que les ofrecen los que estuvieron ausentes de los hechos. Continuará