Desde los años más duros de sangre y plomo de ETA hasta los más postmodernos del procés se ha apelado por parte de los separatismos a la necesidad de 'internacionalizar el conflicto': si se lograba que la comunidad internacional 'comprendiera' sus 'claras y legítimas' pretensiones, la independencia caería como fruto maduro. Ha llegado el tiempo para un cambio de paradigma: hay que internacionalizar 'el conflicto', pero para que la Comunidad internacional tome consciencia de que esta locura, artificialmente creada, no afecta solo a España sino que puede poner en jaque la seguridad y la estabilidad del mundo. Por de pronto, “si se rompe España, se rompe Europa”.
Antes de la Primera Guerra Mundial (1914) existían 41 comunidades políticas independientes en el mundo. España, venía siendo parte de ese grupo sin interrupción desde hacía siglos. No ha sido éste el caso de ninguna de sus regiones, aunque algunas de ellas se presenten, sin complejos, como naciones claras y consolidadas en el tiempo. En 1945 cuando se crea la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contaba con 51 miembros. Hoy, tras el proceso de descolonización y la caída del muro de Berlín, la ONU reconoce 194 Estados-nación. Sin embargo, esa fase expansiva no logró la ansiada estabilidad. Por el contrario, conceder a supuestas naciones las fronteras que reclaman al tiempo que soluciona unos problemas crea otros ya que una vez se da vía libre al nuevo nacionalismo no resulta claro dónde ni cómo se detendrá (Cfr. John Elliot).
Si se admite el derecho de cada grupo lingüístico a tener su propia nación, entonces habría que añadir, según el criterio que se tome, las entre 3.000 y 5.000 lenguas que existen en el mundo
La pregunta es: ¿podemos seguir troceando el mapa del mundo sin límite alguno? Al menos 150 de los 194 Estados miembros de la ONU incluyen un significativo número de minorías religiosas y étnicas con señas de identidad propias. Según el Informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (2004) existen aproximadamente 5.000 “grupos étnicos”. Si se admite el derecho de cada grupo lingüístico a tener su propia nación, entonces habría que añadir, según el criterio que se tome, las entre 3.000 y 5.000 lenguas que existen en el mundo.
Desde un punto de vista jurídico la cuestión está clara. Las Resoluciones de la Asamblea General de la ONU nº 1514 (1960) y nº 2625 (1970) limitan el derecho a la autodeterminación a los casos de dominio colonial y notoria violación de derechos humanos. A nivel nacional, los principales textos constitucionales y tribunales también se han pronunciado en términos taxativos. Sin embargo, para salvar estos “obstáculos” los separatistas acuden “per saltum” al derecho “natural” de cada individuo o colectivo a decidir su destino.
¿Existen límites objetivos a la secesión?
Cabría argumentar que la decisión de romper un país sería legítima si el Gobierno central se comporta de forma opresora y discriminatoria. Pero la independencia también se reclama donde los derechos humanos, la protección de las minorías y la democracia están asegurados. España es una de las 13 democracias mejores del mundo (cfr. The Global State of Democracy 2019) y las comunidades vasca y catalana gozan de uno de los niveles de autonomía política y económica (que algunos consideran privilegios) más altos del mundo, mayor que otras regiones de España. Por tanto, de existir discriminación podría alegarse por estas últimas, pero no por las dos primeras.
Es más, los casos de persecución y trato degradante más flagrantes se producen por parte del entramado separatista a los ciudadanos que no comparten su ideario, llegando a forzarles al exilio, algo que debería ser de interés para las instituciones internacionales protectoras de derechos. En todo caso, tomando experiencias pasadas y recientes, resulta ingenuo pensar que creando unidades independientes más pequeñas se mejorará el desarrollo y progreso de un pueblo, aunque sólo sea por razones de economía de escala.
Un esfuerzo colectivo
La Comunidad internacional no puede permanecer impasible ante el intento de destruir naciones con siglos de historia al tiempo que se defiende el supremacismo de unas culturas (o razas) sobre otras. Ni tampoco caer en la trampa de un relato-trampa diferencial y victimista, fundamentado en bulos, exageraciones o hechos sacados de contexto [para el caso vasco ver Jon Juaristi El bucle melancólico; para el caso catalán ver A.G. Ibáñez, “La leyenda áurea del separatismo en cuestión”. El nacionalismo disgregador representa lo opuesto a valores comunes, cohesión social, solidaridad o mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Además, cuando son los territorios más ricos de una nación los que pretenden romperla (aunque deban parte de su actual riqueza al esfuerzo colectivo, esfuerzo del resto), mínimos criterios de justicia social exigen, al menos, cuestionar el proceso.
Tal vez por ello quienes nunca fueron Reinos independientes están obsesionados en apoderarse de los antiguos Reinos de Navarra (la Gran Euskadi) o de Valencia (los 'Països catalans')
Por otra parte, debería establecerse como requisito un tamaño mínimo (¿15 millones de habitantes?). Un elemento que sólo se encontraría dentro de naciones muy extensas por número de habitantes (China), territorio (Rusia) o por su enorme diversidad (India con 100 lenguas habladas y siete religiones diferentes). No sería el caso de España con el tamaño aproximado de Texas y con una población poco mayor que la de California. Ciertamente existen actualmente 'micro-estados' (la mayoría paraísos fiscales), pero este defecto de partida no puede servir de excusa para nuevos casos pues “mal de muchos…”. No cumpliría este requisito el País Vasco con una extensión inferior a la Comunidad (antigua provincia) de Madrid y una población que supone un tercio de ésta (2.1 millones de vascos frente a 6.4 de madrileños), pero tampoco con otros matices Cataluña. Tal vez por ello quienes nunca fueron Reinos independientes están obsesionados en apoderarse de los antiguos Reinos de Navarra (la Gran Euskadi) o de Valencia (los “Països catalans”).
¿Un mapa estable de naciones o un caos inmanejable?
España es el paciente cero de un 'coronavirus separatista' que, de extenderse, podría acabar con el mundo tal como lo conocemos. Esta es la verdadera gripe española y no la que injustamente se nos achaca de principios del siglo XIX. ¿Cuántos territorios cumplen similares condiciones que Cataluña o el País Vasco?, ¿puede permitirse Europa la destrucción de las naciones que han conformado su historia? ¿Cuál es el límite? No sólo está en juego el equilibrio geoestratégico sino también el desarrollo sostenible y la paz duradera. La intangibilidad de las fronteras es un bien común, al menos las que gocen de más de un siglo de historia, dando muestra así que no son líneas artificialmente fijadas.
Ha llegado el momento de cambiar la tendencia. Naciones Unidas debería dar premios y ayudas a las naciones que permanecen unidas, mucho más en el caso de que sean internamente complejas y diversas. Los que presumen de defender el valor del multiculturalismo, deberían empezar por proteger el que ya lleva funcionando desde hace siglos. Buscar la homogeneidad no sólo es contrario al espíritu de los tiempos, sino que se traduce en una “historia interminable” pues siempre habrá minorías con necesidades especiales, incluso dentro de los potenciales nuevos estados-nación.
El futuro presenta suficientes amenazas comunes (como ha demostrado la lucha contra la última gran pandemia) que no deben ser artificialmente ampliadas. Necesitamos para enfrentarnos a ellas más unidad, no más división; mejor coordinación, no más personajes secundarios. Ya en 1992 el secretario general de la ONU, Boutros-Gali alertaba: “Si cada uno de los grupos étnicos, religiosos o lingüísticos aspirase al estatuto de Estado, la fragmentación no conocería límites y la paz, la seguridad y el progreso económico para todos se volvería cada vez más difícil de asegurar”.