Hace seis años, en vísperas de la entrada de Podemos y Ciudadanos en el Congreso, quedé a comer con unos amigos de siempre, de fuera de la política y el periodismo. Éramos cuatro. Salió el tema político, como era inevitable en aquellos momentos. Dos simpatizantes de Podemos, dos de Ciudadanos. Generacionalmente, y aunque ya no éramos exactamente jóvenes, muy lejos todos de PP y PSOE -Vox aún era algo que uno se podía tomar a broma. Los dos de Podemos politizados tardíamente al calor de la crisis del 2008, del 15M, de internet, de La Sexta. Uno con un empleo industrial estable, el otro en los recovecos precarios del sector de la publicidad; ambos en lo que de forma algo pretenciosa se ha llamado el “nuevo desorden amoroso”; es decir, saliendo adelante en lo sentimental y sexual como buenamente se puede. De los de Ciudadanos, yo -obviamente- más politizado, el otro más a sus cosas; los dos con parejas estables y empleos más o menos estables, los dos razonablemente contentos con nuestras vidas.
Con las debidas reservas, la muestra encajaba en algunos de los modelos que se han propuesto, por ejemplo, para el sistema de partidos francés tras el hundimiento de socialistas y conservadores y la eclosión del macronismo: según Algan, Beasley, Cohen y Foucault, de los votantes más educados, los que tenían un nivel de renta acorde a sus estudios tendían a votar al centro liberal, mientras que los sobrecualificados y subempleados se decantaban en mayor medida por la izquierda de Melenchon. La diferencia fundamental es que en Francia la mayor parte de esa “clase creativa”, como la llama Thibault Muzergues, urbana y con estudios universitarios, apostó con pocas fisuras por Macron; mientras que en España, más precarizada, se dividió pronto entre Ciudadanos y Podemos y sus derivadas errejonistas -a lo que hay que sumar la cuestión territorial en la periferia española. (Por cierto, pocas cosas hicieron tanto daño a Ciudadanos como intentar reproducir el macronismo en ausencia de los factores sociológicos y el sistema electoral que lo habían hecho posible. Pero eso, para otro día.)
Principio de resignación
Este viernes hemos vuelto a quedar, como intentamos hacer al menos una vez al mes. Faltaba uno de ellos, B., con un turno de trabajo jodido en la fábrica esta semana. Han pasado seis años como pasan los años, nunca en balde. Más canas, menos pelos en las cabezas y más en las barbas. Por lo demás, la situación de cada uno no se ha alterado gran cosa, ni han sufrido grandes vuelcos las simpatías políticas. Si acaso, tienen, también las simpatías, un tono más gastado. Hablamos de nuestras cosas y luego, con las copas, de vivienda, del precio de la luz, de inflación y central nucleares. J.M. sigue pensando que la culpa de casi todo es de los “liberales”, aunque creo que está empezando a resignarse a que la izquierda tampoco le arregle la vida.
Los gobiernos “del cambio” de Madrid y Barcelona no arreglaron el problema que les dio alas y, si acaso, lo han empeorado con sus medidas vudú que acaban beneficiando a los rentistas
Si hablamos del mercado laboral, la novedad más significativa de estos años no ha sido ninguna “revolución” como la que propugnaba Ciudadanos con su contrato único y su impuesto negativo sobre la renta, ni tampoco la derogación de la reforma rajoyana que siempre defendió Podemos. No; de hecho, lo único reseñable ha sido un instrumento de esa misma reforma, los ERTEs, aplicada con fruición por una ministra del PCE para salvar los muebles de una crisis sanitaria y económica que nadie vio venir. Si hablamos de vivienda, los gobiernos “del cambio” de Madrid y Barcelona no arreglaron el problema que les dio alas y, si acaso, lo han empeorado con sus medidas vudú que acaban beneficiando a los rentistas y a quienes ya tienen un pie metido en el mercado de alquiler. (Intento explicarle esto a J.M., que coquetea ya con la idea de simular un contrato fijo para acceder a un alquiler decente; pero es complicado y estamos de copas; se me escapa alguna voz más alta que otra).
Cortes de suministro y nucleares
En ausencia de solución para estas cuestiones centrales, la del trabajo, la vivienda y, por tanto, la familia, se han añadido en este tiempo algunas notas de color a la conversación y los timelines: básicamente algún tono morado de feminismo oficial y algo de ecologismo à la page, que ya veremos si sobrevive a los precios y los posibles cortes de suministro este invierno. Porque ahí sí hay novedad: los precios suben y nos hemos embarcado sin mucha discusión en una transición energética que va a tener unos enormes costes para las capas más vulnerables de la población. El hasta ahora seguro trabajo de B., que no nos oye porque está en la fábrica, igual se complica por los cortes en las cadenas de suministro, por los costes energéticos, por el castigo al sector del automóvil. J. M. se lía con las nucleares y los derechos de los trabajadores cuando le saco el tema. En el fondo da lo mismo y él tiene razón, una razón profunda: la del que, metido de hoz y coz en los 40, ve cómo pasa la vida sin un trabajo decente, sin un hogar que llamar propio, sin la posibilidad de una familia. A lo mejor es neofalangista y no lo sabe. Lo que está claro es que la promesa de 2015 se ha convertido en un montón de mierda.