La Semana Santa son muchas cosas. La principal tiene un significado religioso para quienes conmemoramos la pasión y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Para muchos otros españoles, con la fe relativa, como la humedad, que sostiene la chorrada de “Hombre, creer, creer no, pero algo tiene que haber”, tiene un carácter festivo por los días feriados. Seguro que hay infinitos matices más, pero no quiero olvidarme de otra característica de estos días. En ellos, más que en Navidad – que ya es decir – se muestran en público sin rubor los tontos a las tres. Todos los conocemos. Son esos que, con aire de Maestro Ciruela, que no sabía leer pero ponía escuela, dicen que hay que ver las procesiones, menuda horterada, que si eso es ignorancia, que si las señoras que van de negro con mantilla equivalen a las que van con burka – que sí, que ya les digo que son tontos a las tres, pero que muy tontos, tontos con balcones a la calle y geranios en las orejas -, que si los cofrades son siniestros con tantos hachones y esos capirotes, en fin, lo que viene diciendo el ignorante del pueblo desde la noche de los tiempos, solo que ahora amplificado por el altavoz de las redes sociales. Darle un megáfono a un simple tiene consecuencias espantosas.
Quizá les sorprenda que para creer en Dios los separatistas tengan que ser también diferentes, pero en mi tierra todo es así
En la Barcelona donde vivo se celebran también procesiones. Todas fruto de la devoción y el tesón de un puñado de gente que batalla contra las instituciones oficiales que se las miran de reojo, bien porque esto no és català, bien porque es facha. Este domingo pasado pude ver la de la borriquilla, en mi barrio. Los transeúntes se mostraban respetuosos e incluso algunos se santiguaban. Un vecino cantó una saeta que arrancó un aplauso del personal. La señá Pepita, mi madre QEPD, las bordaba. Pues bien, antes de comenzar la procesión sonó el himno nacional. Ah, para un tonto a las tres es como si pusieses ante de un morlaco los capotes de Morante de la Puebla, Roca Rey y Jose María Manzanares. En este caso el astifino era un señor de mediana edad, acompañado de una señora de edad mediana. La medianía era el común denominador de ambos. Quina espanyolada, dijo él con cara del que le deben y no le pagan; Quina Vergonya, dijo ella, con el mismo careto. Me acerqué para preguntarles por qué decían eso y respondieron, hombre, que sonase el himno de España en medio de una procesión era cosa de Andalucía y no de aquí. Les pregunté si eran creyentes y dijeron que sí, que eran devotos de la Virgen de Montserrat, pero que no se les ocurriría sacarla en andas por las calles. Me hablaron de los Armats, tradición catalana que consiste en salir a procesionar vestido de romanos, de la Patum de Berga, que siempre he creído más pagana que cristiana, de l’ou com balla, que es poner por Pascua un huevo, con perdón, en un surtidor de la catedral barcelonesa y ver como baila y de la Sagrada Familia. Porque los catalanes tenemos nuestra fe y esto de las procesiones era algo una imposición cultural franquista. Quizá les sorprenda que para creer en Dios los separatistas tengan que ser también diferentes, pero en mi tierra todo es así. Y eso que aquellas dos amebas eran creyentes, aunque no sabría decirles muy bien de qué. Luego están quienes ponen a los curas a parir panteras y son agnósticos - diagnósticos, suele decir con toda seriedad uno de esos cretinos al que por desgracia tengo que frecuentar – pero a la que les duele una muela todo se les vuelve en decir ¡ay Dios mío!, ¡la Virgen, que dolor!, y cosas así. Pero seamos caritativos. Los tontos a las tres pululan durante estos días que recuerdan a las personas que hubo alguien que se dejó matar por defender que debíamos amarnos los unos a los otros, enfrentándose a romanos y judíos en medio de la muchedumbre que prefirió indultar a Barrabás antes que a Él. Si, el tonto a las tres viene de lejos. De muy lejos. Cristo también. Mucho más.