Opinión

Qué pesadumbre la de Moncloa

Los presidentes del Gobierno se encuentran más cómodos en cumbres en el extranjero y cuando están de regreso en Moncloa consideran una pesadumbre la atención que han de prestar a los asuntos domésticos

  • El presidente del Gobierno, junto a los ciudadanos en la inauguración del curso político, en el Palacio de La Moncloa.

Los presidentes del Gobierno, más ahora que son convocados al Consejo Europeo, a los Consejos Atlánticos, al G-20, que sin cesar deben hacerse presentes en América Latina, en la Internacional Socialista, que han de acudir a las cumbres bilaterales con Francia, Portugal, Italia, Polonia, Marruecos, donde coinciden con sus homólogos de esos países, cuando están de regreso en Moncloa acaban considerando como una pesadumbre inaguantable la atención que han de prestar a los asuntos domésticos: que si los coaligados en el Ejecutivo se plantan por el incremento del gasto en Defensa, que si cunden las reyertas a propósito de otras partidas de los Presupuestos Generales del Estado, que si Yolanda, eternamente Yolanda, que si las pugnas por las listas para las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, que si sube la bilirrubina o la inflación, que si el salario mínimo interprofesional, que si las eléctricas y la banca se hacen resistentes en vez de cooperantes, que si los aliados parlamentarios elevan el precio de sus votos, que si los del procés se muestran insaciables y desafían las sentencias del Tribunal Supremo sobre el 25% del uso del castellano en los centros escolares de la Generalitat, que si se bloquea la renovación del CGPJ y lo que te rondaré morena. 

Recordemos que nunca fue más feliz Adolfo Suárez que cuando se ocupaba del estrecho de Ormuz, recibía a Giscard d’Estaing en el palacio de Aranjuez y comentaba a Paco Fernández Ordóñez aquello de “a ver si este gilipollas se cree que porque sabe hablar francés…”, almorzaba en el Elíseo, era llamado a consultas a la Casa Blanca por el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, o acudía a La Habana para verse con Fidel Castro. Vino después Leopoldo Calvo Sotelo, que apenas tuvo tiempo de asomarse, pero impulsó la negociación para nuestro ingreso en la Comunidad Europea y firmó la adhesión a la Alianza Atlántica, pero serían sus sucesores quienes se estrenarían en la escena internacional. 

Recordemos que nunca fue más feliz Adolfo Suárez que cuando se ocupaba del estrecho de Ormuz, recibía a Giscard d’Estaing en el palacio de Aranjuez y comentaba a Paco Fernández Ordóñez aquello de “a ver si este gilipollas se cree que porque sabe hablar francés…”

El primero, Felipe González, que desde el principio hizo tándem con el germano Helmult Khol para aliviarle cuando el despliegue de los misiles de crucero Pershing 2 y Cruise que daban la réplica al de los misiles soviéticos SS 20, negoció la reducción de la presencia militar norteamericana en España sin perjuicio alguno para las relaciones con Washington, logró que se lanzaran los fondos de estructurales y de cohesión de la Unión Europea y promovió que se adoptara la ciudadanía europea. El turno de José María Aznar, dispuesto a sacar a España del rincón de la historia, registra como momento culminante la cumbre del trío de las Azores donde Bush, Blair y Aznar promovieron el 16 de marzo del 2003 una aventura bélica basada en la necesidad de hacer frente a unas armas de destrucción masiva de Sadam Hussein que nunca existieron, cuyos efectos devastadores aún persisten en Oriente Próximo. 

El presidente Zapatero, que empezó de Bambi y llegó a líder pancartista protagonizó según la secretaria de organización del PSOE, Leire Pajín, un acontecimiento de nuestro planeta por la coincidencia de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la de Obama en EEUU y la de Zapatero en la UE. Así que ni corto ni perezoso lanzó la Alianza de Civilizaciones de la mano de los turcos. Mariano Rajoy fue una excepción por su actitud refractaria a la escena internacional donde ni el puro ni el diario Marca tienen ambiente, pero resistió a los hombres de negro. A todos les ha ganado por la mano el actual presidente, Pedro Sánchez, el primero de los nuestros que habla inglés sin necesidad de acompañamiento. Por si se confirmara el cambio de ciclo que los sondeos demoscópicos barruntan, sería urgente que Alberto Núñez Feijó aprovechara estos meses para aplicarse con un idioma que le será básico y evitar así la desventaja. Vale.  

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