Opinión

Y sin embargo, crece

Hace sólo año y poco, a principios de 2022, el panorama económico pintaba sombrío. Eran muchos los problemas derivados de la pandemia, la inflación no daba tregua y, para colmo de males, sólo unos meses antes Rusia había invadido Ucrania

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Hace sólo año y poco, a principios de 2022, el panorama económico pintaba sombrío. Eran muchos los problemas derivados de la pandemia, la inflación no daba tregua y, para colmo de males, sólo unos meses antes Rusia había invadido Ucrania desencadenando una guerra y llevándose los precios del gas natural y del petróleo a la estratosfera. Era imposible no ser pesimista. Muchos analistas advirtieron que para finales de año o principios de 2023 daría comienzo una recesión que afectaría tanto a Estados Unidos como a las principales economías europeas. Empezarían a cerrar empresas y eso provocaría despidos, se incrementaría el desempleo y volveríamos a encontrarnos en una situación muy parecida a la de 2009.

Pero no ha sucedido eso, al menos hasta ahora. Eso ha llevado a los mismos analistas que hace sólo unos meses vaticinaban una recesión inminente a replantearse el problema. Por más que nos empeñemos en comparar una crisis económica con la inmediatamente anterior, lo cierto es que no hay dos crisis iguales. Algunas se parecen, pero los elementos que conforman una recesión son siempre distintos ya que el momento histórico también lo es. Establecer comparaciones es siempre atractivo, pero no aporta mucho a la comprensión de una situación concreta.

La situación era muy anómala por lo que los agentes económicos interrumpieron sus patrones normales de gasto, pero, a pesar de ello, seguía entrando dinero en el sistema

A veces se nos olvida que en 2020 hubo una profunda recesión económica como consecuencia de la pandemia. Durante unos meses en el primer semestre del año el mundo paró casi por completo. Se detuvieron muchas fábricas, otras se mantuvieron al ralentí, el tráfico aéreo se quedó en mínimos y sectores enteros cesaron su actividad. Pero aquella no fue una recesión al uso, fue, de hecho, la recesión más extraña de la que se tiene noticia. Entre 2020 y 2021, precisamente para evitar que la cosa fuese a mayores, los gobiernos inyectaron miles de millones de dólares en la economía, en su mayor parte dinero nuevo, tanto a hogares como a empresas. La situación era muy anómala por lo que los agentes económicos interrumpieron sus patrones normales de gasto, pero, a pesar de ello, seguía entrando dinero en el sistema alimentado, entre otras cosas, por tipos de interés negativos.

Al terminar aquello las familias y las empresas se encontraron con mucho dinero en el bolsillo. Tenían el que no habían gastado más el que había puesto el Estado mediante todo tipo de subsidios. Eso provocó que en 2021 se produjese un repunte brutal en el consumo ocasionando una serie de cuellos de botella en la cadena de suministro global que, durante el año anterior, se había reajustado a un volumen de pedidos mucho menor. Pero el consumo era sólido así que las empresas recuperaron a todo el personal del que habían prescindido durante los meses duros de la pandemia y contrataron a muchos más. Desde 2021 a muchas empresas lo que les cuesta no es vender, sino atender a tiempo los pedidos, encontrar empleados y mantenerlos.

La escasez de semiconductores, algo relacionado directamente con la pandemia, restringió la oferta de vehículos, lo que obligó a los compradores a pagar precios más altos por los que había disponibles

Veamos, por ejemplo, dos sectores muy sensibles a los tipos de interés ya que fabrican productos que se suelen comprar a crédito: la industria del automóvil y la construcción de viviendas. La escasez de semiconductores, algo relacionado directamente con la pandemia, restringió la oferta de vehículos, lo que obligó a los compradores a pagar precios más altos por los que había disponibles. Conforme se fueron deshaciendo los cuellos de botella las compras crecieron aún más. Algo parecido ha sucedido con la vivienda. En mercados como el estadounidense el sector de la construcción no sólo se ha recuperado, sino que no hace más que contratar nuevos empleados. 

Esta locura por gastar que se apoderó de las economías desarrolladas durante 2021 la explica el consumo diferido a causa de la pandemia y también los tipos interés. No empezaron a subir hasta bien entrado 2022 y fue todo muy suave al principio. La Reserva Federal no tocó los tipos hasta el mes de marzo y subió sólo un cuartillo, es decir, un 0,25%, luego los incrementó medio punto de golpe en mayo, pero hasta septiembre no alcanzaron el 3%. Actualmente están en el 5%, que nos puede parecer mucho, pero aún están 25 décimas de punto por debajo del 5,25% que estaban entre 2006 y 2007, en pleno calentón de la burbuja inmobiliaria. El Banco Central Europeo fue todavía más lento. Hasta hace menos de un año se mantuvieron en el 0%. A finales de julio Christine Lagarde los subió medio punto y han ido escalando poco a poco hasta la última subida, que se realizó el 21 de junio dejando el tipo en el 4%.

El proceso de amortización de deuda por parte de las familias ha sido muy intenso y, al tiempo que pagaban lo que debían, no se han endeudado de nuevo

Por regla general las subidas en los tipos de interés tienen un impacto directo en el consumo. Empujan a los agentes económicos a controlar el gasto ya que tienen que pagar algo más caros sus préstamos. Pero en los últimos años los consumidores no se han endeudado demasiado, al contrario, la deuda promedio ha disminuido. En Estados Unidos la deuda de los hogares no llega al 10% de su ingreso, en España la deuda de las familias está en mínimos, es un 30% inferior a la de hace diez años y un 45% inferior a la que tenían en el segundo semestre de 2008. El proceso de amortización de deuda por parte de las familias ha sido muy intenso y, al tiempo que pagaban lo que debían, no se han endeudado de nuevo.

La vuelta de China ha animado aún más la economía mundial. ¿Significa todo esto que ya podemos despreocuparnos y mirar adelante con optimismo?

Lo que sí que ha crecido ha sido la deuda pública, que ya era insoportablemente alta antes de la pandemia. El parón económico empujó a los Gobiernos a emitir mucha más deuda. En Italia la deuda pública sobre PIB está por encima del 140%, en EEUU por encima del 120%, en Francia y España por encima del 110%, en el Reino Unido por encima del 100%, incluso en Alemania que tradicionalmente ha tenido deudas sobre PIB muy contenidas, está en el 70%. En Europa hubo, de hecho, dos momentos de gasto público disparado. El primero durante la pandemia y sus planes de reconstrucción, el segundo tras el estallido de la guerra de Ucrania. En aquel momento los Gobiernos prometieron gastar 800.000 millones de euros para amortiguar su efecto sobre el precio de la energía.

¿Significa todo esto que ya podemos despreocuparnos y mirar adelante con optimismo? No necesariamente. No sabemos por dónde irán las cosas, pero, para qué engañarnos, el panorama no pinta del todo bien y toda precaución es poca

Este año lo que está impulsando el crecimiento económico es la caída de los precios del petróleo y el gas natural. Ha bajado la electricidad y la gasolina con respecto al año pasado dejando algo de dinero extra en el bolsillo de los consumidores y contribuyendo de paso a aliviar la carga sobre el presupuesto del Estado, que se ha beneficiado de la inflación. El precio del barril de petróleo ha pasado de estar muy por encima de los 100 dólares hace un año a estabilizarse en torno a los 70 dólares. Junto a eso, China reanudó su actividad eliminando todas las restricciones pandémicas. La vuelta de China ha animado aún más la economía mundial.

¿Significa todo esto que ya podemos despreocuparnos y mirar adelante con optimismo? No necesariamente. No sabemos por dónde irán las cosas, pero, para qué engañarnos, el panorama no pinta del todo bien y toda precaución es poca. No se puede consumir más riqueza de la que se crea a no ser que lo hagamos con cargo al futuro. La deuda pública es altísima, propia de una posguerra, y eso supondrá impuestos. Respecto a los tipos de interés, estos no funcionan de forma mecánica. Hace falta algo de tiempo para que las subidas de tipos se propaguen por todo el tejido económico. Recordemos que las subidas han sido muy tímidas y siguen estando, en la mayor parte de los casos, por debajo de la tasa de inflación. Fueron subidas tardías y al principio muy suaves. Para algunos analistas las subidas de tipos durante los primeros meses no sirvieron de nada, simplemente fueron un aviso de que se iba a encarecer el dinero. No ha sido hasta este año cuando, ya por encima del 3%, puede hablarse de frenazo efectivo en el crédito. Es muy poco tiempo, apenas ocho o nueve meses, en los que la política monetaria ha influido sobre el mercado de dinero. 

Todo lo que podemos asegurar es que no tenemos ni idea de lo que va a pasar, pero hay cosas que nunca fallan como no gastar más de lo que se produce y, si se recurre a la deuda, hacerlo prudentemente

Algunos bancos centrales no han hecho lo suficiente para enfriar la demanda. El BCE, por ejemplo, puso los tipos en el 4% hace sólo unas semanas, pero sigue siendo un tipo negativo si ajustamos la inflación, que en junio fue del 5,5% en la eurozona. Esa es la razón por la que muchos economistas todavía creen que se producirá una recesión en los próximos seis a 12 meses, pero no olvidemos que son economistas, es decir, algo similar a los futurólogos. De aquí en adelante sucederán cosas que aún no han sucedido. Hace sólo dos años estábamos en plena orgía de gasto postpandémico y hace uno andaba todo el mundo muerto de miedo por la guerra de Ucrania mientras la inflación subía vertiginosamente. Todo lo que podemos asegurar es que no tenemos ni idea de lo que va a pasar, pero hay cosas que nunca fallan como no gastar más de lo que se produce y, si se recurre a la deuda, hacerlo prudentemente. En eso quien más tiene que aprender la lección es el Estado y no tanto las empresas y las familias que, a fin de cuentas, se juegan su propio dinero.

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