Lo tengo dicho y repetido, lo tengo escrito en esta casa y, para mayor abundancia, lo tengo detallado en un libro que publiqué acerca del PSC y su traición a los votantes de izquierdas en Cataluña: sin el socialismo catalán, el nacional separatismo nunca hubiese llegado tan lejos. Que ahora sea evidente no es óbice para que pudiera verse con anticipación. Tanto en el partido socialista catalán como en las filas separatistas existe el convencimiento de que Cataluña es sujeto político propio, que su lengua es el catalán y ninguna otra y que su relación con España debe ser, como definió en su día quien fuese máximo dirigente del PSC Raimon Obiols, “fraternal”. Para ser más exactos, “fraternal con el conjunto de pueblos de España”. Es ese número de naciones que calculaba Iceta en una de sus memorables frases.
La estructura federal, federalista asimétrica, confederal o como ustedes quieran procede no del PSOE, que siempre fue jacobino, sino del PSC. Ahora ha contaminado por completo a la estructura gubernamental y a España se la ve desde Moncloa como un trozo de carne al que trocear según gustos, apetencias y manías. Por eso en su día hablé de la solución Tardá, una propuesta realizada en ese estilo cobardón del sí, pero no.
Como el valor no es precisamente algo que caracterice a estos héroes de pacotilla, pensaron que lo mejor sería urdir un trapicheo jurídico que, sin atentar contra la Constitución, permitiera a los lazis escenificar un referéndum sin gas. La vuelvo a describir: una especie de consulta acerca del estado de satisfacción del elector catalán con la autonomía con tres posibles respuestas. La primera diría que la satisfacción es buena, la segunda – por ahí iría la redacción de un nuevo Estatuto – diría que hay que profundizar en el autogobierno y la tercera no preguntaría claramente por la secesión, sino que sugeriría si le gustaría al votante ir “más allá”.
Todo esto, evidentemente, solo va a traer más ruina económica, por más que la cobarde clase empresarial catalana diga lo contrario, mucho más desorden y fractura social
Todo pura semántica, porque lo que buscan tanto ERC como Junts es que el intento de golpe de estado les salga gratis a todos los implicados, que no se exijan cuentas a los promotores de la violencia callejera, que Cataluña obtenga un sistema de financiación similar al vasco, recaudando la generalidad el dinero y pasándole después al estado lo que le dé la gana, un reconocimiento claro en la Constitución respecto a la identidad nacional catalana –existen fórmulas que no implican la reforma de la Carta Magna y permitirían colarlo de rondón– y mantener una relación bilateral Generalidad-Gobierno de España. Es decir, gozar de los privilegios de ser españoles pero sin cumplir ninguna de las obligaciones que esto comporta.
Los más cafeteros insisten en que hay que proclamar la república, que hay que hay que correr a gorrazos a quienes no comulguemos con este diktat, pero cuando Puigdemont se pasee por territorio nacional sin que le tosa nadie y la mesa de diálogo empiece a ponerse con la consulta quienes chillan lo harán un poquito menos. Todo esto, evidentemente, solo va a traer más ruina económica, por más que la cobarde clase empresarial catalana diga lo contrario, mucho más desorden y fractura social. Pero a los protagonistas políticos les trae sin cuidado porque los unos van a perpetuarse lo que puedan en Moncloa y los otros quieren eternizar la patente de corso que tuvo en su día el pujolismo para mejor aprovecharse ellos y sus amiguetes sin que nadie pueda decir nada. Quedan neutralizados, pues, jueces, fiscales, políticos constitucionales y, no en menor medida, el Rey. Y la mayoría de catalanes, que ya somos ciudadanos de segunda clase a los ojos de esta tropa.
Cuando llegue ese referéndum o consulta o engendro del demonio muchos fingirán no haberlo visto venir. Será momento de mostrarles este modesto artículo, como ahora hago con aquellos que escribí argumentando que Sánchez indultaría a los golpistas. Créanme, me fastidia tener razón en estos temas, pero no es culpa mía. La culpa es de los políticos que, con tal de medrar, son capaces de vender a su propia madre. De todos los lados, que conste.